La prohibición de Fuengirola, reflejo de España
En las fiestas de Fuengirola «bajo ningún concepto se permitirá la ambientación musical con los siguientes géneros: Funk, Rap, Reaggaeton, Electrónica, Metal, Alternativa, Hip Hop, Reggae, Heavy Metal, Country, Punk, Gótica, Ritmos Latinos en general». Muchos ya lo habréis leído en Meneame y otros medios que se han hecho eco de una normativa tan absurda como incomprensible. Resulta complicado no carcajearse ante tal idiotez, pero como casi siempre en lo que se refiere a temas de poder político, tras la risa también hay una mueca de preocupación. Se trata de las fiestas de una localidad en concreto, pero la cultura en nuestro país sufre tal varapalo a todos los niveles que al fin y al cabo estamos ante una muestra más de un catetismo que no cesa, no de algo totalmente anecdótico e independiente. Pero hay veces que un ejemplo en específico se lleva la palma y simboliza lo que puede acontecer en un futuro o incluso esté sucediendo ya, no exactamente a través de una normativa de fiestas, pero sí de otras turbadoras maneras. El mismo «qué», diferentes «cómos».
¿Qué puede llevar a un ayuntamiento a tomar esa decisión? Nada basado en la razón, de eso no hay duda. Obviando la ambigüedad de géneros que incluso los más expertos a veces no tienen del todo claro, se podría pensar que la contundencia de algunos de ellos, como el heavy metal, podría generar demasiado ruido y molestar a los vecinos, ¿pero y el funk, por ejemplo? Sí, son fiestas de pueblo, y ya es difícil que pinchen metal y funk, pero la prohibición es otro tema. ¿Miedo porque puedan arrastrar tribus urbanas consideradas indeseables por este ayuntamiento? Esta pregunta se basa, como todas las fobias, en el desconocimiento, en prejuicios de corte paródico casi seguro. Vamos, que creerán que pretenden invocar a Lucifer en medio de los festejos y eso no se puede permitir, claro. Suena ridículo, pero a saber qué se les ha pasado por la cabeza a los mamelucos que han redactado tal sandez. España es bastante abierta, sí, pero en las grandes ciudades. ¿Tópico? Que se lo digan a un gótico que se vista como tal, o un homosexual que viva en una población pequeña. Tampoco es que vayan a recibir una paliza, pero más de una mirada de desaprobación se habrán llevado. Nos guste o no, nuestro cada vez más denostado país (por mucho que Rajoy diga «equish») es un gran pueblo.
Les da miedo lo desconocido o lo que se sale del tiesto, vale, dentro de su razonamiento basado en una visión sesgada de la realidad tiene sentido. Pero entonces, ¿es que hay alguna tribu que se pirre por el country o funk? Entonces puede que su propósito sea limitar la variedad musical a sus géneros predilectos, o una mezcla de esto y lo ya comentado. Y ahí es cuando llega uno de los problema de la clase política y del ser humano en general: la empatía. Qué empezó antes, la falta de empatía o los prejuicios, porque ninguna existe sin la otra. El caso es que mucha gente no entiende que aunque algo no sea de su agrado no significa que haya que prohibirlo o que a otra gente tampoco le guste. Como ciudadanos deberíamos aprender a empatizar con lo que se salga de nuestro círculo social, pero si ocupas un cargo político resulta imprescindible. ¿He dicho un problema del ser humano en general? Sí, pero acusado en la derecha, porque si eres de derechas es porque te importa un rábano lo que le pase al vecino de al lado (hasta que un día eres tú el que te quedas tetrapléjico, claro). Efectivamente, por eso las políticas sociales se asocian más a la izquierda. Pero vamos, que la supuesta izquierda tampoco se ha ganado el título de promotor de la cultura (¿hola PRISA?).
Pero espera, que si uno sigue leyendo esta comedia en forma de normativa leerá «se autorizan todo tipo de músicas siempre que estén interpretadas en español». ¿No hablaban de géneros entonces? ¿Es que no existe el rap o heavy metal en español? ¿Y los ritmos latinos suelen ser en húngaro o cómo? Sí, palma en la frente. Si no tiene ni idea de redactar una ley de manera lógica qué se puede esperar, aparte de que a saber qué problema tienen con otros idiomas (será como cuando la América profunda desconfiaba de Roomey porque sabía hablar francés: el conocimiento es satán). Y si se trata de una estrategia para defender «lo nuestro», primero habría que definir qué es lo nuestro; y si así fuese prohibir otras formas de expresión no parece la mejor manera de potenciar el producto nacional. Pero ya sabemos que en vez de afrontar un (supuesto) problema de una manera coherente, lo más fácil es prohibir.
El problema es que la clase política refleja buena parte de la mentalidad colectiva, y el ninguneo, prostitución e incluso linchamiento a la cultura es el pan de cada día. Y si además gobierna un partido de derechas, apaga y vámonos, porque el tópico de que la cultura es un mero entretenimiento para ellos, siendo fino, va más allá del tópico. Y ya no es que al ciudadano medio le importe más o menos el tema, es que en general además dejamos que sucedan este tipo de insultos a la inteligencia y el sentido común. Y Fuengirola en una localidad más o menos pequeña, pero Madrid no, y la capital es un buen ejemplo de cómo la escena cultural va perdiendo fuelle cada día que pasa. Así se puede leer en este artículo de El País, que no por pecar de sensacionalismo por momentos deja de reflejar una realidad cada vez más patente. ¿Huyamos? No, intentemos cambiarlo.
jarto