El ataque (y posible derrumbe) de los festivales clones
De nuevo esta semana otro festival se ha unido a la cada vez más larga lista negra de los que han cancelado en los últimos tiempos básicamente por temas económicos. Manchapop contaba con artistas que en teoría atraen gente a mansalva como Love of Lesbian. En teoría, porque viendo el panorama festivalero nacional, ¿no sentimos una sensación de déjà vu constante? Desde hace unos cuantos años lo llevamos notando, pero en los últimos veranos la cosa se ha ido de madre. Con el nuevo, por llamarlo de alguna manera, indie de masas los organizadores se han percatado del poder de convocatoria de este tipo de bandas, que atraen el mismo o mayor número de gente que la mayoría de internacionales y que por supuesto les salen más baratos en comparación (proporcionalmente a ejemplos medianamente importantes, no al trío de Bristol que sólo tiene un EP). Vamos, un chollo.
Sí, de acuerdo, hablamos de un negocio, pero siempre se tiene la esperanza de quién organiza un evento de esta índole, además de ganar dinero, le preocupe aportar su granito a la cultura musical autóctona, y además generar una imagen única que se identifique con su festival, marcando las diferencias respecto a la competencia. En mi caso, a veces no me aclaro de cuál es cuál, y aunque en esta web tampoco nos centramos demasiado en ellos, siempre conviene conocer la oferta festivalera nacional. No lo ponen fácil, no.
Una cosa es meter a alguno de estos artistas para asegurarte cierta cantidad de público (Día de la Música por ejemplo), pero también apostar por otro perfil; y otra que invadan más de la mitad de tu cartel, cuando en la mayoría de casos ya acudieron la edición anterior o dos años atrás (Sonorama). Además, esto limita mucho a bandas debutantes que quieran hacerse un hueco, ya que no se apuesta por ellas lo que se debería y sus condiciones se pueden ver afectadas si desean formar parte del cartel (el concepto ‘trabajar por un bocata de chope’). Al final, al igual que los djs de los clubs, están cayendo en las mismas redes que el mundillo de la música comercial nacional: programar lo mismo a todas horas, sin otorgar casi una sola oportunidad a las novedades.
Volviendo al tema económico, ¿los festivales más jóvenes no se percatan que no pueden competir con Sonorama o Contempopránea? Que no estamos en los sesenta, la gente viaja (y a veces aprovecha para conocer una nueva ciudad/pueblo), así que la excusa de la cercanía no cuela. La diferenciación al final se basa en la estética y los servicios, pero salvo excepciones, el cartel manda. En este país el riesgo no es nuestro fuerte, y en los tiempos que corren resulta más comprensible, pero clonar el festival que tienes a cien kilómetros tampoco parece la mejor opción, y menos en el contexto actual de la explosión de la burbuja festivalera. Quizás un término medio sería lo más conveniente, un par de grupos de pegada nacional más otros de calidad que también puedan atraer a un target más exquisito. Tampoco es que un servidor tenga la receta del éxito, pero está claro que la suya tuvo su momento, pero ya ha empezado a derrumbarse.
jarto