Crónica Primavera Sound 2015
Miércoles
Otro año más de odisea, que gracias a Dios comienza de manera ligerita el miércoles. De primeras estaba Panama, que aunque contaron con un par de hits muy eficintes en directo (especialmente Stay forever), de la media hora que duró el concierto, alrededor de diez minutos no tocaron culpa de varios errores técnicos, por lo que su actuación no supo a casi nada, y porque además era un formato demasiado enlatado (piano y batería) para una propuesta que no lo necesita. Mención aparte su batería, tan talentoso como impúber.
Christina Rosenvinge siempre es una apuesta segura para sus fans, pero le cuesta conectar con quiénes no lo son (y más en un festival plagado de guiris y en un día donde solo hay un escenario). Un sonido muy correcto y ella encantadora (y por supuesto guapísima), haciendo alusión desde el primer momento al vuelco electoral de los últimos días, lo que inundó su setlist de un aura de actitud positiva. Más guitarrera que en estudio, te puede llegar más o menos, pero pocas pegas se le puede poner a su directo.
Lo más esperado de la noche fue OMD, que por supuesto no decepcionaron. Abrieron con Enola Gay, por lo que dejaron claro que no solo sobreviven gracias a un tema que fue y es un éxito superlativo. Tuvimos jarana en Tesla girls, el gran cierre que supuso Electricity, Messages, momentos de introspección y épica con Maid of Orleans o una única concesión a su último gran disco (Metroland), por lo que por otra parte era lo lógico. Un setlist muy completo, variado y satisfactorio donde brilló la enérgica interpretación de Andy McKluskey, que se sigue moviendo como si fuese todo un chaval. Sí, los ochenta siguen molando.
Jueves
Como asistir a Panda Bear al Forum era una misión casi imposible, una opción de similar pelaje era Ocellot. Los catalanes tienen, salvando las distancias, a Animal Collective y su pop electrónico y psicodélico como referente (su modelitos además iban a juego con ello), resultando ideal para esas horas de la tarde. Llama la atención su cantante, que parece sacado de una película de instituto de los ochenta, cuando un treinteañero interpretaba a un adolescente. Un carisma extraño que, por cierto, contrastaba con la sobriedad en ropaje y actitud del bajista.
Pero si los anteriores casaban con un entorno de media tarde, Twerps directamente nacieron para ello. A pesar de cierta falta de garra (quizás coherente con su rollo nerd, algo paradito), fue, a pesar de que el sonido chirriaba un poco, un concierto decente, de lo que los ves mientras te bebes una cerveza y coges un poco de sol. Es decir, una experiencia agradable pero bastante intrascendente, y sin llegar a meterte del todo. Pero bueno, su indie pop es a lo que juega.
La propuesta de Cheatahs es interesante, con un punto friki, como ya que se comentó en la reseña de su último EP (abrieron con Murasaki, su tema en japonés). En directo además añadían capas de abrasión shoegaze que quizás resultaban algo excesivas para ese contexto (¿quizás programarlo de noche hubiese sido una mejor opción?). Eso sí, a pesar del ruidismo de la propuesta, sonaba de puro lujo.
Viet Cong son tan jóvenes que da miedo la madurez sonora y el tono de su debut. Sin embargo en directo parte de ese oscuro encanto se diluye y la representación de sus canciones pierden cierta fuerza. Aun así un concierto más que aprovechable y que deja claro que hay que seguirles la pista. Y qué coño, pues eso, son jodidamente jóvenes, todavía les queda mucho camino por delante para dejarnos boquiabiertos.
Uno puede pensar, y con razón viendo el panorama, que un grupo pop electrónico como Garden City Movement podría presentar una propuesta ciertamente enlatada. Para nuestro asombro eran cuatro músicos que manejaban varios instrumentos más allá de pulsar un par de botones en un ordenador. Un concierto en el magnífico escenario H&M (da al mar, no se llena y es medio abierto) que hizo bailar al personal, a pesar de que la mayoría ni les conocían, presentando con tino su último y brillante EP. Toda una sorpresa.
Roman Flügel y su intrigante tech house abría la veda del escenario Bowers & Wilkins, este año con una carpa más abierta y de mayor tamaño, para que no se vivieran los momentos de aplastamientos de la edición anterior (eso sí, a pesar de la comodidad, tenía más encanto que el nuevo). Por supuesto sonó maravillosamente bien, que es lo que te venden, y su denso y elegante pero bailable sonido se llevó de calle al personal.
The Replacements tenían tantas ganas de tocar que incluso salieron con diez minutos de antelación, por lo que obligaron a los técnicos de sonido a detener la típica música de ambiente previa a base de silbidos y finalmente con un guitarrazo a modo de «ey, ya estamos aquí y se impone nuestra ley». Un no parar de energía punk donde no hubo lugar para clásicos más tranquilos como Androgynous o Here comes the regular. Daba igual, no había espacio para las lamentaciones, su entrega era tal que la única opción era dejarse llevar y, si eso, botar como un descosido. Ah, y aunque empezaron antes, terminaron a la hora prevista. Gracias.
El escenario Pitchfork a veces parece que tiene vida propia y nos odia. Parece que la maldición de este emplazamiento sigue vigente y Mineral lo sufrieron, con un sonido realmente deficiente. Pero no hay que echar la culpa solo al tridente, ellos tampoco estuvieron muy finos, especialmente Christopher Simpson, que se quedó a gusto con unos cuantos y desafortunados gallos. A veces no solo de comeback vive el espectador, y en este caso no fue suficiente.
Lo de Antony es de otra galaxia. Primero por tener las agallas de apostar por programar su directo en un escenario al aire libre, después por traerse una gran orquesta de acompañamiento, y también por evitar que le resten protagonismo (pocos momentos de épica desmedida hubo en lo que se refiere a la instrumentación). Pero si hay que alabarle es por saber domar a un público casi en silencio sepulcral, lo que resulta muy complicado de vivir salvo que un concierto se celebre en un auditorio o similar. Pero es que él lo vale, y mucho. Incluso aunque no te hubieses escuchado un disco suyo en la vida, las cotas de emoción eran tan altas que resultaba complicado no quedarse anonadado por su magnética presencia. Incluso unos visuales que a veces podían resultar algo cómicos no arruinaron la función. Y es que todos los ojos se posaban sobre él, lo que sucediese alrededor desaparecía. Un ángel caído del cielo.
Resultaba curioso que a Tyler the Creator «solo» le cediesen un escenario mediano como es el Pitchfork, pero parecía que poco le importaba, porque lo dio absolutamente todo sobre el mismo. Un personaje que puede provocar tantos odios como pasiones pero que jamás deja indiferente, con un rapeo fluido y estridente, sin dejar de moverse de un lado a otro, saltando como si la vida le fuese en ello (para muestra, la foto). Un exceso muy agradecido que incluso los que no adoren el género (pero con mente abierta) pueden degustar.
El debut de Chet Faker no destaca por su carácter bailable, pero a aquellas horas de la noche era lo que tocaba, por lo que potenció esta faceta, tomando los temas más electrónicos y medianamente movidos e inyectándoles un chute de cafeína. Aun así algo fallaba, más allá de unos bajos que retumbaban en exceso. Quizás se le haya aupado demasiado alto en tan poco tiempo, porque se echaba en falta ciertas dosis de carisma sobre el escenario, porque escuchando el disco se esperaba algo más allá que un buen artista, una estrella. Un show decente, pero que no noqueaba.
Un caso similar era el de James Blake en lo que se refiere a una obra más o menos sosegada que en concierto potencia. Las altas horas de la noche era lo que pedían, pero solo en el último tramo pudimos echarnos unos bailes. Sin embargo, horarios aparte, la sensibilidad del inglés está por encima de cualquier escollo contextual y todo brillaba a gran altura: su voz e interpretación, la emoción transmitida, la calidad del sonido, el cuidado en los detalles y arreglos, la sencilla pero eficiente puesta en escena, etc. Y además va y termina con The wilhelms scream; pues para ponerle un piso, oigan. Nunca un formato tan masivo resultó tan íntimo, incluso a la hora de bailar. Una delicia. Y no, una rareza como su último EP no fue la línea a seguir en el concierto. Menos mal.
Viernes
The New Pornographers es una banda que no puede no gustar, y en directo lo demuestran. Tampoco es que fuese el concierto de nuestra vida, pero su maestría (power) pop está fuera de toda la duda. Sin Bejar ni Case, como era de esperar, tejieron un setlist con lo mejor de su último disco, aunque quizás se echó en falta mayor presencia de los tres primeros y menos de los tres últimos. Pero si este aspecto iba dejando cierto poso de amargura, todo se resolvía con la épica emocional de The bleeding heart show, donde incluso no se echó de menos a Case en el tramo final (su sustituta, Kathryn Calder, poco tiene que envidiarle).
Miedo había que la actitud punk y hippie de Horses se viese empañada por la religiosidad que luce Patti Smith en los últimos tiempos. Para nada, solo un crucifijo y ya, y el resto la misma actitud que hace cuarenta años. Cerca de los setenta y todo un torbellino que no deja títere con cabeza (ya les gustaría a muchos con treinta), como sucedió en la salvaje Gloria, que fue el pistoletazo de salida, y a partir de ahí interpretó todo el disco en el orden del tracklist. También hubo momento para la añoranza, como cuando dedicó Elegy a muchos artistas difuntos, incluido su marido, aunque originalmente era para Jimi Hendrix. Como si no resultase algo obvio, el talento de la neoyorquina abarca un amplio espectro de sensaciones musciales, y su luz parece infinita. Sabemos que no, pero pensar eso nos entristece, por lo que preferimos contemplarla como un mito eterno.
Otra vez el Pitchfork nos la jugó en Tobias Jesso Jr. Entre que White Hills en el escenario de al lado eclipsaba su sencillo set (él y un piano), y que el sonido se quedaba estancado en la cúpula, había que acercarse mucho si uno quería enterarse de algo. Y el chico le echa ganas, es simpático y ocurrente en sus chismorreos y hay canciones de su debut como Can’t stop thinking about you que embelesan, pero las trabas para disfrutar de su recital eran tal que la decepción fue la gran protagonista. Parece que al final el sonido mejoró ligeramente (o eso, o que nos habíamos acostumbrado), pero no fue suficiente para salvar la función.
Había cierto pesimismo respecto al concierto de Belle & Sebastian, porque su concierto de hace cuatro años en el mismo escenario fue un desastre, especialmente debido a un sonido nefasto. Abrieron con la bonita Nobody’s Empire de su reivindicable último trabajo y las dudas se disiparon. A este disco, por cierto, no le dedicaron más que un par de temas más, destacando The party line, que mejoraba considerablemente en directo. La primera media hora todo fue como un reloj, la segunda quedó algo lastrada por alguna medianía y ciertos lapsus que sobraron (esa felicitación a su hijo, por muy adorable que fuese). Por supuesto se echaron en falta muchos clásicos, pero es lo que toca en este tipo de eventos con bandas de semejante discografía. Pero (casi) terminar con The boy in the arab atrap, subiendo a fans al escenario en modo jolgorio, lo compensó. Los que dicen que están acabados, a callar.
Lo de Sleater-Kinney se veía venir. El comeback de este año no fue un simple capricho, y aparte de parir un gran disco, se anticipaban directos brutales. Y así fue, con una energía y garra sobre el escenario que conquista desde el primer minuto e invita a unirse a su fiesta riot grrrl. Un buen repaso a todos sus discos, gran protagonismo del último (confían en su nuevo material, claro que sí, no como otros), y debido a la hora y pico y a que sus temas no son precisamente largos, pocos clásicos se echaron en falta. Y la complicidad entre ellas y el público era total, incluso aunque se mostrasen parcas en palabras. Esas cosas se notan. Algunos dirán que son unas gritonas sin ton ni son; eso es que no han entendido nada. Y por cierto, precioso fondo de escenario.
El atractivo de Steve Kilbey en lo que se refiere a personalidad (esos spokens ponían la piel de gallina), el tono oscuro y algo enigmático de su estilo y un sonido que rozaba la perfección fueron los mayores baluartes de The Church, que no es una banda con un directo destinado a todo el mundo, quizás por cierta linealidad. Es una banda para fans, eso está claro, pero no se puede obviar su calidad escénica, que demostraron con creces.
En Primavera Sound a veces no entienden de popularidad, y eso está bien, porque Run the Jewels, a diferencia de Tyler the Creator, sí que fueron programados en un gran escenario (y el primero es muchísimo más famoso que el dúo). Y además las expectativas de público se cumplieron. Killer Mike y EL-P se comen el escenario (no, no hay mala leche en el comentario) y el público se entrega como si les fuese la vida en ello. Es un hip hop muy puro, pero a su vez accesible, y que en directo además potencian sus virtudes, por lo que se puede disfrutar sin prejuicios. Y es que ya se sabe que hay muchos sobre el género, pero aquí se esfumaban.
Que Ariel Pink es todo un showman es algo que asumimos con algarabía, pero a veces se le ha criticado por centrarse demasiado en hacer el chorras y descuidar el aspecto musical. Sin embargo durante la hora que duró su concierto nos descojonamos con el ácido y descacharrante humor que sabe trasladar del disco al escenario (el momento conversación de Black ballerina junto a su batería en bikini fue surrealista), pero las canciones seguían mandando. No hizo concesiones a su banda y se centró en su excelente último álbum, lo que no afectaba a la gran variedad en el setlist, una calidad de sonido muy afinada y un esplendoroso Ariel con el que nos hubiésemos ido de juerga al acabar el concierto.
Jon Hopkins siempre ha hecho gala de una faceta muy ambiental, pero era de esperar que a las dos de la mañana iba a ser su rama más IDM y tech house la que iba a predominar. Incluso a la ambiental y bigger than life Life through the veins le añadió cierta pátina bailable, por suerte manteniendo la esencia original, eso sí. Junto a buenas proyecciones (preciosas las del skater) y unos bailarines con hula hoops lumínicos que generaban un bonito efecto en la oscuridad, sus texturas electrónicas convencieron al personal, emocionándonos por momentos, especialmente en el primer tramo, pero sobre todo haciéndonos bailar en el segundo. De manera sofisticada y nunca vulgar, evidentemente.
Si hemos dado tanta cancha a Movement, es por algo. Su directo, aunque escaso en minutado, repartió intensos momentos densos y lubricados, supurando sexualidad ante bailes ralentizados y envueltos en oscuridad. Entre guiños a Drake y una curiosa versión de Suga Suga de Baby Bash, dejaron constancia de su buen hacer a la hora de plasmar sus excelentes composiciones en directo, y que su r’n’b no solo sobrevive después del estudio, sino que gana en fuerza y presencia. Y vaya voz la de Jesse Ward, madre.
Sábado
Diiv era el grupo perfecto para la tarde, pero a pesar de la ocasión, se mostraron algo desconectados del público. El sonido y su profesionalidad no decepcionaron, y sin embargo seguía faltando algo. Las nuevas composiciones, que fueron la mayoría (solo hubo tres temas de su gran debut), también anticipan lo que posiblemente será un notable segundo álbum, pero sin estar disponible en el mercado, quizás debieron regalar un concierto más accesible en este sentido. No obstante, ellos son muy de ir a su rollo, pero al final tocas para una audiencia que en este caso poco a poco iba descendiendo.
Algo similar se podía decir de American Football, pero por su estilo aquella separación entre artistas y público no resultaba tan evidente. Tocando su único disco, puede que faltase algo de emoción en el asunto, pero tampoco se puede decir que estemos ante uno de esos comebacks injustificados. Hicieron su trabajo y triunfaron para sus seguidores, aunque por el camino se dejasen a curiosos que, como sucede siempre en los festivales, se acercan para descubrir las bondades de una propuesta desconocida para ellos.
Mac DeMarco es otro showman que le gusta más hacer el ridículo que un lápiz a un tonto. Incluso aunque no seas un fiel de su absurda iglesia, puedes sacar partido a un directo suyo; si además lo eres, podrás disfrutar de canciones que se mantienen dignamente fuera del estudio. Como anécdota hay que mencionar la versión de Yellow de Coldplay a cargo de su bajista, mientras DeMarco arreglaba la cuerda de su guitarra. Eso es improvisar y saber mantener a flote un espectáculo da igual lo que acontezca.
Se echaba de menos una diva a la antigua usanza en el festival, y Tori Amos felizmente cumplió ese papel a la perfección. Tan risueña y pizpireta como siempre, era ella y su piano y teclado frente un público que acabó entregado a sus encantos. Presentó una colección de canciones tremenda: versiones como In your room de Depeche Mode, el mash up que nunca falta en sus repertorios (de Raspberry girl y You spin me round de Dead or Alive), un momento bailongo y clásicos que estremecían como Silent all these years y sobre todo Crucify. Se le podría reprochar unos últimos discos algo reguleros, pero sus directos son para enmarcarlos. Y ella es muy Ella, y nos encanta.
Las idas y venidas de la trayectoria de Foxygen quedan reflejadas en directos donde directamente pierden el sentido al ridículo. Pero mientras que Pink y DeMarco son autoconscientes de lo que hacen y mantienen la dignidad, Foxigen rozaban la fina línea del ridículo. En más de un momento la cruzaban (es lo que tiene ir, como mínimo, como una auténtica cuba), pero por suerte la dignidad musical no se esfumó del todo. Pero vamos, que tampoco es para repetir.
Si hay un grupo de corte industrial, ese es Einstürzende Neubauten. Literalmente. Usar tuberías de percusión, un instrumento metálico que no para de girar y que genera sonido al pasar una especie de baqueta o una plataforma que deja caer pequeños tubos de metal para generar un clímax final en una canción, demuestra que este calificativo les viene corto a algunos, pero a ellos les define a la perfección. Es una propuesta espesa, porque casi todo es spoken y el concepto melódico es ciertamente limitado, pero merecía la pena darle una oportunidad, porque pocas veces se puede contemplar un espectáculo de este calibre.
Desde Malawi llegaban Les Ambassadeurs, un concierto diferente a lo acostumbrado en el festival, donde los ritmos africanos se adueñaban del escenario Ray Ban y muchos se animaban a bailar gracias al exotismo que desprendían sus composiciones. En realidad redefinen el concepto de afro pop, tan explotado en los últimos años, tomando lo mejor que cada casa, y sin perder su esencia. Jazz, funk y pop al servicio del mestizaje. Porque esto sí que es mestizaje, y no lo de Chambao.
Lo de The Strokes fue la decepción de la noche. Que no están en su mejor momento es algo de dominio público, pero esa sensación se transmitía en un directo donde, a diferencia de por ejemplo Sleater-Kinney, no había la necesaria complicidad entre ellos, lo que nos hacía pensar que solo siguen ahí por la pasta. No es que tocasen mal, todo lo contrario, pero se notaba en exceso que estaban en piloto automático, y la compenetración de Casablancas con su público también era nula. Incluso sus fans no pudieron negar lo evidente. Al final hasta daba más juego el esperpéntico aspecto de su líder que la calidad del directo. Ese pelo rosa cortado a cachos como si Cyndi Lauper se hubiese vuelto loca con unas tijeras, ese atuendo digno de psiquiátrico y ese papadón(preach). Pues eso, que al final los chismorreos resultaban hasta más jugosos, y la música, una mera anécdota.
Si alguien ha visto algún directo de Dan Deacon ya sabrá que siempre le gusta liarla entre el público con juegecitos de baile que amenizan su colorida y desbocada propuesta. Ayudan, pero no servirían de nada sin un grueso musical, que por suerte lo hay. Centrándose sobre todo en su genial último largo, el desparrame estaba servido y el público enloqueció hasta el punto de levantar en el aire y desplazar sobre la masa a cualquier individuo que accedía (o no) a ello, además de los consabidos pogos, claro. Y él es un cachondo que no se corta un pelo a la hora de la mandar a la mierda a unos imbéciles que tenían enganchado a una cuerda un dragón (o algo) hinchable que resultaba realmente molesto. Un hacha.
HEALTH es pura contundencia, simplemente. Su mezcla entre rock y electrónica resulta perfecta para el directo, donde bailas con la cabeza a golpes de batería (ideal para acabar con el cuello fino, filipino). Nuevas canciones de su inminente disco y clásicos como Die slow, USA boys o Goth star (que en realidad es de Pictureplane, pero han hecho suya), propiciaron un concierto enardecedor y sin un segundo de respiro. Y por supuesto la estrella fue John Famiglietti y su hipnótico movimiento de melena. Grandioso, espectacular, único.
Lo malo de programar a Caribou como gran cierre del festival, al menos en lo que se refiere a directo, es que tiene que dedicarse en cuerpo y alma a hacer bailar al personal. Por ello joyas más calmadas como Silver de su último y enorme Our Love no hicieron acto de presencia. Qué se le va a hacer, era su obligación, que cumplió a rajatabla. Con su afán de entregar un concierto lo menos enlatado posible, se juntó con su banda para compilar en casi una hora una lista de hits que terminó en una eterna (en el buen sentido, pero también literal) Sun, que era lo que podíamos llegar a contemplar en un par de horas, pero era tarde y había ganas de dormir. Hasta 2016.
Colaboradores: Pepe de Gregorio, Sergio Gesteira, Tanis Bollaín, Bea Tejedor, Mery Morrison
Fotos: Xarlene (Tori Amos, Caribou, Ariel Pink), Dani Canto (Einstürzende Neubaten, Diiv, The New Pornographers, Tyler the Creator, ambiente ATP, OMD), Eric Pamies (The Replacements, Sleater-Kinney, ambiente Primavera)