Atlas Sound – Parallax

No sería aconsejable, si nos atenemos a la terminología kantiana, dejarnos llevar por el gusto cuando lo que se requiere en un ejercicio de este tipo es juicio, pero no puedo reprimirme: este disco me gusta. Y me gusta por lo que hay de sorprendente en él; del mismo modo que me gusta por lo que hay de previsible en él, dentro de ese espacio sonoro que habita Bradford Cox. Me gusta por lo que me evoca: una especie de música festiva de la nocturnidad, una especie de celebración al aire libre a lo John Waters, es decir, con camisas hawaianas de manga corta pero sin rehuir el guiño a lo grotesco o a lo siniestro. Una de esas fiestas que podrían darse bajo el agua, flotando, o entre distintos licores y efluvios. Es decir, este disco me gusta porque me divierte: un espectáculo al que me siento invitado, aceptando que pueda ser un descastado más –de esos que a todos nos gusta creer que somos, no un descastado de verdad, sino uno que ejerce fuera de las murallas de la ciudad porque quiere–, de los que se van a dormir y sueñan con las cosas más retorcidas y extrañas, lleno de fantasmas, y lo cuentan sin pudor alguno (como reza una frase de ‘Te Amo’: “We will go to sleep and we’ll have such strange dreams!”).

Ahora bien, esto no deja de ser un truco burdo utilizado en ocasiones por la crítica: dejarnos llevar por el entusiasmo tapando un agujero argumental. Lo que nos interesa, lo que debería interesarnos, en una crítica no es tanto el yo del crítico (que existe, qué le vamos a hacer) como el juicio que sea capaz de armar a tenor de su bagaje. Por eso, adoptamos un plural que busca, tantea esa imparcialidad. Adentrándonos en el espacio del juicio, pues creemos que posiblemente Atlas Sound, nom de plume del prolífico Bradford Cox, haya firmado su mejor disco en Parallax: y es así porque maneja mejor que nunca sus influencias, las pone a su servicio para hacer un disco de pop redondo pero rico también en otros sonidos, directo y al mismo tiempo evasivo, pleno en sus torsiones y contorsiones. Nos trae ambient que nos recuerda vagamente a ese sonido que va sumando capas de algún tema de la primera mitad del Cryptograms de Deerhunter a la que ha sumado una electrónica sencilla pero imaginativa –como en ‘Modern Aquatic Nightsongs’ o ‘Doldrums’– así como cortes con guitarras y bajos muy definidos como ‘Terra Incognita’ o ‘Mona Lisa’, canción esta última que ya apareció en los Bedroom Databanks que, al compartir la posición dentro del disco que tenía ‘Sheila’ en Logos, parece querer ser el gran single del disco. Además de cortes complejos por su variedad percusiva y sonora como la genial ‘Amplifiers’ o ‘Praying Man’.

Puede que Cox no haya inventado, por así decirlo, un género o subgénero musical, o acaso este no ha recibido nombre todavía. Nos arriesgamos a aventurar que esto puede deberse a que Cox es género en sí mismo, capaz de sorprendernos por detalles y composiciones formidables, creando espacios en los que sigue explorando su manera de entender el pop que parece sencillo y clásico a la par que repetitivo y tenebroso o lúgubre. En cualquier caso, deliciosamente ambiguo.

Puntuación: 9/10 | Escúchalo: Spotify

Carlos Bueno

Compártelo:

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.