Día de la Música Heineken: domingo
De vuelta al Matadero para asistir al segundo día del Día de la Música Heineken, pudimos comprobar que solo dos de nuestras quejas habían cambiado: se podían pasar botellas de agua sin tapón y no se lió gorda con la cola como con Vetusta Morla. Lo segundo era de prever porque no se iba a celebrar un concierto que congregase a tanta gente, no porque las cosas se hiciesen con cabeza. En el tema de las bebidas alcohólicas nos enteramos que fue debido a la prohibición del ayuntamiento (como siempre, la doble moral por bandera). El caso es que me acerqué al cocedero que era el escenario ¡Madrid!, y como anticipé, hacía bastante más calor que el sábado (más gente y día más tórrido). La idea era ir a Dum Dum Girls, pero no tenía todas conmigo para que mi cuerpo aguantara tres conciertos a fuego lento, por lo que decidí esperarme y acercarme a las cinco y pico a Yuck. Los ingleses, que parecen americanos por su power-pop y rock alternativo de los noventa muy en la línea Dinosaur Jr, se mostraron resueltos y concisos, sin excesos interpretativos que empañasen sus magníficas canciones, que en vivo sonaban igual de vigorosas que en estudio. Estribillos superglue, guitarras enérgicas y actitud shoegaze fueron su artillería para dejarnos satisfechos a pesar de casi acabar patinando sobre nuestro propio sudor (y el sudor del de al lado). Y para finalizar ‘Rubber’, su emocionante tema que de siete minutos que cierra el disco y que también sirvió para dar por finalizado un gran concierto de una banda con futuro esplendoroso.
Después de cinco minutos de aire fresco, respiré hondo y volví al escenario ¡Madrid! para poder ver a la que merecía ser cabeza de cartel del domingo (¿a quién se le ocurriría relegarla a un segundo plano?). Con quince minutos de retraso, que en otra situación nos hubiese dado igual pero en ese contexto nos hizo maldecir a toda su familia, Lykke Li salió a escena como el enigma del pop que es: de negro y cubierta por un velo, rodeada de cortinas en las que se envolvía, la sueca demostró una presencia escénica apabullante. Presentando su magnífico Wounded Rhymes y acordándose de temas ya clásicos como ‘Dance, dance, dance’ o ‘I’m good, I’m gone’, nos regaló gratificantes sorpresas como un mash-up entre ‘Youth knows no pain’ y ‘Power’ de Kanye West o un enterlude de ‘Silent shout’ de The Knife (la gran familia sueca siempre unida). Casi una hora concierto nos sirvió para constatar que nos encontramos ante una de las grandes del pop internacional, y que merece más atención de la recibida.
La siguiente era la nueva gran dama del soul, la increíble Janelle Monae. Con un séquito de más de trece personas, incluyendo bailarinas o un cuarteto de cuerda, la menuda chica llenaba todo el escenario y parte del extranjero con su chorro de voz y extravagante personalidad. La puesta en escena era divertida, a veces descacharrante, y aunque se echaron en falta algunos temas enormes de su debut (pero es que hay tantos…), nos dimos más que satisfechos con uno de los conciertos no ya solo del festival, sino de la temporada. Y sí además nos sorprende con una versión de ‘I want you back’ de The Jackson 5, y lo remata con un binomio casi final (hubo bis) con sus dos hits ‘Cold war’ y ‘Tightrope’, pues pura dinamita señores. ¿Y que al principio el sonido no era todo lo bueno que debía ser? Poco importó ante tal despliegue de talento. Janelle, te queremos.
Glasvegas es una banda 100% NME, aquellas por las que ciertos sectores ingleses se pirran, y en España deberían haber cuajado, pero quizás su estilo menos directo y más noisy les han impedido que imberbes post-adolescentes berreen sus canciones en los conciertos. El frontman James Allan, con una estética bastante ‘choni’, se intentaba ganar al público en modo Bono a lo macarra, y los excesos de postureo rechinaban bastante. Y es verdad que la tónica general de sus temas es la épica, pero tampoco es necesario forzarla tan descaradamente. El sonido era realmente bueno, tres cuartos de lo mismo para la puesta en escena, pero su último disco no está a la altura y solo al recordar las mejores canciones de su debut pudimos constatar lo que hasta hace dos años era la banda, por lo que terminar con ese himno que es ‘Daddy’s gone’ fue una buena opción para no quedarnos con tan amargo sabor de boca.
Caribou volvió a convencer como en el Primavera Sound con un directo donde intenta (y consigue) transmitir en directo los diferentes matices sonoros de su música en estudio, en una puesta en escena tan brillante como sencilla. Ideal para bailar en modo psicodelia con ojos cerrados y manos hacia el cielo, Daniel Victor Snaith refleja con matemática precisión (de hecho, hablamos de un matemático) su celebrado Swim con los momentos cumbre como ‘Odessa’ o ‘Jamelia’, y temas de anteriores álbumes e incluso de su antigua formación Manitoba. Un final de fiesta redondo que podría haberlo sido más si no nos tuviésemos tenido que ir a casa.
jarto