Fly Me to the Moon 2011
La semana pasada, concretamente el miércoles y el jueves, se celebró en el Poble Espanyol barcelonés la primera edición del minifestival Fly Me to the Moon, organizado por la gente del San Miguel Primavera Sound, a quienes muchos les debemos más de un buen momento. La propuesta era sencilla: cuatro grupos divididos en dos días, un solo escenario y un público dispuesto a soñar, a viajar a la luna tal y como nos habían prometido.
El miércoles era un mal día para dar un concierto en la ciudad Condal: al mismo tiempo en la ciudad tocaban Bon Jovi (grandes entre los grandes), Jamie Lidell y, por supuesto, Animal Collective y The Suicide of Western Culture, protagonistas de la primera jornada de esta nueva cita veraniega.
Aún de día y con muy poco público, los barceloneses The Suicide of Western Culture, la única agrupación local del festival, empezaron una sesión que los que los habían visto anteriormente en directo al dúo barcelonés calificaban como más cañera de lo normal. Los visuales no podían ser más contundentes, a veces incluso de mal gusto (lo que, a mi parecer, es un punto a favor, ya que nadie se los espera) y llegaban a hipnotizar cuando se acompasaban con la música. Hasta aquí todo bien, y cuando, al final y con el cielo ya oscuro, el público se sumió en una euforia colectiva, mejor aún.
Aunque por el repertorio parece que Animal Collective, el grupo al que más ganas le tenía, hicieron un concierto similar al que el día anterior ofrecieran en Madrid, la verdad es que las sensaciones fueron completamente diferentes. No faltaron los ya himnos ‘Summertime Clothes’ o ‘Brother sport’ (una de las más grandes canciones del llamado pop del futuro), ni las nuevas canciones, cuyos nombres aún desconocemos, pero hubo algo más. El miércoles pasado no vimos a aquellos Animal Collective que de forma casi autista se dedican a experimentar en directo dejando boquiabierto a todo aquel que ose, cual voyeur, espiarlos en un momento tan íntimo.
No, vimos a unos Animal Collective que se crecían en el escenario con cada canción que tocaban, que se creían estrellas de rock. Y lo mejor de todo es que nos llegaron a convencer de que lo eran, valiéndose no solo de su actitud, sino de una propuesta tan experimental como bailable, donde no faltaron los guiños al tecnopop más discotequero de los noventa e incluso al balearic. Si los de Baltimore piensan seguir este camino en el futuro, me tendrán siempre al pie del cañón.
Ya el día siguiente, Joanna Newsom fue para mí la gran sorpresa del festival: con una elegancia élfica, una sonrisa que transmitía paz a todo aquel que se fijara en ella, virtuosidad tanto al arpa como al piano y su característica voz, la Newsom supo meterse al público al bolsillo, incluso a los más escépticos. El concierto, aunque duró poco más de una hora, supo a poco; me podría haber quedado años ahí, perdido entre sus maravillosas canciones, deseando que no hubiera nada más.
Aunque sí que había algo más: Beach House, hacedores de lo que podríamos llamar dream pop paradigmático, al que absolutamente nadie puede resistirse.
El dúo, que en directo se reconvierte en trío y cuyo componente más visible es la gran Victoria Legrand, desgranó uno a uno (casi) todos los éxitos de su último álbum ‘Teen Dream’, aunque el pistoletazo de salida lo dio ‘Gila’, de su segundo álbum ‘Devotion’. Sonaron, pues, ‘Zebra’, ‘Norway’, ‘Walk in the park’ (con la que el público llegó incluso a enloquecer) o ‘Used to be’, entre otras, aunque faltó, a mi parecer, ‘Lover of Mine’. Otra vez será.
No hubo mayores sorpresas, ni malas ni buenas. Nos esperábamos un concierto en el que tanto la melancólica y grave voz de Victoria, como la música en general rozaran la perfección. Y fue exactamente lo que sucedió.
Vale, no viajamos (al menos físicamente) a la luna, pero el poder escuchar canciones tan bonitas como las que escuchamos, a la luz de la misma, es también una experiencia que difícilmente olvidaremos.
AirWalker