Lana del Rey – Ultraviolence

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Cómo cambian las cosas. Cuando Born to Die de Lana del Rey vio la luz hace algo más de dos años, la mayoría de la crítica se abalanzó sobre él. Que si solo el tema titular y Video games valían la pena, que dormía a las ovejas, que la sensación de déjà vu era constante, que menuda imagen de mujer dependiente transmitía, etc. Muchas de aquellas opiniones siguen vigentes, pero como todo, una perspectiva distinta cambia la manera de afrontar y aceptar una misma realidad. ¿Y qué ha cambiado en todo este tiempo? En realidad poco, porque Lana sigue en sus quince, pero el tiempo a veces se impone sobre los prejuicios, y lo que en un momento nos pareció desdeñable, en otro nos encanta, y viceversa. Bueno, y la chica y su equipo supieron colársela a buena parte de sus detractores incluso tras esquivar un primer intento en el momento de su lanzamiento. A eso se le llama perseverancia e inteligencia.

Sin embargo, incluso siendo fan de su debut, reconozco que todavía se mantiene aquella sensación de piloto automático, de explotar siempre la misma fórmula y no siempre afinar, y sobre todo la de publicar el disco deprisa y corriendo para aprovechar ese supuesto pico de popularidad que en realidad siguió creciendo con el paso de los meses. Ahora que su fama ya está asentada no hace falta seguir tirando de triquiñuelas y es la música lo verdaderamente importante. Incluso su imagen ha quedado relegada: solo hay que ver el vídeo de West Coast o el arte del álbum. La estética sigue la estela del debut, pero denota cierta dejadez (la portada es muy «jo, tía, me has pillado volviendo del Consum»). Parece que Lana quiere dejar claro que siempre fue una cuestión de música, no de florituras que, sí, ayudaron, pero de las que no se puede vivir eternamente.

El universo propio ya está creado, entonces, ¿por qué explotarlo más? No le ha visto sentido alguno, y eso que la música mantiene la conexión con el glamour, la decadencia y el vacío existencial de una vida que en ningún momento llega a satisfacer. Ultraviolence no traiciona a este tono, pero en este caso el glamour se identifica más con un mundo más sórdido y excesivo (como en Tropico). Además despliega si cabe un mayor halo de intensidad y de supeditación ante el embrujo de su macho alfa, que es el más malote del barrio. A estas alturas puede chirriar el tópico de la chica que se pirra por los chicos malos, pero asumiendo la ficción de su obra, todavía hoy resulta irresistible.

Temáticamente Cruel world, apertura del álbum, puede confundir, ya que es ella la que lleva las riendas, incluso alude a un posible asesinato para hacerse con el poder de su emporio (criminal, por supuesto), pero en el siguiente tema, el homónimo, se deja maltratar y le gusta («me pegó y lo sentí como un beso»). Nunca había aludido de manera tan directa al asunto, pero ahora se mea encima de las feministas que se le echarán encima. Y el resto de cortes tres cuartos de lo mismo. ¿Ficción o realidad? Mejor dejarlo en el aire. A pesar de ello, Lana lo es todo menos un modelo a seguir, y en este disco lo reafirma de manera más obvia, sin pelos en la lengua.

Si hablamos de sonido, la influencia trip-hop del debut ha desaparecido debido al trabajo de Dan Auerbach de The Black Keys en la producción, pero sigue sonando rica y sin pecar de homogeneidad, por lo que en parte se resuelve uno de los mayores «peros» de su debut. Además esta vez sí que existe una coherencia más palpable con su imagen vintage, ya que se perciben continuos guiños a los sesenta y setenta en el diseño de sonido.

«Esto es magnífico», dirán algunos, «¿pero dónde están los hits?». Pues no aparecen por ningún lado, o al menos no de manera evidente. Parece que Lana también se ha querido desprender de esta faceta, a pesar de que tampoco es que los singles de su debut copasen las listas. Es como si hubiese pensado: «¿qué os chifla una versión zapatillera de una de mis canciones? Pues ahora os vais a cagar». Chica, te hubiésemos tomado en serio igual, y algún Blue jeans o Born to die no hubiese sobrado; pero no es menos cierto que el equilibrio entre temas resulta más estable, así que hay que darse con un canto en los dientes por no haber atiborrado el disco de morralla inocua.

La traca inicial de Cruel world, Ultraviolence, Shades of cool, Brooklyn Baby y West Coast es intachable, pero joyas como Fucked my way up to the top, Sad girl o la versión de Nina Simone The other woman no provocan que el álbum pierda fuelle. Porque hasta los bonus tracks son notables, incluso mejor que algunos de los 11 temas de la versión estándar (cambiaría Pretty when you cry y Money power glory por Guns and roses y Flipside). Un conjunto sólido que no acabará desmenuzado en los reproductores de millones de personas.

Casi seguro que Ultraviolence no gozará de la repercusión de su predecesor, pero aparentemente Lana se siente más segura en su condición de artista perdurable (aunque afirme que le gustaría estar muerta), rompiendo con la imagen de muñeca prefabricada y callando las bocas que dudaron de su talento. Sigue sin ser la diosa que muchos proclaman (talifanes everywhere), pero la huella que ha dejado es ya imborrable. La reseña del anterior disco la cerré así: «¿Born to die? Por ahora no le ha llegado la hora. En un par de años ya se verá». Pues ya se ha visto que no. Larga vida a la reina de Saigón.

Puntuación: 7,7


Lana del Rey estará en la primera edición de Vida Festival.

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