Dorian – La Velocidad del Vacío
Para algunos el indie nacional más popular supone una maldición de la que no pueden escapar ni de sus festivales favoritos (excepto Primavera Sound, quizás). Dorian estaría en esa categoría de bandas que tampoco desentonarían en unos 40 Principales más abiertos y que han adoptado en su seno a miles de jóvenes hartos de la radiofórmula y que buscan mayor calidad pero sin demasiados riesgos. Unos funcionan mejor que otros, y los chicos de A cualquier otra parte siempre han tenido facilidad para los himnos evidentes pero himnos al fin y al cabo, y mucho encanto, a pesar de la voz de Marc y las letras sonrojantes. Pero parece que ahora han optado por el camino de la madurez, lo que para muchos supone un paso adelante y para otros el bostezo infinito. La Velocidad del Vacío está entre dos tierras.
Las melodías no resultan tan memorables, y a algunos temas les falta cierta chispa en ese aspecto. Lo que no ha cambiando es el carácter lírico, e incluso viviremos momentos de déjà vu, y por supuesto esa sensación de inclusión de frases con calzador y de manera aleatoria (podría ser esa o cualquier otra). La producción se erige como el elemento que mejor le ha sentado la mentada madurez, menos homogénea y en busca de nuevos registros, donde lo sintético deja paso a lo orgánico (lo que no quiere decir que no haya presencia de sintetizadores), especialmente en tema de baterías. Los placeres efímeros inaugura el disco a lo grande, a modo de introducción vía teclados expansivos y atmosféricos en la línea de Plainsong de The Cure (salvando las distancias). Ningún mar y Tristeza no matan de primeras, pero van ganando enteros con las escuchas, haciendo hincapié en la primera y su empleo de guitarras, del que se podría tildar hasta de abrasivo para tratarse de una banda pop.
Madera de himno es de lo que goza El temblor, especialmente en una subida de tono en el estribillo, algo forzada pero ciertamente efectiva. El Sueño eterno es toda una sorpresa, que inspirándose en la melancolía hermética de Mazzy Star o Simon & Garfunkel, despliegan un sonido folk pop americano íntimo y plagado de matices. Incluso la voz de Marc toma un nuevo cariz que muchos agradecerán. La planetaria Arde sobre mojado forma parte de la sección más positiva del álbum, que sigue con Soda Stereo, que sin encandilar se salva gracias al luminoso riff de guitarra. Horas bajas parece indicar lo que el título reza, pero por suerte en plena caída libre aparece el colchón Las palabras, que destaca por unas sutiles cuerdas que engalanan un corte tan vital como emotivo.
La realidad es que no encontramos hits tan claros como en trabajos previos, especialmente La Ciudad Subterránea, por lo que quizás en sus directos muchos opten por obviar los nuevos temas y centrarse a berrear los antiguos. Sin embargo el disco funciona mejor en conjunto que por separado, e incluso comparado con sus hermanos mayores también, y es de admirar que el tema de la producción se lo hayan querido tomar tan en serio. Así que quizás no demos botes de locura como antaño pero tampoco nos querremos echar la siesta. Ha sido una madurez que ha implicado sacrificios, pero también riesgos acertados. Sin embargo la pregunta planteada es: ¿por qué no podemos tenerlo todo?
Puntuación: 6,75 / 10 | Escúchalo: Spotify
jarto