David Bowie – ★
A veces un suceso influye en la manera en la que percibimos una obra, porque resulta harto complicado aislar el contexto (y a veces ni interesa). Este es sin duda uno de esos casos; pero ese suceso, el fallecimiento de David Bowie, forma parte del carácter conceptual de Blackstar, y no podría haber existido sin lo tristemente acontecido, a pesar de que hasta el lunes 11 pensábamos que sí. No se trata de intentar sonsacar significados medio ocultos entre letras crípticas, es que es un álbum marcado por la muerte en general y la suya en particular, por lo que hay que tenerla muy presente a la hora de entenderlo. ¿Pero y para valorarla? Es fácil dejarse llevar por el sentimentalismo y muchos no serán capaces de admitir que el disco no les ha convencido. Ya se sabe que no es de recibo criticar a los fallecidos recientemente, y menos cuando hablamos de un mito como él. Porque los mitos no se tocan.
Pues bien, yo me voy a mojar: el disco es lo que se podría esperar de un sexagenario con casi 50 años de carrera a sus espaldas que todavía mantiene su dignidad artística. Lo que no quiere decir que estemos ante la obra maestra que muchos andan predicando. Esas ya quedaron atrás hace varias décadas. ¿Pero la grandeza de su figura se mantiene intacta? Sí, pero no implica que a veces el conjunto peque de escurridizo, como si, a pesar del contenido, del leitmotiv, la forma no tuviese un rumbo fijo. El tema homónimo es un buen ejemplo de ello, quizás el más obvio, ya que serpentea sin control como los delirios previos a una muerte anunciada. Sin embargo, a pesar de que ya conocía su destino durante la composición del álbum, Bowie no estaba gaga, pero no duda en divagar especialmente en lo que se refiere a la estructuras melódicas, tono y producción. De acuerdo, no es un disco de melodías, porque va más allá de ese elemento; además los diferentes tonos pueden reflejar su estado anímico de cada momento en una situación como la suya y, sí, es una actitud perfectamente válida; pero lo que no me convence es una producción que a veces suena aleatoria, con arreglos que no vienen a cuento o que directamente suenan desfasados.
Sin embargo, y de nuevo tomando como modelo el tema titular, los buenos momentos no faltan. Como estamos ante un disco de letras, como cualquiera de Bowie, pero en este caso de manera más acusada, Lazarus es toda una declaración de intenciones: me quedan dos cafés, pero resucitaré. Hasta él sabía que era eterno. El ramalazo vocal de Talking Heads de Girl loves me también merece mención, ya que se influenciaron mutuamente durante los setenta y, como homenaje tanto hacía él mismo como hacia Byrne, funciona; en el que además se pone una máscara de chulería que provoca más de una sonrisa y que puede rememorar una juventud que jamás sucedió. Un concepto similar aparece en Dollar days, donde se imagina habiendo vivido en la campiña inglesa alejado de la vida de excesos. El toque Prefab Sprout de I can’t give everything away acompaña a una letra donde la tristeza deriva en frustración por no querer desprenderse de todo lo que la vida le ha dado y la muerte le estaba a punto de arrebatar.
Eso sí, entre que ya las conocíamos y que rompen con el concepto del disco porque básicamente se compusieron con anterioridad, la inclusión de Tis a pity she was a whore y Sue (or in a season of crime) deja cierta sensación de pegote, aunque en estilo y sonido sí se identifique con el alma del disco, especialmente por lo esquizofrénico de la segunda. Quizás con algo más de tiempo hubiese prescindido de ellas y compuesto otras canciones. Pero el tiempo apremiaba (al menos las regrabó). Puede que si la muerte no le hubiese acechado el resultado habría sido diferente, y la producción, el mayor lastre para el que suscribe, no hubiese tenido nada que ver. ¿Y si hubiera pegado un telefonazo a Brian Eno y recuperase parte de la magia de la trilogía de Berlín? O quizás haber simplificado el disco en lo que se refiere a forma, con temas más concretos y concisos. Da igual, jamás lo sabremos. Lo que importa es que Blackstar sigue siendo una notable despedida, tanto de su carrera como de su vida (que en realidad eran lo mismo), y sobre todo coherente con el contexto previo a su muerte y consecuente con sus motivaciones artísticas durante cincuenta años. Porque aunque no se trate de una obra cumbre, en casos como este las intenciones valen el doble.
Puntuación: 7,5