La treintena de Lady Gaga, ¿madurez necesaria o aburrimiento total?
Stefani Joanne Angelina Germanotta, Lady Gaga para el mundo, cumple hoy 30 añitos. Una fecha fatídica para la mayoría: estás en tierra de nadie, y no sabes si cogerte una cogorza del quince o ponerte a procrear como si no hubiese un mañana (y si estás más solo que la una, quedarte en casa un sábado por la noche haciendo calceta). Esta disyuntiva también se aplica, a su manera, al siempre adictivo (para bien o para mal) ámbito del pop mainstream, especialmente el femenino, que es el que realmente nos interesa salvo excepciones (sin los Justins la liga de los tíos estaría perdida). Llega una edad en la que hay que decidir seguir enseñando cacha mientras revientas la pista o rebajar los BPMs y berrear en baladas grandilocuentes. Salvo que seas Madonna y te puedas permitir hacer lo que te salga del chumino. Y como nadie más lo es, hay que tomar una decisión con la cabeza bien fría.
La Germanotta, más que despelotarse (aunque también enseñase cacha), hizo de la excentricidad su bandera, pero lo que no supimos hasta hace bien poco es que por lo visto aquella cualidad iba intrínsecamente ligada a la juventud. O eso es lo que ahora quiere demostrarnos, quién sabe en el futuro. El caso es que desde su actuación en la gala de los Óscar de 2015, donde homenajeó la banda sonora de Sonrisas y Lágrimas, la italoamericana comenzó a fraguar de cara al público un giro artístico donde su estética se volvía casi del todo convencional, excepto por aquellos guantes de fregar en la alfombra roja, y dejaba a un lado su pop petardo para adaptarse al estilo clásico que la situación, supuestamente, requería (un evento tan rancio como este no da para más). Sí, ya había publicado su disco junto a Tony Bennett, pero creíamos que se trataba de un divertimento complementario a su carrera. Puede que nos equivocáramos.
Después vendría su papel en American Horror Story, donde por suerte recuperaba ciertas dosis de exceso. Tampoco tocaba un cambio radical en, qué sé yo, un drama de época, porque sino se hubiese traducido en el cachondeo absoluto. Pero la intensidad y profundidad (o al menos el intento de) del personaje resultaba evidente, por lo que tampoco es que estuviésemos ante un Crossroads o Spice World. Increíblemente se llevó a casa el Globo de Oro a mejor actriz principal en una miniserie. O quizás no tan increíblemente, porque si los Óscar son la ranciez personificada, los Globos de Oro están considerados el hazmerreír de la meca del cine, donde la peña va a emborracharse entre colegas y la entrega de galardones es un auténtico despropósito. Pero ya se sabe que buena parte de la masa se toma muy en serio el tema de los premios, y ella probablemente también y en su momento pensase (y es probable que aún lo haga) «ey, soy una artista completa».
Poco más tarde vino su homenaje a Bowie en los Grammy, que de nuevo frente a la masa le hizo ganar puntos en respeto y popularidad (mientras muchos fans del inglés se tiraban de los pelos), al igual que la nominación a mejor canción original en los Óscar 2016 gracias a Til it happens to you. Porque no hay nada que le guste más a esa panda de dinosaurios (la academia) que una balada bien cargada de drama de la mano de una artista pop reconvertida, vistiendo de manera elegante y clásica (al menos para lo que ella es). Una artista madura, vamos. Porque con todo lo que ha demostrado de cara a la galería durante este último año parece que Gaga está gritando «sí, detrás de aquellos vestidos había una artista». Se podría decir que ha cogido (casi) todas sus pelucas y las ha quemado. Porque ella es mucho más que eso.
La cosa es que muchos ya sabíamos que era más que una mamarracha con trajes de filetes. Sí, su música no era la más transgresora, y sí, no iba pareja con una estética que, obviamente, en el fondo era un copia y pega de infinidad referentes. Pero, ¿y lo que disfrutamos muchos con ella en su primer disco y medio? Después su chispa se fue apagando, aunque aún podía colarnos más de un pelotazo. Es cierto, su carrera requería un volantazo, ¿pero hacia el conservadurismo total? Para eso ya tenemos a Adele. Todavía no se sabe demasiado de su nuevo disco (supuestamente Giorgio Moroder, Nile Rodgers y RedOne están en el ajo), pero cuando vea la luz será lo que definitivamente nos confirme si la madurez se ha asentado, al menos a medio plazo, en su vida, o si su música original, lo que realmente es Gaga más allá de Óscar, AHS y demás zarandajas, toma otros derroteros. No es menos cierto que sus excesos al final resultaron cansinos y sobre todo forzados, y el cambio se antojaba imprescindible, pero evolucionar y crecer no implica aburrir.
Todavía habrá que esperar para ese cuarto disco, pero cierto es que con el paso del tiempo cada vez se toma más en serio a sí misma y a su obra, y la actitud contraria se erigía justo como uno de sus mayores bastiones en sus comienzos (y así gozar de joyas descacharrantes como el vídeo de Telephone). Y una popstar, al fin y al cabo, debe divertirnos. Sí, se le permiten ciertas licencias cargadas de profundidad de postín, pero en su conjunto no apetece que se regodeen en la solemnidad o el drama, que para eso ya tenemos a otro tipo de artistas. Y es que le debería dar igual que una buena parte del público solo la vea como un payaso del pop, porque hay otro sector, quizás más pequeño, pero infinitamente más agradecido, que es lo que adora. Es probable que tome el camino más fácil (como cuando coquetea con el indie en sus remezclas, pero al final apuesta por lo seguro), porque ella, como muchos otros, ansía la aceptación del mayor público posible, y tomar la vía de la supuesta madurez se torna casi inevitable para un ego tan hambriento como el suyo. Luego dirán del de Kanye, pero al final él hace lo que le sale del higo y asume riesgos. A ver ella.