La música como ficción, más allá de su papel normalizado como reflejo de la realidad

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El rapero de 25 años Pablo Hásel, de nombre real Pablo Rivadulla Duró, ha sido condenado esta semana a 2 años de cárcel por ensalzamiento al terrorismo en varias de sus canciones subidas a YouTube, aunque no los cumplirá por no tener antecedentes -más (des)información aquí-. Obviando la hipocresía que envuelve a todo el asunto, en un país en donde hasta ciertos partidos políticos siguen enalteciendo el franquismo o promoviendo la xenofobia de manera clara y sin tapujos, hay una pregunta que se debería plantear: ¿es siempre la música un fiel reflejo de la realidad, o mejor dicho, desea reflejarla, la del autor más concretamente? Como sucede en todas las ramas del arte, la música también debería poder considerarse como una representación de una ficción, no de la realidad. Quizás en el caso de Hásel no sea así, ya que el autor posiblemente piense lo que rapea (aunque puede que no de manera tan extrema, quién sabe), y algunos espetarán que más que lo que se diga, es la capacidad influir en la gente, pero sobre eso ya hablaremos más adelante. Entonces uno se plantea, ¿qué pasaría si se decidiese llevar a cabo una película sobre la destrucción del poder preestablecido a través de la violencia?

En realidad ya existen, hasta producciones norteamericanas como la notable V de Vendetta (James McTeigue, 2005), basada en el famoso cómic, y dentro de poco se estrenará la película española de bajo presupuesto La Revolución de los Ángeles (Oriol Clavell, 2013), donde unos enfermos terminales, en esta situación debido a los recortes, deciden asesinar a varios dirigentes políticos a modo de vengativo canto del cisne. La película provocará cierta controversia, seguro, pero nadie la llevará a los tribunales. Se trata de una ficción, claro, pero quién dice que sus creadores no opinen lo mismo que sus personajes aunque a la hora de la verdad no lo llevasen a cabo (como el sueño de casi todo trabajador de matar a su jefe, por ejemplo). No he visto la película, pero V de Vendetta sí, y justifican el fin a través de unos medios de todo menos pacíficos. ¿Ensalza el terrorismo? ¿Es Natalie Portman una peligrosa agitadora? En realidad no importan lo que piensen los creadores de estas obras o de cualquiera (aunque algunos pequen a veces de egocentrismo), puede que incluso nunca lleguemos a conocer sus opiniones, pero el mensaje sigue ahí, y además puede influir en el público. Sin embargo en el cine el artista tiene derecho a crear a su gusto, ¿verdad?

Es verdad que en el caso Hásel se nombran a personajes y organizaciones reales, lo que lo hace más directo y personal, pero la sentencia se basa en un «no es admisible en el ámbito de la libertad de expresión incitar a la violencia, o realizar un discurso de odio», así que la condena va más allá de mencionar o no a unos cuantos políticos o grupos terroristas. La realidad es que las dos Españas siguen en pie, y aunque el fascismo tampoco es que esté bien visto, ni el partido en el gobierno se atreve a condenarlo del todo; sin embargo sobre el terrorismo sí que hay más unanimidad, por lo que parece que siempre habrá que andar con más pies de plomo al tratar este tema. No obstante, sin tener en cuenta este factor, que en realidad solo forma parte del contexto de un ejemplo del leitmotiv del artículo (pero del que resulta muy jugoso de comentar), la música sigue considerándose como una realidad tangible, cuando el arte va mucho más allá de eso: puede serlo todo y puede ser nada, no está sujeto a ciertas normas que algunos quieren imponer. La música sufre de esta injusticia, aunque no es el único ámbito, sino que se lo pregunten a Javier Krahe con su «Cómo cocinar a un Cristo» de 1977, un corto que imitaba a un programa de cocina. En este caso, como no estaba enmarcado en una ficción de la manera en la que se suele retratar (película, serie, libro, etc.), las acusaciones de blasfemia se abalanzaron sobre él, cuando un caso de ficción pura como mucho generaría algo de revuelo y poco más.

Sin embargo, volviendo al ámbito musical, resulta curioso que a día de hoy, con lo implantado que está el videoclip en el mismo, que casi no se puede desasociar de este y que en sí mismo se trata de una ficción, todavía haya que escandalizarse e intentar fomentar la censusa. ¿Qué Rihanna se lo fuma todo en We found love y la lía entre algunos sectores de la opinión pública? Pues muy bien, en la vida real no vive como una pordiosera en un barrio chungo de las afueras, por lo que por qué tengo que asumir que esa imagen de yonqui se trate de ella misma y no un personaje. Si Brad Pitt hace de capullo misógino en su nueva película, ¿es que la gente va a pensar que menudo cabrón que está hecho? Claro que no. A veces incluso da igual hasta que el mensaje de la obra haga o no apología de temas espinosos. En el vídeo de Rihanna no hay un mensaje claro acerca de que si las drogas son buenas, incluso sería más bien todo lo contrario, son estas, entre otras cosas, las que les llevan, a «un lugar sin esperanza». Y a pesar de todo las críticas fueron más duras para este vídeo que para V de Vendetta, que hacía gala de un mensaje mucho más claro, por mucho que estuviese ambientada en una dictadura (que en el fondo tampoco dista tanto de lo que vivimos ahora, y esa también es la gracia de la obra). Pero incluso aunque no haya clip alguno, no hay que asumir que el autor esté plasmando su propia identidad en la obra. Que puede que sí, o solo una parte, pero al final el arte funciona a ese nivel de ambigüedad.

A mí me da igual que Hásel hable de exterminar a políticos y que una banda de punk nazi proclame matar a patadas a todos los homosexuales, me guste más o menos su mensaje (en este caso ninguno de los dos), porque el arte funciona así, lo asumo, no sabemos si detrás del mensaje hay una realidad, una sátira o una parodia, y a veces ni se intenta elaborar un mínimo análisis, y sí, hasta cierto punto muchos se escudan en esta excusa para propagar mensajes a veces poco éticos. Incluso estos dos casos se podrían justificar hasta cierto punto como expresión de sus más profundos deseos sin que por ello los fuesen a llevar a cabo, porque a veces el arte sirve para desahogarse, aunque no nos sintamos orgullosos de algunos de esos deseos. Porque hasta en ellos hay cierto punto de ficción.

Sin embargo el mayor problema no reside en esta gente, porque siempre habrá mamelucos por el mundo, pero son los que menos; el gran problema está en la educación que recibe la gran mayoría, para discernir lo que es arte y lo que es opinión pura y dura, y partir de ahí emitir un juicio razonable y coherente. Por mucho que odie a parte de la clase política y a los nazis, no voy a aplicar ningún tipo de violencia sobre ellos y menos porque me lo diga una canción de marras, y porque en otros casos asumo que se trata de una ficción; y no digo que sea una persona ajena al bombardeo continuo de mensajes que sufrimos constantemente, que suelen navegar entre aguas ambiguas, pero por mucho que así sea tengo mis límites, aunque entiendo que el mundo esté lleno de borregos que no se paran ni un momento a pensar. Por ello el peligro no está en el poder de influencia del mensaje que promueven y por el que la justicia actúa, sino en la ciudadanía se deja moldear sin ningún filtro. Por ello la educación debería desarrollar el sentido crítico, además de, y a esto es donde pretendía llegar, darle más protagonismo al arte para entenderlo mejor, en su plenitud, y no dejar llevarnos por preceptos preestablecidos como los que se han planteado aquí. Si no sucede es porque no interesa, evidentemente.

Pero volviendo al artista y a su obra más allá de la masa, puede que a muchos no les guste que Miley Cyrus se toque el chumino, pero forma parte de su expresión, no tiene que dar buen ejemplo de nada a nadie, ningún artista tiene por que hacerlo y en su papel de creador cuenta con ciertas licencias que otras figuras públicas no tienen, porque no es un lo mismo un músico que un político, por mucho que ambos sean personajes públicos. Además de lo ya mentado, mostrar una actitud u opinión no implica que realmente la sigas (se llama empatizar) ni que se quiera que la gente lo haga. A pesar de todo, aunque realmente We can’t stop reflejase su día a día, está en su derecho de plasmarlo (otra cosa es que Hásel se liara a tiros en la Moncloa, eso no, claro), el problema no es suyo, es de la masa, que debería abrazarlo o aborrecerlo, exponiendo razones y teniendo en cuenta los valores artísticos o el contexto de la obra, pero no querer quemarla en la hoguera a la mínima como si aún viviésemos en la Edad Media. Porque aparte de que el arte no siempre es un panfleto, y la realidad es que la ex chica Disney puede hacer lo que le salga, sí, del chumino.

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