Ellie Goulding en el Palacio de Vistalegre, Madrid

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A pesar de que ni por asomo se había llenado, ya que se taparon los laterales vacíos con lonas y en el foso tampoco es que estuviese a reventar, el ambiente en el Palacio de Vistalegre distaba de resultar de desangelado. Ellie Goulding salió a la palestra puntual, con una puesta en escena que ya querrían para sí mismas algunas popstars de mayor pegada. Sin excesos, pero funcional y estéticamente notable por momentos, generalmente cercana al neón y lo cyber (el haz poligonal generado por el movimiento en las imágenes en directo fue de lo mejor), que además también contó con varios cambios de vestuario, cómo no. Mención especial al baile entre dos hombres que naturalizaba la situación sin pecar de evidente (normalmente bailarían en plan erótico-festivo como única opción para dar visibilidad al colectivo).

El caso es que esta brillante puesta en escena acompañó un concierto de casi dos horas que comenzó algo tibio en un elemento que, además de la imagen, debería brillar desde el minuto uno: la calidad del sonido. A ella se le escuchaba perfectamente bien, pero en las primeras canciones las bases eclipsaban cualquier otro instrumento. Por suerte la situación evolucionó adecuadamente y pudimos disfrutar de un «todo» bien equilibrado.

La mayoría del repertorio estaba sustentado por su Delirium, algunos temas de Halcyon (el mejor de su corta carrera) y su reedición y solo Lights de su debut, y además por petición popular. Por si fuera poco se trata de una de sus canciones más brillantes, y la relegó a formato acústico, y que a pesar de que no le sentó mal, no gozaba de su brillo natural. Y no, no se explayó en este formato, a diferencia de otras, y solo interpretó ésta y Lost and found, que en este caso sí que ganó enteros respecto a la versión de estudio.

El resto del repertorio resultaba ideal para marcarse unos bailes, aunque las más destinadas a este cometido, sus colaboraciones con Calvin Harris, no tenían nada que hacer frente a trallazos como We can’t move to this, Burn, Keep on dancin’ o Don’t panic. Incluso un primer single tan sosainas como On my mind metió en el bolsillo a más de un escéptico (yo el primero). He de destacar el recibimiento de ese himno contemporáneo llamado Anything could happen en el bis como penúltima canción, por encima de un hit mucho más evidente y exitoso como es Love me like you do, con la que puso punto y final. Vamos, que el hit de Halcyon debió cerrar la velada.

Ellie, a pesar de que le costó varios temas dirigirse a nosotros, cuando lo hizo demostró que, al menos de cara al público, de diva insoportable tiene poco, y se acerca más a la figura de vecina de al lado. Y mi más sincero aplauso en el momento en el que nos pidió que volviésemos a 1995 cuando nadie tenía móviles; es decir, que nos los metiésemos donde nos cupiesen, dicho de manera delicada. Porque ya vale de tanta tontería (¿a quién se le ocurre llevar un palo de selfie a un concierto?). Así que a pesar de que yo soy el primero de acusarla de haberse vendido, también he de reconocer que la chica tiene gancho y suficiente repertorio con solo tres discos para hacernos disfrutar durante casi dos horas. (aunque por reediciones y versiones deluxe podrían ser seis). No tardes en volver, Ellie.

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