Crónica Primavera Sound 2013
Jueves
Un año más Primavera Sound se convertía en la meca de los amantes de la música de corte independiente y alternativo, y de nuevo también en una odisea de artistas solapados, agobios y ampollas en los pies. Desde primera hora del jueves ya se podía comprobar que el aforo había superado ampliamente el de 2012, por lo que el drama se antojaba aún mayor.
Tras un leve accidente en uno de los Minis que llevaban al escenario Heineken, la primera parada fue Wild Nothing, en general bastante descafeinados, sin conseguir reflejar las atmósferas de su gran Nocturne. Un sonido demasiado desnudo y crudo que salvo en la recta final con temas como Paradise no hicieron justicia al carácter evocador de su obra en estudio. Un aprobado raspado. Por cierto, los pasillos que dividían el foso principal, aunque serían útiles para proteger el cableado, resultaban bastante incómodos para moverse y coger buen sitio.
Woods sacaron mucho partido a su Bend Beyond, con aires menos folk y más rockeros, además de temas de discos antiguos. Congregaron además a mucha más gente de lo esperado, sobre todo teniendo al lado a Savages, una de las revelaciones de la temporada que en directo no lo fueron tanto, aunque resultaron eficientes.
Tame Impala se convirtieron en una de las sensaciones del festival. Con un llenazo que superaba todas las expectativas, Kevin Parker y su troupe dieron buena cuenta de su Lonerism y debut, con un sonido perfecto que reflejaba casi a la perfección los sutiles matices de producción de los originales. Una pena (para ellos, no para el resto), que muchos se fuesen tras Elephant y Feels like going backwards, sus grandes «éxitos» de esta última etapa, porque se perdieron un éxtasis final con It’s not meant to be como himno psicodélico. Y a pesar de la calidad de este directo, el concierto en sala en julio puede ser todavía más grande.
Divas cercanas como Jessie Ware hay pocas. Y es que la inglesa destila un encanto infalible sobre el escenario, además de chorro de voz, claro. El problema radica en su acompañamiento, que como les sucede a muchos artistas r&b, en directo no transmiten los arreglos o elegancia del estudio, de los que Devotion también hace gala, y a veces, es duro decirlo, recordaba a banda de pueblo. Así temas como Wildest moments perdieron fuelle, aunque chispas de brillantez se atisbaron en If you’re never gonna move o Running. Como nota curiosa hay que destacar la inclusión de estrofas de I want you de Marvin Gaye en No to love.
La propuesta de Dinosaur Jr. siempre es clara y concisa: guitarreo de tomo y lomo, intenso y de alto voltaje. Y como también cabía esperar, Macis sigue en estado de gracia tras años en la profesión, y al igual que sus últimos discos, su directo es accesible y disfrutable por mucha gente sin perder un ápice de autenticidad. Muy llamativo resultaba observar a indies perder la compostura (y el postureo) ante punteos casi jevorros. Si es que en Primavera se ve de todo.
Sorprendieron las buenas maneras de The Postal Service, que muchos ponían en duda por el carácter enlatado de su propuesta y por la progresiva pérdida de credibilidad de Ben Gibbard. Su voz estuvo muy bien ajustada, a pesar de que por la vestimenta o sus movimientos recordase a un Rick Astley cualquiera, y la química con Jenny Lewis quedaba fuera de toda duda (está un poco cascada físicamente, ¿no?). Además la puesta en escena sobresalía y el show se hizo muy disfrutable y solo se quedaron en el tintero los temas menos representantes de su disco. No se alzaría como el concierto del día, y se hacía algo raro asistir a su íntima propuesta ante miles de personas, pero el dulce sabor de boca no nos lo quita nadie.
Siempre está la coña de que los directos de Grizzly Bear son más espesos que el Paladín a la taza de los anuncios. En su última incursión en España no se puede decir que, sin llegar al nivel de Hot Chip, la inaccesibilidad supusiese un lastre para su disfrute pleno. Su último Shields fue el gran protagonista de la velada, aunque algunos temas, sobre todo Sleeping ute y Speaking rounds, se quedaron a medio camino; la revalida vino de la mano de Yet Again o un final de locura con el conocido Two weeks y The Knife. Mención aparte a una puesta en escena muy vistosa gracias a un precioso juego de lamparas en movimiento.
Una primera traca de hits vino a decir que Phoenix solo es una banda de temazos y morralla: Entertaiment, Liztomania, Log distance call o Too young con Girlfriend. Sin embargo dieron la vuelta a la tortilla y decepcionaron a los esperaban un non stop de pepinazos, ya que tocaba promocionar el divertido Bankrupt!. La coqueta The real thing o el tema titular mezclado con Love like a sunset en un compendio instrumental dejaban bien claro que la banda francesa no solo sirve para repartir trallazos pop de tres minutos. El sonido además una maravilla, los visuales sencillos pero conseguidos y Thomas Mars todo un showman que se tiró al público andando hasta la primera barrera del foso (unos 20 metros) para luego ir levitando hacia el escenario. Por cierto, el pobre recibió una inesperada bajada de pantalones para deleite de fans. Anécdotas aparte, un gran concierto, quizás algo intranscendente, pero 100% efectivo. Eso sí, pecado no tocar If I ever feel better.
Viernes
La propuesta de Peace no es que sea de lo más novedosa, pero saben defenderse de lo lindo en las distancias cortas. Desgranando su debut, y a pesar de que la mayoría de la gente estaba a otra cosa, su vigorosidad queda fuera de toda duda. Puede que no volvamos a saber de ellos, pero oye, al menos dejaron su impronta en Primavera Sound.
Daughn Gibson es un chulazo con todas las de la ley, tanto por físico como por presencia y voz. Sin embargo media hora de concierto no da para mucho, por lo que todo se quedo un poco en coitus interruptus, a pesar de la calidad de su directo, donde presentó temas de su inminente nuevo disco, aunque se dejó en el tintero algunos de los más apreciados de su debut.
Jessie Ware acabaría compartiendo el título de diva cercana con Solange, ya que desprendió tanta simpatía que daban ganas de irte de copas con ella, pero sin dejar de mirarla ensimismado. Muy bien acompañada a la guitarra por el productor de moda Dev Haynes, de primeras ya impresionaba su cuidado look y natural belleza, pero era su actitud y versatilidad vocal lo que terminaba por conquistar. Su True obtuvo todos los aplausos habidos y por haber, especialmente Losing you por supuesto, aunque disfrutamos como enanos de la reivindicación de una temazo de su época pasada como es Sancastles disco. Y para terminar el cover de Stillness is the move de Dirty Proyectors. Grande.
Ha habido directos mejores de La Bien Querida. De primeras por problemas técnicos tuvieron que dejar dos canciones a medias, y los bajos eran de los que reventaban cajas torácicas, así que el nuevo sonido de Ceremonia no cuajó en directo. El frío, del que tanto se quejaba Ana, no ayudaba tampoco ni a ellos ni a nosotros, y la cosa se quedaba demasiado desangelada. Menos mal que maravillas como A veces ni eso y 9.6 ayudasen a levanta un poco los ánimos en el último minuto.
The Jesus & Mary Chain, bajo una cruz, bastante viejos y gordos y haciendo un repaso por toda su discografía, sonaron más limpios que en sus inicios, lo que para los hardcore fans se tornaba algo extraño, pero al fin y al cabo resultaba consecuente con los discos más tardíos. Y es que por mucho que digan, los hermanos Reid siempre han creído en su música al máximo, y así lo demostraron. Gran concierto con momento estelar cuando tocando su mayor himno Just like honey se unió Bilinda de My Bloody Valentine, al igual que en Some candy talking. Dos leyendas en el mismo escenario. Momento para la posteridad.
«Esos bajos», pensábamos muchos en James Blake. Era de esperar que retumbasen más de lo esperado, pero la maestría del inglés y sus canciones relegaban el problema a anécdota: nos tenía comprados desde el primer I never learn to share. Mucho más ritmo de los que se podía pensar, pero sin perder pizca de sensibilidad, el show osciló entre su debut y Overgrown. Para pedirle la mano en matrimonio.
La marabunta que se intuía en Blur era para plantearse optar por cena o tomar algo. Pero había que asistir, ya que íbamos a disfrutar de un pedacito de cultura pop que a saber si volvemos a catar en el futuro. Casi todos sus éxitos (¿qué pasó con Charmless man?) y alguna canción menos conocida (Trimm trabb o Caramel) en un ambiente muy guiri, como en todo el festival en general pero multiplicado por mil, y mucho bote holligan en los momentos más moviditos como Girls & boys o el cierre con Song 2, claro, que a pesar de que la mayoría estemos hasta el manguaco de la canción de marras, disfrutamos como adolescentes despreocuopados. Aunque como también saben manejar la emoción, The Universal, Tender (donde el coro negroide brilló a altura) o This is a low supieron a gloria (To the end hubiese redondeado la experiencia). Damon sabe domar a las masas, aunque a veces la voz le fallase y tampoco sea el más majo del lugar, pero no se puede poner negar su aura y carisma. Quizás no fue la experiencia religiosa que muchos nos quieren vender, pero dudo que muchos saliesen decepcionados. Salvo si les vieron a kilómetros de distancia, que no sería de extrañar.
Últimamente con The Knife uno no se sabe si se están deshuevando en tu cara o si su experimentación resulta tan extrema que a veces roza el absurdo, como sucede con su reciente Shaking the Habitual. De primeras aparecieron misteriosos con su séquito de ¿músicos? sobre el escenario, empleando todo tipo de curiosos instrumentos para transmitir el ambiente oscuro y turbio de su último disco; sin embargo unos minutos más tarde la música seguía sonando y los músicos se convirtieron en bailarines de coreografías entre lo étnico y lo ridículo. Un espectáculo dejémoslo en curioso que no creímos que se extendiese hasta el final, pero nos equivocamos. Y muchas preguntas se planteaban: ¿El principio también fue playback? ¿Se trató de una performance teatral? ¿Qué papel tuvieron el dúo en todo eso? ¿Postodo? ¿Posnada? Como suele ser habitual, gusten o no dan que hablar. Lo que sorprendió también es que en su setlist incluyesen One hit y para terminar Silent shout del disco con el mismo nombre. Dando la vuelta a cualquier tipo de previsibilidad.
Sábado
La apadrinada de Kevin Parker de Tame Impala, la francesa Melody’s Echo Chamber, ofreció un concierto correcto aunque algo falto de garra, y alguno de sus mejores temas como Crystallized se quedaron a medio gas. No obstante la chica es un encanto, transmitiéndolo en el directo de su debut homónimo y compensando cualquier sinsabor.
Lo de Dead Can Dance está a otro nivel… si no te aburre su propuesta. Y es que muchos de los que ansiaban tralla salían despavoridos (¿qué esperaban?), pero el show resultó impecable. El único problema, no suyo, que la duración de sus temas exige de mayor tiempo de concierto, pero los festivales es lo que tienen, por eso al día siguiente en Madrid tocaron grandes temas como Now we are free (¿demasiado poco cool Gladiator para el postureo del festival?) o Return of the she-king. La sensibilidad etérea y la cantidad de influencias y matices de su música se plasman a la perfección en un compendio de emoción y expansión sonora que embelesa. Y Lisa Gerrard es toda una diva, pero de las de verdad: voz, presencia y elegante gracia sin decir una sola palabra. Momento para el recuerdo cuando se le aplaudió en un solo, sonó la última palmada y volvimos a aplaudir fervorosamente como fans enajenados. Ella se emocionó, nosotros nos emocionamos. Y para terminar una versión de Song to the siren. Pelos como escarpias.
A muchos asistentes se les pasaría por la cabeza que un directo de uno de los grandes nombres del hip-hop más duro como Wu-Tang Clan sería tan enlatado como monótono. A lo primero, pues sí, pero no tanto, ya que presumieron de interpretar uno de los temas en la manera clásica, con bien de escraches hasta con el pie (literalmente). Lo segundo ni de coña, ya que con tanta leyenda del género entre sus filas se esperaba mucha actitud y parloteo, aparte de jolgorio y diversión entre temas más que conocidos y gracietas como Come together de Beatles. Tanto ego reconcentrado solo podía dar un show divertido que resumió como pocos una corriente musical que ha marcado parte de la música contemporánea.
Los éxitos pasados de Nick Cave & The Bad Seeds como The mercy seat, Jubilee street o Red right hand se disfrutaron con fruición, pero es verdad que su último largo en directo se torna en algo un tanto indigesto. Por suerte Nick Cave es Dios y puede transformar en obra maestra hasta un tema de Merche, y por si fuera poco mantener una relación muy estrecha con el público, pero a su vez manteniendo los límites, un «ey, hasta aquí puedes llegar». Porque es un artistazo y no tu vecino de al lado, eso es así.
Los Planetas interpretaron de pe a pa y en orden todo el Una Semana en el Motor de un Autobús, y aunque el sonido no era el mejor del mundo, su profesionalidad y buen hacer se ganaron a los miles de fans que se agolpaban en el escenario Primavera. Phosphorescent, a pesar de añadirse al cartel a última hora, cumplieron con holgura con su pop-rock que huele a clásicos como Springsteen y que interpretaron con mimo y buena letra.
Aunque de primeras no se apreciaba casi la voz en My Bloody Valentine, el poderío de sus guitarras lo hubiesen compensado, destacando por la potencia y el carácter expansivo de su sonido. Porque tocaban como putos dioses, hablando en plata. Por suerte este problemilla se resolvió ligeramente a partir de la tercera canción, y siguieron deleitándonos con su segundo disco y el último especialmente, pero recuperando como apoteosis (o apocalipsis por la intensidad sonora) final Feed me with your kiss del primero y You made me realise de su colección de EP’s. La sensación de trance sería la mejor descripción de un directo hipnotizador, único e ¿irrepetible? (esperemos que no tarden en volver).
Crystal Castles han madurado, pero en el buen sentido, no en el del tedio más absoluto. Hasta Alice ya no desparrama de manera tan calculada con esa supuesta actitud punk que se quedaba en una mera parodia. Hay mucha chicha en su directo. Tomando lo más bailable de III, el setlist resultó una maravilla para las altas horas de la noche, haciendo gala de un sonido cristalino y un ambientazo donde el público lo daba todo. Normal, es una de esas bandas que puede atraer a todo tipo de subtribus indies, de los más puretas a los más bakalas. La comunión fue total y ellos triunfaron sin concesiones a la mediocridad. Ah, y el juego de luces ayudaba al máximo en el proceso de inmersión.
Más fiesta de la mano de Hot Chip, con un repertorio muy acertado que tomaba lo mejor de su último In Our Heads (aunque echando de menos la petarda y gay Don’t deny your heart) y actualizando clásicos como Boy from school, Over and over o I feel better (genial ramalazo dance final con esta última). Quizás les faltaba cierto ánimo fiestero a los ingleses, pero a esas horas de la madrugada mirar lo que sucedía sobre el escenario tampoco importaba en exceso, y por pedir tampoco hubiesen sobrado unos cuantos temas más. Se hizo corto, pero eso es bueno, ¿verdad?
Como tradición, todo el mundo se unió en amor y compañía (mucho de ambos) en el escenario Ray-Ban con Dj Coco, que sigue tirando de lo mismos tópicos de siempre, pero que como colofón final de un festival como este hasta se agradece. Momentos álgidos como Midnight city y su lluvia de serpentinas y la siempre emocionante Do you remember the first time se juntaron con clásicos modernos y no tan modernos para terminar en la casposa y enorme Don’t stop believing, que nadie admitirá que la conoce por Glee. Y es que hay que mantener la actitud hasta el amanecer.
texto: jarto, Sergio Gesteira, Tanis Bollaín / fotos: Dani Cantó (Tame Impala), Eric Pamies (Blur y Hot Chip)