Top 10: la otra crónica de Primavera Sound 2013
Tras la consabida crónica de toda la vida, ahora toca hablar de lo que no se suele contar en las mismas, temas poco relacionados con la música (o nada), pero que influyen en el disfrute del festival. Pasen y lean.
La invasión guiri ya es definitiva (y de «altura»)
En las grandes ciudades, sobre todo en las zonas más turísticas, siempre resulta típico que alguien autóctono deje caer que a veces se siente en un país extranjero. Tal afirmación se multiplica por cien en Primavera Sound, y por mil en conciertos de artistas internacionales (la mayoría), especialmente en casos como Blur y situaciones como Song 2. ¿La diferencia entre esto y asistir al estadio en un partido del Manchester United? Más bien ninguna. Ni malo ni bueno, simplemente curioso, y que dice mucho de quiénes son los que se gastan las perras en un festival de precio tan elevado para el españolito medio. Y para elevada también la altura de muchos asistentes: se notaba a la legua que la media bajaba en artistas nacionales.
Los camareros portugueses
El año pasado ya había mucho luso, pero este era la locura. ¿Cobrando una miseria y pagándoles alojamiento y viaje sale más barato que contratar a españoles? ¿Así se potencia el empleo en España? No dice mucho de la organización, la verdad. Se asume que se trata de una empresa que forma parte del entramado capitalista más de manual, buscando maximizar beneficios, pero quizás se espera que mantengan ciertos valores debido al origen cultural de la misma (el tópico de la sensibilidad y demás). Pero parece que al final lo mismo da un gran empresario cultural que uno dedicado a la explotación petrolera. La pela es la pela.
El frío y las nefastas consecuencias en nuestro vestuario
Meses y meses perfeccionando modelitos, pensando que si se llamaba Primavera Sound era por algo, y al final, además de temperaturas ligeramente bajas, el viento del Levante hizo acto de presencia y todo se vino abajo. El jueves aún se podían lucir cortos y demás, pero el viernes y sábado, a pesar de que algunos masoquistas que antes congelados que tapados, no estaba el tema para excesos de lucimiento de carnes. Por una vez el aplastamiento por la masa suponía un auténtico placer.
La noria
Todo el mundo que vio online alguno de los conciertos de Coachella pensaba «ay, qué bonita la noria». En mi caso hasta la exigí para el Primavera Sound por puro postureo, porque dudaba horrores que me montase (perder tiempo en nimiedades nunca es una opción en este festival). Al final mi deseo se cumplió (en realidad ya estaba montada para un evento anterior), y no, no me subí, pero decoraba que era un primor. Aunque también es cierto que no destacaba por su belleza: las cabinas parecías sacadas de una peli mala de ciencia ficción y el naranja de los cristales era radioactivo. Ya que estaban, podrían haber elegido una de corte más clásico.
Los que nunca se callan
Esta vez el tema ya acabó casi en pelea. James Blake fue el The xx del año pasado: un directo donde los silencios tienen un protagonismo inusitado, lo que implica un silencio casi sepulcral, pero no. Un amigo les pidió a dos postadolescentes si podían cerrar el pico (de manera más educada, claro), a lo que poco caso hicieron, por lo que se lo pidió por segunda vez, algo más directo pero manteniendo la compostura, a lo que además se enajenaron (tenían pinta de ir hasta la cejas), contestándole todo el rato en catalán y soltando además una joyita del calibre de «que se vayan a su país si no les gusta». La mala educación en conciertos ha alcanzado otro nivel. Por supuesto la mayoría no desplegaban ese tsunami de estupidez. Otro momento en el que quise asesinar fue en Song to the siren de Dead Can Dance, bastante desnuda a nivel instrumental, delicada, preciosa, y teniendo que aguantar al cliché argentino que no se callaba ni debajo del agua.
Los que se quejan de todo… pero no paran de mirar el móvil
Hay gente que no sabe ir a conciertos, eso es así. Al otro extremo de los que no respetan al artista ni al público son los que se quejan de TODO cuando hasta cierto punto es normal comentar algo, recibir algún empujón o pisotón o moverse ligeramente y dificultar la visión. Es lo que tiene tal acumulación de seres humanos. Si quieres estar en la sillita del rey haber acoquinado y te hacías con la VIP. Pero lo peor es que después de que no te dejen ver el concierto tranquilo porque invades su espacio vital se ponen a lucir iPhone y ni puto caso a lo que suceda más allá de la pantalla. Y dentro de los que se quejan de todo, también están los bajitos. Lo siento, si la naturaleza me otorgó 185 centímetros y me muevo medio paso a la derecha o te aguantas o mejor quédate en casa haciendo calceta. Y más en un festival lleno de gigantes guiris.
El caos del escenario Heineken
Cuando llegué a Wild Nothing vi una cantidad de gente que me dejó boquiabierto: «¿Ya? ¡Si solo son las 6!», pensé. Si se indagaba un poco más se descubría con estupor que para proteger (digo yo) el cableado habían dispuesto una valla en forma de «T» que no sé sabe por qué provocaba que muchos se quedasen por detrás de la horizontal respecto al escenario. Así, la parte de delante estaba medio vacía, lo que, salvo en citas muy masivas como Blur, casi siempre era mejor rodear la zona y colocarse en esa zona VIP que no lo era tanto (me da que a muchos se les pasó por la cabeza en primera instancia). Y por supuesto mejor dar la vuelta a todo el recinto y entrar por el lado izquierdo… aunque a la salida supusiese un verdadero infierno. Vamos, que el tema vallas no ayudó a agilizar en absoluto el proceso de entrada, ni el de salida y menos el de colocación.
Los Minis locos
Para los que no lo sepan, se podía tomar un Mini de la zona de comida principal al escenario Heineken y viceversa, conducido por un empleado, claro. La cosa resultaba curiosa, pero poco útil a partir de ciertas horas ya que se tardaba menos ir caminando que en esperar la cola del asunto. Y el viernes y sábado si además cogías un descapotable podías morir congelado. Pero tenía gracia el asunto. En mi caso y el de un par de amigos hasta vivimos un divertido accidente cuando una furgoneta echó demasiada marcha atrás y se comió el parachoques de nuestro coche. La chica que conducía no sabía que hacer en ese tipo de situaciones, se agobió y nos dejó tirados con la promesa de que volvería… pero a saber cuando (queríamos llegar a Wild Nothing), por lo que decidimos volver a la entrada (gracias a Dios estábamos al lado), contamos la historia y nos dejaron subir sin ponernos de nuevo a la cola. El peligro de muerte no nos achantó.
La gente a la que le da igual la música
Si es que ya sabemos que asistir a festivales por postureo es lo más. Al fin y al cabo Primavera Sound se trata del evento moderno del año por antonomasia, y si no vas no existes (¿de qué se hablaría esta semana?). El nivel de tontería aumenta año tras año, y se pueden escuchar y asistir a verdaderos atentados a la cultura festivalera y musical auténtica y honesta. Pero bueno, hay que ir asumiendo que cada vez se acerca más a una pasarela de mamarrachas que a un acontecimiento cultural. Por suerte siempre quedan reductos intacto y puro.
Los más guapos
En chicos la corona se la lleva Daugn Gibson, todo un hombre al que se le nota la rudeza de sus años como camionero, aunque el batería y teclista de Tame Impala tampoco se quedaban cortos; y los chicos de Wild Nothing siempre resultan monos y adorables. En chicas la sorpresa fue sin duda Melody de Melody’s Echo Chamber, que mejora considerablemente en persona. El sex-appeal de Ana de La Bien Querida nunca decepciona (aunque el concierto fuese un poco fiasco), y Alice Glass de Crystal Castles, hasta con pelo rosa, siempre es un must. Y el exotismo y estilo de Solange no pasaban tampoco desapercibidos (su hermana estará más buena, pero su estilismo es terrorismo estético).
jarto / foto: Dani Cantó