Rihanna en el Palacio de los Deportes, Madrid
Rihanna está por encima del bien y del mal. Da igual que el single de turno sea un mojón, ella lo empotra en el número uno; aunque lo peor (o lo mejor) es que acabaremos comiéndonoslo con patatas y bailándolo como si no hubiese un mañana. Adorada por el público maisntream e incluso respetada por cierto sector indie (en Pitchfork se pirran por ella), la barbadense no tenía que desgañitarse demasiado para colgar el cartel de sold out y arrasar entre los asistentes de su Loud Tour.
Casi puntual apareció en escena presentando su gran éxito de 2010 Only girl (in the world), algo desinflado, en una ambientación de corte cyber-poligonero que le siguió una Disturbia algo floja también, al igual que la rockera Shut up and drive, junto a un guitarrista melenudo que ‘regaló’ una buena ristra de riffs horteras durante todo el concierto. La cosa se empezaba a animar con Man down y la estética sado de S&M, con mucha cadena y muslos desnudos. Aunque para muslos los de Rihanna, sudorosos, extremadamente curvilineos y capaz de entonar hasta a los más gayers del lugar, meneándolos hasta la extenuación. Eso sí, lo que se dice bailar, más bien poco, salvo en un par de temas (y tampoco especialmente bien); pero siendo sinceros, tampoco lo precisa gracias al sensual contoneo isleño marca de la casa.
Cuando realmente estalló el asunto fue durante la sección militar, con unas contundentes Breaking dishes y Hard acompañadas de un par de cañones de color rosa chicle que disparaban, espero, camisetas (sentí atisbo de pavor cuando los cañones giraban hacia mi sector, lo reconozco). Entre tanto uniforme se rindió homenaje a Sheila E., percusionista que colaboró con gente como Prince (del que también hubo versión: Darling Nikki), en un cover de The Glamorous Life donde Rihanna se despachó con la batería. El medley de dos su más exitosas colaboraciones, Run this town (con Jay Z y Kanye West) y Live your life (con T.I.), también despuntó con holgura, aunque All of the lights de Kanye, todo un himno, se hubiese adecuado divinamente. Por pedir que no quede.
Las baladas hicieron acto de presencia con Unfaithful, Hate That I love you (terror: ¿aparecería Bisbal por sorpresa?) y California King Bed, bastante emotivas y presentadas de manera sencilla, del tirón y sin aburrir, echando en falta (por seguir pidiendo que no quede) el drama visceral de Russian Roulette. La fiesta llegó de la mano del dance-hall en las exuberantes What’s my name y Rude boy y una RiRi luciendo uno escasísimos shorts de carácter violador, enlazando con Cheers (drink to that), brindis de chupito incluido, y una tremenda y algo dub en las estrofas Don’t stop the music.
El bis corrió a cargo de su versión de Love the way you lie, ligeramente plana, que remontó en una Umbrella no tan brillante como la original, pero igualmente disfrutable. Y es que aunque Kiko y Shara la interpretasen a ritmo de zambomba seguiría siendo una de las mejores canciones de los últimos años. Para terminar, una hipercafeínica y vibrante We found love conviritó el Palacio de los Deportes en una rave de extrarradio. Y pensar que de primeras muchos renegaban de ella.
Se le pueden poner algunos peros al show, como ciertos elementos de la puesta en escena (por ejemplo, la horrorosa y descontextualizada jaula de fluorescentes en Unfaithful) o la holgazanería de varias proyecciones (¿el clip de la canción en negativo?, ¿un vídeo de tinta expandiéndose en el agua?, ¿en serio?). El tema de delegar buena parte del peso vocal sobre las coristas, algo muy recurrente entre el r’n’b norteamericano, a veces chirriaba demasiado (en California King Bed ya fue de risa). Y por supuesto, aunque ya lo tenemos más que asumido, la poca espontaneidad e improvisación de este tipo de conciertos, por otra parte hasta cierto punto comprensible, y las transiciones con cambio de ropa incluido, que lastran el ritmo. Obviándolo, la hora y tres cuartos recrearon a la perfección el hedonismo y la diversión del pop comercial, y todos salimos con una sonrisa de oreja a oreja (y con ganas de quemar Madrid y acabar etílicos). Para qué más.
Puntuación: 7,75
jarto (foto: EFE)