Porter Robinson – Worlds

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Porter Robinson publicó con solo 19 un EP de house progresivo que tanto gusta para finalizar un festival a lo grande (para algunos, otros huyen despavoridos). Sin embargo, durante los primeros coletazos de 2014, presentó el adelanto de su debut, Worlds, y muchos fans del baile desenfrenado se echaron las manos a la cabeza. Sea of voices no es que fuera menos movida, es que se trataba de un tema instrumental más propio de la banda sonora de una película más grande que la vida, claramente inspirado por M83. La realidad es que la similitud con la última etapa de Anthony Gonzalez rozaba el ridículo, pero hay que reconocer que el jovencito de Robinson plagia con garra y salero.

El segundo single tampoco tranquilizaba a los fans; y es que Sad Machine es 100% pop. Y una vez más el plagio estaba servido y es el que más se extiende a lo largo de Words: Passion Pit. Tras un chute de BPMs, el chaval por fin se adecua por fin a la pista de baile gracias a Lionhearted, tercer single que también se inspira en la banda de Michael Angelakos y que debería triunfar allá por donde vaya. Pero aunque en general todo el disco suene a reciclaje y pastiche, Robinson mantiene el interés del oyente gracias al empleo de recursos y ganchos adictivos más allá de los eclécticos singles, cualidad que se mantiene en casi todo el álbum.

Lo bueno es que a pesar de esta variedad sonora el álbum sigue una línea coherente, salvo en Fellow feeling y Goddby to a world, que cierran el álbum buscando el poligoneo fácil y forzado. La casi instrumental Divinity (casi, porque cuesta adivinar la voz de Amy Millan de STARS) abre con sabiduría el disco, mezclando los diferentes registros que se escucharán en siguientes cortes: electro, bitune, instrumentación, synth pop, etc. El electro-pop de Years of war incluye un riff muy zapatillero aunque el propio tema no lo sea, chocando de primeras para acabar convenciendo; y las algo naíf y divertidas Hear the bells y Flicker se ganan fácilmente nuestro corazón.

A la legua se nota  que ha querido derrochar mayor trascendencia a través de su música (esos ampulosos instrumentales, el tono grandilocuente de algunos temas, la duración exagerada de las canciones), y aunque el resultado es, como se ha comentado, adictivo, el objetivo se ha quedado a medio gas. Es un disco entretenido como el que más, y ese es su principal cometido, pero si ha querido perpetrar un cruce más contundente entre Gossamer y Hurry Up We’re Dreaming, la jugada no ha salido redonda. Sin embargo sí resulta ideal para disfrutar con amigos, y sobre todo en festivales, porque a espíritu festivalero no le gana nadie. Le esperamos el año que viene por aquí.

Puntuación: 7

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