Miley mola más de lo que piensas (pero a ella le da igual lo que pienses)

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Hace un par de años vilipendié la actitud de zorra desbocada de Miley Cyrus porque básicamente se basaba en decisiones empresariales tomadas por hombres que solo se mueven por el dinero, aparte de resultar forzada y poco creíble. Dos años más tarde ha mantenido más o menos esa imagen, y sin embargo ahora la apoyo con todo mi ser. ¿Por qué? Porque a pesar de seguir enseñando más carne que Nomi Malone, ahora es ella la que tiene el control de la situación. Puede que el origen fuese cuestionable, pero ahora, a pesar de ser el mismo «qué», el «cómo» ha cambiado sobremanera, amén de tornarse como una personalidad más compleja de lo que se podía esperar en un principio. Y porque parece que se lo pasa teta con todo ese desfase.

El despelote continuo, que va más allá de lo sexual (en muchas ocasiones se ve que claramente ni busca salir buenorra), ha dado paso a otras actitudes que ya querrían para sí mismas otras estrellas del pop que fans y medios adulan hasta la nausea. Ahí está Taylor Swift, la mujer 10 para la opinión pública. Su pop e imagen resultan total y absolutamente inmaculados, no hay atisbo de polémica, mostrando su cara más simpática y empática para con sus fans. Sin embargo Miley sale en bolas cada cinco minutos y eso ya la desacredita como persona y personaje público. La santurronería sigue siendo un mal endémico, y no solo en Estados Unidos. Si al menos no anulase al resto de cualidades (positivas) del sujeto u objeto en cuestión, pero la provocación sexual arrambla como todo.

Pero para los que no lo sepan, Miley ha hecho más por la comunidad LGTB (y más allá) durante estos últimos tiempos que cualquier popstar, y lo que es peor, cualquier figura política de izquierdas. Ya no solo gracias a su importancia mediática, lo que ha dado visibilidad a otras preferencias sexuales, más allá de las preestablecidas, al declararse pansexual (que no, no es lo mismo que bisexual), incluyendo además la popularización del término «gender fluid»; es que además ha fundado Happy Hippie, organización sin ánimo de lucro con el objetivo de ayudar a jóvenes LGTB sin techo. Hechos, no solo discursos, ¿verdad Lady Gaga? Que en realidad ningún artista está obligado a, por su condición de figura pública, apoyar o potenciar cualquier tipo de iniciativa social, pero, oye, nunca está de más. Lo que parece que no importa una mierda si también enseñas las tetas día sí, día también.

¿Y Taylor qué hace? Ha prometido que todos los ingresos del vídeo de Wildest dreams irán destinados a una buena causa, lo que está bien, pero que posiblemente se base en una decisión puramente interesada (emplear animales salvajes cada vez está peor visto, y Taylor siempre quiere tener todos los flancos controlados). Que aun así se agradece, pero no todo se basa en dinero, hay que concienciar a la gente. Ah, espera, que ella es súper ideal y no enseña la raja. Incluso aunque se relacione con sus fans de una manera bastante directa (lo que la honra), en el fondo cada vez se encuentra alejada de la realidad social conforme su estatus de estrella se ha disparado. Quizás tampoco ayude el hecho de hacer amigos con todo el famoseo norteamericano. Miley ya dijo que no le interesaba el concepto «squad» de Taylor, que prefiere relacionarse con gente más de la calle, que le hace mantener los pies en el suelo y quizás implicarse de manera más patente en problemas reales.

Está claro que también le encanta llamar la atención, que los excesos debidos a su condición de celebridad no han desaparecido de su vida, pero al menos intenta no acabar completamente alienada en un mundo paralelo donde solo se beba Moët Chandon. No obstante al público prefiere ver como Taylor se sube cada día a un par de famosos al escenario a tener en cuenta la labor de Miley. Que todo es lícito, pero resulta incoherente machacar a alguien que al menos intenta aportar su granito a la sociedad. Además no lo hace por imagen, ya que es obvio que mientras siga mostrando su lado más sexual sin ningún tipo de pudor ninguna buena acción se verá recompensada con la bendición de la mayoría.

Miley Cyrus and Her Dead Petz

Su persona no es la única perjudicada por su faceta sexual, ya que a su profesión tampoco le viene demasiado bien de cara a la aceptación del público. Si el pop petardo está ya lo suficientemente demonizado, si además le añades sexo a raudales el respeto de otros tantos se esfuma. Y esto lo afirman muchos amantes de géneros claramente machistas como el rock o el hip-hop, donde se emplea la figura de la mujer como un mero objeto sexual. Claro, será que cuando son ellas las absolutas protagonistas de la función, controlando lo que muestran y hacen y lo que no, sin hombres alrededor azotándoles el culo, no resulta aceptable. Por si fuera poco, si le añades la losa del pasado Disney, que en realidad es todo lo contrario a su personalidad actual, estás acabada. Si vas de guarra eres lo puto peor, si fuiste una inocente chica Disney, también. No hay escapatoria posible.

Por ello pocos se tomarán en serio el esfuerzo discográfico en Miley Cyrus and Her Dead Petz, obviando que no todo sean aciertos, que los hay, y bastantes. Da igual que se haya despojado, al menos de manera temporal, de las ataduras de la industria, trabajando en un disco que ha costado 40 veces menos que Bangerz, fuera de RCA, su sello. A quién le importa que haya hecho migas artísticas con una de las figuras más importantes de la música contemporánea, el gran Wayne Coyne, que, como ella, no entiende de etiquetas (recordemos también su amistad con Ke$ha), que ha ayudado a Miley a madurar como artista pero sin perder su lado más golfo, divertido y desenfadado. Y que además sepa que de todo esto se va a comer un colín, porque no hay hits comerciales y el ejercicio de marketing es mínimo (ni presentar Dooo it en los VMA le va a ayudar demasiado cuando la canción no es carne de Billboard Hot 100). Y buena parte del público indie, que apreciarían su trabajo más que un fan medio de Pitbull, no se la van a tomar en serio por su condición de popstar. Aunque solo por verles perder los nervios, merece la pena todo el esfuerzo. Como mucho se lo tomarán a modo de placer culpable.

El disco es más largo que un día sin pan, y le sobran temas o directamente chorradas de la talla de I’m so drunk y Fuckin fucked up, y hay canciones que tienen momentos maravillosos con otros más del montón. El ejemplo más claro es el single, ya que el clímax atmosférico de Dooo it es una pasada, el estribillo no tanto. Y aun así hay mucha perla y la mano de Coyne ayuda a que las haya. A veces pasa medianamente desapercibida, como en el single, a pesar de que el «do it!» es clavado al de Yoko Ono en, ejem, Do ti!; o Something about Space Dude, que por cierto pone los pelos de punta. Sin embargo hay canciones que hubiesen valido como cara b de Yoshimi de Flaming Lips (lo que no es malo: una cara b de ese disco vale su peso en oro), como la apreciable Space boots y especialmente la preciosa Karen don’t be sad, que por otra parte es de lo mejor del álbum y tiene también un poco de Beach House (¡no me matéis!).

También destacan los cambios en el registro vocal, como en la excelente The Floyd song (sunrise), donde su timbre recuerda al de Nina Persson de The Cardigans, o en la electro 1 sun, donde el fantasma de Gaga asoma. Las aportaciones de Mike Will Made It están entre medias de la Miley de Bangerz y la de ahora, y tiene cosas aceptables como Fweaky, Bang me box o BB talk, que sin embargo se quedan a medio gas. Las colaboración de Sarah Barthel de Phantogram en Slab of butter vuelve a levantar el álbum (el segundo cuarto del disco, en buena medida de Mike, baja el listón). En I forgive yiew y I’m so scared el mejor Wayne vuelve a tomar el control, explotando con gracia el histrionismo de la primera, y desnudando a Miley, esta vez metafóricamente, en la segunda. Incluso una balada más convencional como Lighter, de corte ochentero, se gana nuestra corazoncito.

La aportación de Ariel Pink en Tiger dreams también brilla, aunque sonaba más contundente en directo y ahora tiene un corte más somnoliento estilo Lana del Rey, mezclado con cierto aire a Radiohead. Eso sí, para homenaje a Lana está Cyrus skies, con bien de drama y aroma a femme fatale. Y el álbum podía haber acabado con la entre emotiva y sonrojante Pablo the blowfish, porque Twinkle song no aporta demasiado aparte de graznidos. Así al final tenemos un batiburillo de colaboradores e influencias que a día de hoy no le permite definir su personalidad musical de la manera que ella querría, pero el resultado es digno de mención. Todavía es insultantemente joven, por lo que ya la pulirá. Y va por buen camino, porque personalidad, a secas, tiene para aburrir. Porque Miley mola, y mucho.

Putnuación: 7,5

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