Cuando un chorro de voz no es suficiente

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Ariana Grande es la popstar de la que todo el mundo habla. Sin embargo la que podría convertirse en la diva del año puede que se quede en el camino debido a un sutil pero importante detalle: tiene el carisma de una acelga. Y con carisma quiero decir actitud, presencia, desparpajo, etc. Normal que en los iHeart Music Awards Rihanna se descojonase al presenciar la actuación de su hit Problem (aunque la barbadense debería verse en cualquier vídeo de sus comienzos). Es cierto que la chiquilla goza de una gran capacidad vocal que ha generado que algunos la sitúen como la sucesora de Mariah Carey. Los lumbreras que lo afirman deben de estar hasta arriba de lo que fuma Miley Cyrus, porque a pesar de la decadencia en la que se haya sumida la Ana Obregón yanqui, en sus años de gloria esta se hubiera comido con patatas (ahora lo haría literalmente) a Grande, incluso cuando jamás destiló el flow de otras coetáneas del r’n’b.

Este caso me hace pensar que en el mundo del pop comercial hay dos vertientes a la hora de calificar artistas: están las grandes voces y las y los grandes «entertainers». Por un lado tendríamos a las Mariahs y por otro las Madonnas. No son ámbitos cerrados y hay casos intermedios, e incluso ejemplos donde de pascuas a ramos alguna pone el pie en el otro grupo, o al menos lo intenta (Madonna en Evita).  Lo curioso es que programas de televisión en la onda de American Idol, Operación Triunfo y derivados siempre han hecho mayor hincapié en la relevancia de la voz frente al carisma como requisito indispensable para convertirse en grandes estrellas y artistas de verdad (o lo que ellos creen que es un artista).

Ese argumento siempre ha existido de manera vox populi, pero este tipo de shows lo expandieron hasta el absurdo. «Qué chorro de voz» y comentarios similares han supuesto el peor de los castigos para muchos melómanos, que ni los replican ante la instauración en la mentalidad colectiva de este tipo de convenciones a la hora de valorar la música. En la misma línea se tiende a confundir la capacidad de llegar a notas altas y entonar con cantar bien, que a veces hasta deriva en un griterío que no tiene ni pies ni cabeza. O pensar que en cualquier canción es válido berrear. O emparentar la elegancia con este tipo de cantantes, cuando «verdulera» se ajusta más a la realidad. Tantos y tantos tópicos a desmontar, sí.

Hay casos donde una voz potente puede maquillar cierta ausencia de carisma, pero en el caso de la ex chica Disney no hay nota alta que compense tal nivel de dejadez sobre un escenario. Si en la mentada actuación ya resultaba bastante evidente, sin llegar la sangre al río, eso sí, en su reciente paso por America’s Got Talent el drama inundó el escenario al interpretar (o algo) Break free. Podéis «disfrutar» de ella justo encima, donde por cierto aquel día tampoco es que fuese muy sobrada de voz. Por si fuera poco en el vídeo del tema ni un buen montaje es capaz de ocultar la total ausencia de gracia de su protagonista. Y mira que es difícil ser soso en un clip, salvo que seas Rebecca Black. Katy Perry cantará como grulla en celo, pero al menos sus actuaciones resultan dicharacheras y ella refleja una imagen de amiga divertida con la que dan ganas de cerrar cualquier chiringuito. Con Ariana Grande no me iba ni al Consum. Hasta Britney, que no canta, no compone, baila regulero y casi ha perdido cualquier atisbo de carisma (basura blanca en toda regla), se ha convertido en una parodia de sí misma y entretiene al personal aunque sea a base de reírnos con y de ella.

Hoy hablo de Ariana Grande, pero en realidad siempre ha habido casos similares, aunque no sé si tan extremos como ella. Quizás le suceda como a Rihanna, que con el paso del tiempo pasó de ser una intérprete del montón para fraguarse una presencia tanto fuera como dentro del escenario, algo que aplaudimos en este post sobre el papel de los intérpretes. Porque aquí defendemos mucho esa figura musical, incluso aunque no componga, porque otorgan vida a un pentagrama, cada uno a su estilo y de manera intransferible, pero no todos con el mismo talento. Por ello al final la actitud manda, a veces demasiado, por lo que un equilibrio resulta vital. Ella es guapa, tiene una capacidad vocal flexible, participa en la composición de sus temas; ya tiene mucho ganado. Así que ya sabe lo que toca: convertirse en una intérprete a la altura del resto del conjunto o dedicarse a hacer calceta. Pero ella no es única que debería hacerlo, por desgracia.

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