La música desligada de la imagen según Kanye West
Mucho se ha comentado acerca de la peculiar campaña de promoción de Yeezus, último álbum de Kanye West. Campaña o «nocampaña», como ya la han bautizado algunos. Sin singles ni vídeos, previews en eventos aleatorios, cero entrevistas, una única actuación en tele; todo muy difuso, hierático, poco palpable, sin solidez ni concreción aparente. Esta semana, la de su lanzamiento, ha aparecido un spot parodiando a American Psycho que de primeras pensábamos que resumiría el espíritu del largo; sin embargo se acerca más a una broma sin gracia que a un elemento de promoción serio.
Finalmente uno se pone el disco y piensa «falta algo». Hay música, ¿para qué más? Entonces las piezas empiezan a encajar: no hay vídeos, las escasas actuaciones no tienen un concepto definido, por no decir que directamente no existe, y por no haber no hay ni portada. Sin embargo en MBDTF tuvo hasta un corto, amén de videoclips y varias portadas; es decir, el extremo contrario, resultando un disco conceptual en su significado más visual. Se acaba llegando a la conclusión de que el álbum no tiene imagen asociada, o resulta tan endeble que es prácticamente nula, lo que de primeras resulta chocante.
Tenemos tan interiorizada la conexión entre música e imagen que cuando alguien como Kanye West, que hace lo que le viene en gana, se marca un disco sin material visual en el que apoyarse, la sensación que provocan las primeras escuchas es de cierto vacío, lo que por suerte va desapareciendo progresivamente. Desasociar música o sonido e imagen es una labor más complicada de lo que aparenta, y no todos los artistas apuestan por arriesgar en este sentido. No solo se trata de, por poner un ejemplo, rodar un vídeo para que la música tenga cabida también en la tele o Youtube, a su vez se espera generar un concepto visual y estético (en ocasiones más coherente, otras menos).
Si el vídeo es más o menos azulado, ¿no pensaremos en este color al escuchar solo la canción? Y quizás antes de haber visto el vídeo no la asociábamos al azul. Otras veces la elección de la imagen resulta tan contraria a lo que de primeras nos podía transmitir la música que incluso el vídeo puede jugar en su contra. La propia música en sí misma nos evoca imágenes, por lo que, por naturaleza, intentamos plasmarla más allá de nuestros pensamientos. Artistas como Kandinsky ya asociaban color con música, o la relación que siempre ha tenido con el teatro es clásica; así que, aunque se pueda pensar que la industria solo emplea esta unión como otra forma de vender, que también, no es menos cierto que ambas llevan viviendo entrelazadas durante mucho tiempo.
En el ámbito comercial todo se basa en eso, y hay millones de ejemplos, entre los que posiblemente se llevaría la palma Madonna. Hace trece años posiblemente pensaba: «En mi disco hay un par de canciones elecro-folk, ¿le adjuntamos un rollito country?. Una sesión de fotos con estética cowboy y a correr. Y como hay que mantener cierta cohesión y continuidad, un primer vídeo con sombrero y un segundo ambientado en un desierto con bien de coreografías country». Pero tampoco hace falta irse hacia extremos tan definidos, ya que incluso una mísera portada de la banda indie más desconocida genera una sensación previa que luego prevalece, envolviendo a la música contenida. Puede sonar injusto para la propia música, pero si se ha elegido esa portada es por algo, porque hay algún tipo de relación entre ambas.
También parece poco justo que la música transmita la idea de que no se pueda sostener a sí misma, lo que por supuesto es totalmente falso, y por ello de vez en cuando hay que demostrarlo. Lo veíamos en el cine hace poco con El Artista y Blancanieves, que prescindían del sonido para contar lo mismo de distinta manera, constatando que la imagen puede sobrevivir por sí sola. Ahora ha sido Kanye el que ha roto las reglas del juego, y sorprende que se trate de alguien que ha otorgado tanta importancia a la imagen en su carrera. Hasta en la actuación de la foto que ilustra el post aparecía de esta guisa: no podemos ver ni su rostro. El rapero nos ha retado (¿o se ha retado a él mismo?), ya que estamos acostumbrados a que nos den todo mascadito y aquí debemos esforzarnos para captar la verdadera esencia de la obra. Así que va a tener razón: quizás la imagen no resulté tan imprescindible como inconscientemente creíamos.
jarto