Lykke Li – I Never Learn
Tanto en Wounded Rhymes como en su debut, la sueca Lykke Li mostraba diferentes facetas de su poliédrica personalidad a base de ironía, vulnerabilidad, feminismo, pureza, oscuridad, melancolía, descaro o sensibilidad, quizás porque su vida, como la de todos, contiene momentos de todo tipo y pelaje. Sin embargo, de cuando en cuando, sucede un acontecimiento que hace temblar los cimientos de nuestro eclecticismo vital para acabar agazapados en un único rincón oscuro esperando a que la luz ilumine la estancia. Generalmente pocos saben sacar partido a esta tristeza hasta que ha pasado la tormenta (bueno, algunos ni eso), cuando aprendemos de los errores y como psicólogos de tres al cuarto nos autoanalizamos hasta obtener ciertas conclusiones. En el caso de Li al revés: ella saca oro de su sufrimiento, pero nunca aprende, como reza el título.
I Never Learn, en presente, no en futuro, por lo que quizás la conclusión que obtiene de sí misma resulta más bien inútil, solo asume su condición con resignación, porque no es la primera ni la última vez que sucede. La herida curará, pero puede volverse a abrir en cualquier momento; y es que ya se sabe que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. De su luto por un amor esfumado ha surgido un disco de referencia, ya que de las rupturas salen los mejores trabajos (salvo que te llames Madonna), en su caso incluso dejando a un lado el sonido más experimental para lidiar con una producción quizás más convencional pero ciertamente cuidada. En este tercer disco todo resulta mucho más directo, sincero y visceral, y las letras casi no se engalanan con acertijos ni recursos literarios. El dolor no da para florituras.
Temas como el homónimo, Gunshot, Never gonna love again, No rest for the wicked y en general todo el álbum demuestra que el dolor también impide actuar con sensatez. Hasta la persona más racional y orgullosa puede acabar esperando ilusamente a su amor cuando jamás volverá, gritando a los cuatro vientos que es el único que puede salvarla, que jamás encontrará a nadie igual o arrastrándose hasta el patetismo más absoluto. Dependencia en su máxima expresión, sí. Como Lana, aunque Li tiene demasiado estatus para ser apedreada, a pesar de que aquí hay una ruptura real de por medio, por lo que resultaría más lógico que la masa reaccionase indignada (o no, depende de si se guían más por la imagen que por la realidad). Pero aunque así fuese, todo ser humano, unos más, otros menos, se comporta de similar manera ante unos de esos acontecimientos que nos marcan de por vida. El mensaje puede resultar poco ejemplar para los más políticamente correctos, pero dudo que la sueca pensase en ellos cuando paría un disco directo de sus entrañas. Y es que no es difícil imaginársela soltando alguna lágrima en el estudio de grabación.
Posiblemente estemos ante el disco distinto a lo esperado por sus fans, y quizás resulte el más accesible por las razones antes expuestas y porque al fin y al cabo es pop en estado puro a través de power-ballads. Este concepto, tan casposo para algunos, gana un nuevo significado gracias a nueve canciones que no se andan con esa actitud sobria tan bien vista por la prensa especializada, sino estallando en épica con cúlmenes como Heart of steel y sus majestuosos coros o la voz rota, no, descuartizada, de Love me like I’m not made of stone. Esto junto a su honestidad y accesibilidad gracias a un brillante gusto por la melodía pop podrían encandilar a casi cualquier amante de la radiofórmula. Y la tristeza real, que así acabaría en boca de todos y que en teoría podría arrebatarle cierto intimismo a la esencia del álbum, se mantendría sin perder un ápice de grandiosidad a una propuesta tan portentosa y franca. Cuando un disco es así de grande, ni el contexto lo desvirtúa.
Puntuación: 8,5
Lykke Li forma parte del cartel de Sónar 2014.