Reivindicando… la buena educación en los conciertos
Muchos comentan que en el reciente concierto de Sigur Rós en Dcode había cierto sector del público al que la actuación le importaba un pepino. Jonsi y los suyos destacan por generar atmósferas sonoras donde la inmersión lo es todo. Sin embargo, si al lado te toca Fulano hablando con Mengano sobre la cachonda que se tiró anoche, evidentemente no ayuda a este importante proceso. Recuerdo una vez en el estreno de La Guerra de los Mundos de Spielberg, que un hombre sentado al lado no cerraba la boca, y un amigo mío le pidió que se callara, y el hombre respondió ‘si ahora no están hablando’. Efectivamente, la inmersión es un concepto que buena parte de la población no lo tiene en cuenta o ni siquiera es consciente de su existencia. Ellos ‘ven una peli’ o ‘ven un concierto’, sin más. Si no hablan o no tocan, ¿por qué callarme? Y aun así en el cine hay mucha más educación.
Es verdad que asistir a un directo musical, a diferencia de ir al cine, es un acto mucho más social, y la gente comenta y canta, pero como todo, hay un límite. Hasta cierto punto entiendo que alguien se deje llevar tanto que berree en tu oído, aunque hay que tener en cuenta que no estás en un karaoke y el resto no se encuentra interesado en tus habilidades vocales. Lo que me supera son los individuos que hablan de su vida y milagros cuando tanto el público como el artista merecen un respeto. Y repito, sin actitudes radicales: que tiré la primera piedra el que no haya hablado, cantado, reído. Pero como en todo hay una fina línea que no conviene superar. Esto sucede de manera alarmante en festivales, especialmente en cabezas de cartel. Y es que para algunos a veces no hay nada mejor que hacer que ver a equis artista y asistir para pasar el rato. En casos como en el Primavera Sound suele haber cinco alternativas, pero claro, parece que siempre será más guay decir que has estado en The xx que en ‘nomeacuerdonicomosellamaba’.
Luego tenemos el tema de las cámaras. Aunque no es relativo al silencio, también influye en el disfrute de un concierto. Y yo porque soy alto, pero no debe de resultar muy agradable para quien sea de una estatura normal tirando a baja encontrarse brazos y manos durante la mitad del concierto portando un móvil o cámara. Además, ¿por qué no disfrutan del momento? ¿Lo reproducirán cien veces a posteriori y merecerá la pena? ¿Están deseando subirlo a las redes sociales para que todo el mundo les haga la ola? Por supuesto siempre puedes encontrarte situaciones absolutamente contrarias como estar en el teatro Lara sentado, hacer un par de fotos a la altura de la cara y que el de atrás te diga que la luz de la pantalla molesta.
Ni seamos unos maleducados ni tan sibaritas; aunque abundan más por los primeros, para qué engañarnos. En España no hay cultura de conciertos, y con esto no me refiero a ir o dejar de ir, sino a ir y poder formar parte de él sin molestar al resto. La teoría es fácil, pero la práctica parece que no tanto.
jarto