Crónica Día de la Música 2012: Viernes
El Día de La Música es el festival madrileño con más carácter familiar de los que se conocen. Edición tras edición, es imposible no encontrar conocidos entre su aforo, lo que le reporta un halo de nostalgia anualmente. Sin embargo, nada más llegar a su entrada, siempre tiene lugar alguna problemática. En la pasada edición vimos una mastodóntica cola, asociada a la programación de Vetusta Morla, que impidió a muchos ver a artistas como Anna Calvi. Este año había muchísimos más accesos para la entrada. Correcto. También el escenario donde casi llegamos al estado de la lipotimia fue acondicionado para que no ocurriese tal infierno. Muy correcto. Este año se ha marcado un tanto negativo con la prohibición tajante a la entrada de ¿botellas de agua? ya fuese con o sin tapón. En el recinto, no había acceso a fuentes, sin mencionar los baños del escenario UFI, y el precio de la botella de agua estaba a 2.50 €. Algo desconcertados nos quedamos ante esta medida que supone un bien básico, ante el bochorno de calor que se sufre en Matadero Madrid a las horas en las que tenía lugar la programación. Más de uno, en los descansos, acudía a tiendas de la zona, que fueron incrementando exponencialmente sus precios viendo la inusitada demanda por la cita festivalera.
Anécdotas aparte, el cartel de esta edición se auguraba más que prometedor, ecléctico pero de altísima calidad. Nosotros teníamos una clara cita inaugural, con el concierto de las hermanas neoyorquinas Zambri, formación bastante querida por nuestra casa, por razones más que obvias. Su primer EP las posicionaba en el vértice del iceberg donde el witch house se fagocitaba en pop sintetizado cálido, como si Gang Gang Dance se hubiese relamido en un helado denso de sintetizadores de Grimes. Así de altas eran nuestras expectativas. Sin embargo, nuestro anhelo de perfección fue bastante más mundano. En directo, estos atisbos de oscuridad enrarecida y de dark wave se veían difuminados, los 8bits y sintetizadores espléndidos apenas eran perceptibles apantallados por su batería. Su fórmula elocuente se transmutaba en directo en épica y grandilocuencia con un punto de miras más operístico pretencioso, a medio cambio en unos lisérgicos Austra y una descafeinada Florence + The Machine. Ambas hermanas, si denotaban dotes voces más que reseñables, gritando con un triple micrófono distorsionador bastante llamativo. Todo ello sumando a un sonido nada nítido, un batiburrillo de cold wave. Y cuando vimos que ni su primer single, To Keep Back, iba a funcionar, ya nos dimos por perdidos. Fue un concierto muy corto, por los retrasos asociados a su prueba de sonido y nos quedamos con ganas de que lo solucionasen y nos demostrasen todo su potencial. Nuestras esperanzas tendrán que ser respaldadas en otra ocasión.
Otra debutante mucho más prometedora fue Jane Joyd. Su propuesta de cantautora femenina con regusto a la americana más post-moderna se ha convertido en pop de cámara sentido, cercano y humilde. Con una formación completa (sección de cuerdas, teclado, guitarra eléctrica, batería), con la que puede imitar y mostrar todos los cuidados arreglos de su primer EP, la ganadora del proyecto demo del FIB 2011 demuestra saber estar y emotividad, un dramatismo contenido más que delicioso, orquestado desde la propia voz de Jane como maestra de ceremonias. Fue difícil tomar la decisión, pero tras no poder ver a Pegasvs en el Sónar 2012, esta vez no pude evitar resistirme. El dúo formado por Sergio y Lucía ha alcanzado en tan poco tiempo de una popularidad tan extendida, que nadie diría que su propuesta bebe del synth pop ruidista en el sentido más expansivo del término. Su pop cósmico lleno de reverb con dotes de noise dream pop es más que prometedor, que defienden sin proyecciones, solos ante el peligro. Su gran inconveniente es que en directo, no existe la espontaneidad que uno espera. Las percusiones son lanzadas y marcan el ritmo total del conjunto, de modo que cada interludio de sintetizadores distorsionados sufren una improvisación contenida, que rompe la magia del conjunto. Y es una pena, porque esto hace que nos creamos menos la factura del directo y eso que son uno de los debuts nacionales del presente año.
Nos escapamos para escuchar a St. Vincent y no fue realmente necesario, ya que también sufrió retraso. De todas maneras, Annie Clark nos hizo olvidar cualquier espera. Rezuma efectividad y contundencia por los cuatro costados, domina a la perfección sus dotes de explosión sonora, hasta sabe lanzarse al público y defender flotando gracias a sus manos su repertorio sin pestañear. Esta femme fatale nos contuvo a todos boquiabiertos, una forma tan particular de entender el rock, que se hace en un directo irresistible, lleno de energía. Qué más da que su repertorio se centre casi por completo en Strange Mercy. Se hizo tan corto este dulce…
Twin Shadow pecó de un sonido menos envolvente que en estudio (Slow, con lo enorme que es, estaba deshinchada), aunque parecía más un problema del escenario rtve que de él y su banda. Sin embargo, y a pesar de la solana, mereció la pena verle interpretar los temas de su debut y algunos de su continuación, incluyendo la AOR 5 seconds. Sobre el escenario los sintetizadores pierden presencia en favor de las guitarras, lo que algunos criticarán en la teoría pero que en la práctica no resultaba tan dramático. Lewis, que ha perdido cierto aura nerd para pasarse al lado macarra, demuestra una vez más su poderío interpretativo y un carisma sin excesos pero auténtico, que junto a buenas composiciones vuelven a reafirmar que su proyecto nunca fue flor de un día. Pero sí, ha habido conciertos mejores. Y tras esto, llego el momento el estreno que tanto sudor había costado a la organización. Azealia Banks. El nuevo hype del hip hop con las mejores bases del gremio underground, con perdon de la labor de Clams Casino. Y es que esos beats electrizantes, pura dinamita en los tímpanos, no podían fallar. Azealia iba embutida es su peculiar conjunto, protegida por una gafas de sol negras, y se dedicó a explotar su potencial para rimar. Las bases eran lanzadas por un dudoso dj, ¿era necesario toda la cacharrería que tenía en la mesa? Sonaron todos los temas que esperabas, casi sin sorpresas, incluso incluyendo temas de sus mixtapes como Jumanji sin olvidar de 212. Lo que elevó a gran directo esto fueron realmente sus dos bailarinas, con conjunto bien prieto, que contagiaron al baile instantáneo. Mención especial a Bambi, el tema estrenado en un desfile de moda, cuya introducción es tan efectiva, que da hasta miedo, que acompañado por los solos de sus bailarinas… aunque, tras la impactante comienzo, pierde toda la fuerza.
El directo de Bear in Heaven sorprendió a más de uno, sobre todo por un cantante con tanto amaneramiento que recordaba a heterogays míticos en los ochenta como Simon Le Bon o Morrisey. En los temas más oscuros chocaba tanto gesto al aire y sonrisa aniñada, lo que curiosamente al final tampoco molestaba. Sobre el escenario se acentuaban las diferencias entre el primer y segundo disco, entre lo matemático y cuadriculado y lo serpenteante y cierta desestructuración; pero ambas facetas convivían en una armonía caótica que cautivaba. Y aunque la voz podría haberse escuchado algo más alta y las programaciones electrónicas pecaban de enlatadas, el resultado fue mejor del esperado. Y además sin morir deshidratados (bendito aire acondicionado en el escenario Spotify).
James Blake abandonó su formula lisérgica para transformarlo en capas envolventes que destilan paisajes inabarcables. Dicho en palabras terrenales, convierte su música en el limbo entre sus reputados primeros EPs y el zumbido adormecido que late en su debut homónimo, nada que ver con Enough Thunder. Es quizás su gran acierto, ya que consigue que su repertorio sea coherente y vivaz, que conectes con un universo de dormitorio que inunda escenarios multitudinarios sin perder chispa y lo que es más importante, que explica el lugar generado en torno a su liderazgo en el emo-step. Si es cierto que en temas como Limit To Your Love todo esto queda en palabrería, ya que hay que escuchar con delicadeza. Lo suyo son las dobles lecturas.
No pudimos evitar descansar de tonto baile, y hasta The Raveonettes, nos tomamos un tiempo del disfrute de la zona de relax. Es cierto que desde las regiones más cercanas a la salida el sonido era bastante difuso, pero en las primeras filas no se palpaba. Un concierto bastante correcto, sin sobresaltos, olvidando sus primeros trabajos, explotando su faceta más pop. Nunca se han caracterizado por un gran directo, pero en esta ocasión fueron más certeros. También es cierto, que era mi primera oportunidad de ver al dúo en el escenario al completo, en lugar de ser sustituido por algún familiar de la formación.
La Casa Azul, como siempre, una fiesta. Los fans apiñados en las primeras filas ponían de manifiesto su entrega hacia Guille y su pop fresco y desenfadado. Lo mejor es que aunque no se trate de tu grupo favorito, el entusiasmo se contagia, y acabas dando botes y codazos al de la lado al ritmo de los hits. Porque casi todos lo son, para que negarlo, desde los clásicos (Viaje a Shibuya forever) hasta los temas de su Polinesia Meridional. Y aunque el show es el mismo en todos los conciertos de la gira, se disfruta igual, sin complejos, y sudando la gota gorda (gracias a Dios que no programó de día). Como crítica hay que señalar el adelanto en el horario que sufrió el concierto, quince minutos antes de la hora, lo que provocó que los no tan fans se perdiesen el principio.
Jarto y Tito Manu
Fotos: El Día de la Música