Remembering: Slowdive – Souvlaki
Slowdive siempre ha gozado de cierto halo de misterio, no de manera forzada a lo Daft Punk y su identidad, sino como una banda que a pesar de la relevancia de su legado, no siempre reconocida, ha mantenido una imagen de cotidianidad real, y la cotidianidad no es vox pópuli, resulta discreta en su día a día, sin delirios de grandeza ni similar (acostumbrados a músicos con tal afán de protagonismo que eclipsan hasta su propia obra). Y es que en ellos todo fluye de manera natural, que no convencional, con sus más (grandes discos) y sus menos (una separación), como cualquier banda que nació de la ilusión de unos chavales por componer y tocar. Ahí radica también otra de sus grandezas, que incluso dos décadas después planteen la reciente reunión como una manera de ganar algo de dinero y así poder conseguir grabar nuevo material, porque se han dado cuenta en sus primeros ensayos que nada había cambiado, que la fórmula sigue funcionando. Un sueño que revive a modo de reflejo de su eterna juventud de espíritu.
Así, ambas cualidades, cotidianidad y juventud, podrían describir Souvlaki, su segundo disco que data de 1993, para la mayoría el mejor de su corta carrera. Por una parte tenemos lo desapercibido de la cotidianidad, ya que se trata de un trabajo que no llama especialmente la atención, incluso tampoco resulta espectacular porque, sí, estamos acostumbrados a obras que nos revuelvan por dentro tanto por épica como por minimalismo emocional, pero siempre de manera directa y evidente. Debo reconocer que ha sido uno de esos discos de los que necesité muchas escuchas para captar la verdadera grandeza del mismo (y eso que soy fan del shoegaze y dream pop), pero una vez superada cierta línea imaginaria es como pasar de cero a cien en un segundo. Hay discos que crecen con las escuchas, lo normal, pero en este caso es como cuando uno acaba totalmente colado, de repente y sin comerlo ni beberlo, de alguien por el que no dabas un duro, o al menos por el que no veías más que un placer pasajero. Vamos, que pocas veces en la vida (en la vida amorosa una si hay suerte). Y a partir de este momento todo se contempla con distintos ojos, comienzas a embriagarte con cada matiz pero disfrutándolo como un gran y esplendoroso todo. Algo enorme, pero corriente al fin y al cabo, lleno de aristas, subidas y bajadas, porque la realidad es así, enorme en su sencillez, tan cojonuda como fallida, pero sin llamar la atención de manera súbita y estridente. Lo normal, sí, pero hay otro factor más que le arrebata la definición estandarizada de la palabra.
Soulvlaki es un disco que transgrede los límites de la edad, saltándose las convenciones y abrazando la vida como un camino difuso, casi etéreo, que solo unos pocos recorren, a raíz de una actitud asociada a la juventud (y quizás no debería ser así, pero voy a ceñirme a ello), pero nada extraordinario desde una perspectiva poco encorsetada. Aún así esa es la excepción, ya que la mayoría dirían que «es de cobardes», escudándose en el argumento de que esta visión elude las supuestas responsabilidades de la vida adulta. Así podría pensar alguien al escuchar Alison, que hace alusión bastante evidente de las drogas (se trata de la lírica más clara, y aún así tiene sus esquinas oscuras), o en 40 days, donde se hacen eco de su capacidad para hacer olvidar, aunque de primeras simplemente se empleen como método para paliar el dolor, convirtiéndose así en un arma de doble filo. En Souvlaki Space Station se habla sobre el descenso a la locura que incluso podría estar basada en el abuso de estas, generando paranoia y desazón, o quizás al revés. Pero no, no se trata de un disco sobre el efecto de las drogas, no os equivoquéis: estamos ante una obra sobre personas que no pueden asumir un camino preestablecido, donde las drogas son una consecuencia, no una causa, ni buena ni mala, y aunque el resto les puedan tildar de cobardes, ellos son conscientes de la mierda que les rodea, viven con ella, mientras que la mayoría se engañan caminando por la existencia donde la normalidad, en este caso entendida de manera cuadriculada, pretende llenar unas carencias vitales perpetuas.
Y aunque muchos podrían pensarlo, no hay atisbo prepotencia en este mensaje, simplemente es lo que han elegido, o incluso lo que les ha tocado. Porque aquí son la frustración y pesadumbre las que mandan, y no son plato de buen gusto, no se vanaglorian de ello. Y no encontraremos sollozos, no, porque no se revuelcan en ellas cual reina del drama, ya que tampoco pretenden retratar el amor desde un prisma trágico, más bien desde una ambigüedad que hasta puede resultar más destructora que por ejemplo una simple ruptura. Por ello en sus canciones plasman aquel amor que puedes ver pero casi ni palpar, hasta ilusorio (Altogether, Melon yellow), a veces solitario y basado en una esperanza que alguna vez se puede materializar, o eso es lo que queremos pensar (Here she comes). Eso sí, se trata de un amor enmarcado en el pavor de perderlo si es que alguna vez se tuvo (When the sun hits), y que a veces hasta resulta dañino de manera totalmente deliberada (Dagger).
Quizás la banda hace dos décadas también se dejó llevar por la vía más transitada (Mojave 3 era otro rollo) y ahora necesitan conectar con su «yo» primigenio, aquel de alma «joven», que vive la «normalidad» con todas las consecuencias.
Slowdive actuarán en Primavera Sound 2014 y Optimus Primavera Sound 2014.
Puntuación: 9