Coldplay – Ghost Stories

coldplay-ghost-stories Hace poco reseñábamos I Never Know de Lykke Li, que relataba a través de 9 cortes las consecuencias de una ruptura amorosa sangrante, de las que dejan cicatriz, cuando ni el manoseado «el tiempo cura las heridas» sirve de mantra. Chris Martin ha vivido un drama similar que debido a lo mediático de su persona y de su (ex) mujer, todos conocemos, y también lo ha querido reflejar en 9 cortes (aprended de concisión, popstars). Sin el halo de casi luto de la sueca, Martin, alma máter de Coldplay, donde no parece que se tenga demasiado en cuenta al resto de miembros, no se regodea tanto en la tragedia, quizás porque ha sido una ruptura amistosa. Esto no quiere decir que un poso de melancolía no se adueñe de Ghost Stories, sexta obra discográfica que ha generado cierta expectación por alejarse de la senda del stadium-pop.

Es lo que tocaba si supuestamente se trataba de un álbum más intimista y recogido, en un tono acorde con su título, donde los fantasmas del pasado, de aquel amor perdido, son el epicentro temático. Bueno, al menos hasta que llega Avicii en A sky full stars y ahí es cuando unos acaban de mala leche (y otros en la pista de baile), un pecado que muchos no perdonarán pero que en realidad no choca tanto con el espíritu de la banda, que nunca han hecho ascos a remezclas bailables y que parte de su último cancionero eran temas dance camuflados en un sonido pop-rock. Eso sí, podían haber escogido por otro productor menos evidente. También tras la mesa de sonido está Madeon, que no ha optado por el churro sonoro de ARTPOP, donde producía tres temas, sino por la moderación de Always in my head y O. Timbaland también se deja caer en True love, pero salvo las bases, tampoco se acerca al (glorioso) petardeo de sus mejores hits (ni a la calidad, la verdad, aunque se trate de un tema bastante apañado).

A pesar de la procedencia de estas figuras, el gran Paul Epworth saca el látigo para preservar el aura de contención que exige el álbum, incluso ante el ramalazo EDM, y deja que otros nombres como Jon Hopkins o Mark «Spike» Stent se luzcan, conformando una producción muy rica y trabajada. La coherencia con el leitmotiv se mantiene, extendiéndose a unas letras que observan al amor esfumado con mirada afligida pero hasta cierto punto triunfante por el tiempo en el que se mantuvo vivo; y como era de esperar, la plasmación de estos sentimientos no destaca por una gran complejidad lírica, tirando a veces de demasiados lugares comunes. Los últimos discos de los ingleses tampoco es que destacasen por ello (quizás Viva la Vida sí que gozaba de mejor salud lírica), pero en este caso no generan casi sonrojo, al contrario que en X&Y y su toque emo depresivo.

El problema del álbum radica en confundir intimismo con cierta languidez. Asumiendo que estamos ante una banda pop, se echan en falta ganchos que sí que tenía el tan vilipendiado Mylo Xiloto, o si nos ponemos exigentes, himnos que oscilen entre la introversión y extraversión (como en la reciente y grandiosa Atlas). Por ejemplo en Midnight la melodía no rompe esquemas, pero la atmósfera resulta tan sugerente y taciturna que tampoco se echa en falta un estribillo ganador. O en Magic, que en realidad se presenta bastante plana a nivel compositivo, y sin embargo su emotividad sobria encandila. Pero el fallido coletazo de Parachutes en Oceans y el tedio melódico de Another’s armsAlways in my head, a pesar del excelente diseño de sonido, aburre a las ovejas por encima de estas virtudes. Por suerte True love y la simpática Ink levantan el conjunto, y O, sin deslumbrar, aporta un interesante prólogo casi celestial (¿la paz tras las lágrimas?). Y no nos engañemos, el tema de Avicii convence porque todos llevamos a un pequeño zapatillero en nuestro corazón.

Al final no se trata de un disco redondo, y el incidir en la introspección y rebajar el chispazo pop no ha supuesto la mejor decisión del mundo, porque ambas facetas se pueden complementar sabiamente (que se lo digan a Lykke Li). Sin embargo el resultado dista de ser un desastre, porque sin ser unos genios (si lo fueran habrían conseguido el mentado equilibro pop/introspección), asumen lo que son y siempre han sabido moverse con sabiduría en las turbulentas aguas del pop mainstream. Lo que se percibe, y en eso gana de largo a su predecesor, es ciertas dosis de honestidad que resulta difícil de encontrar en un disco de supuesto índole comercial, lo que le otorga aventaja frente a otros últimos trabajos de bandas coetáneas (Muse, The Killers, etc.). Habrá que ver cómo les funciona, obviando A sky full stars, en las listas de ventas, porque se trata de un álbum donde la suma de las piezas es superior a la deconstrucción de estas. Y a todo esto, ¿qué opinará Gwyneth Paltrow?

Puntuación: 7

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