Lana del Rey en La Riviera, Madrid

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Ya se mascaba la tragedia que reinaría en el concierto de Lana del Rey cuando a las cuatro de la tarde había una cola más larga que un día sin pan. Sin embargo el culmen llegó cuando alguien propuso numerar a todos los de la fila para que nadie se colase. Lo nunca visto. Eso podía acabar en batalla campal de modernos. La sangre no llegó al río, pero ya durante el concierto se pudo ver como sacaban flotando a varios desmayados. Vamos, que ni con Take That. Cuando el entorno da más que hablar que el propio concierto tenemos un problema. Algunos pensarán que solo se trata de anécdotas sin importancia. Sí, en estos casos no afectaba al desarrollo de la velada, pero sí que lo hacían la constante masa de móviles y de gente berreando sus canciones. ¿Venís a grabar y gritar u os queréis enterar de lo que se ve y escucha sobre el escenario? ¿No podéis hacer un par de fotos y ya? Y cantar en silencio, aunque suene a paradoja, es posible. No es plan de indignarse una vez más con este tema, pero la realidad es que el contexto influye, y mucho, en el proceso de disfrute de cualquier actividad cultural en general y de un concierto en particular. La inmersión en este, por los pelos, y no por la calidad del mismo precisamente.

Lana apareció muy guapa como siempre, aunque en un vestido un poco mesa camilla (aunque sin llegar a Adele), acompañada de un séquito de músicos donde destacaba un cuarteto de cuerda en un escenario adornado con palmeras y un par de leones. Y esta vez con percusión, no como en Sónar. Abrió con Cola, y resultó curioso que no dejase de beber todo el concierto de un vaso de Pepsi-Cola (normal que luego el coño le sepa a eso, como dice la canción); siguió con la «jamesbondiana» Body electric para noquear al público a continuación con dos de sus hits más celebrados: Blue jeans y Born to die, esta segunda especialmente enorme. Carmen, que en estudio no dice demasiado, resultó mucho más apetecible, para que luego digan que la chica en directo pierde, y Blue Velvet sigue siendo una versión la mar de maja.

De vuelta al EP con American y el bonus track del disco Without you, para pasar a otra versión, esta vez de Knocking on heaven’s door de Dylan, etérea como era de esperar. Sorpresa con Young and beautiful de El Gran Gatsby, que aunque esté recién salida del horno la manada de fans la coreaba hasta la extenuación. Ride fue uno de los momentos cumbre, donde el «I’m tired of feeling like I’m fucking crazy» se convirtió en el mantra de la noche para muchos. Summertine sadness y Burning desire dieron paso a otro binomio que no dejaba títere con cabeza. Video games, en la versión que todos hemos visto millones de veces en la tele, y National anthem, sin duda su tema más petardo, donde se movía más de la media con movimientos raperos, cerraron a lo grande el directo. O eso pensábamos, porque hubo alrededor de quince minutos de orquestación donde Lana firmaba autógrafos, pero no quedaba muy claro si iba a volver a subir al escenario. Al final nada.

Como se pudo comprobar, la criba de temas de su debut y EP fue bastante bien llevada, salvo la ausencia de la vaporosa Bel-Air. Se echó en falta mayor ritmo, entre idas y venidas de Lana al camerino o en bajar a saludar y firmar autógrafos (muy maja chica, pero céntrate en lo que toca), y los visuales podían haber estado más currados, pero cumplían. A pesar de las críticas a la sala, el sonido resultó excelente y ella gozaba de excelente voz, por si alguien todavía lo pone en duda. Como anécdota divertida, el momento en el que pidió un cigarrillo y la gente directamente tiraba cajetillas enteras. Por esta vez te dejamos fumar dentro, guapa. Así que si se obvia el tema berridos y cámaras (complicado, pero posible), la experiencia fue casi sobresaliente. Lana demuestra una vez más que si está ahí es por algo, y que le quiten lo bailado. Los haters a dormirla.

texto: Juan Diró & jarto / foto: Nacho Hache

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