Beyoncé – Lemonade

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Obviando lo de su feminismo de chichinabo, Beyoncé es posiblemente la estrella del pop («pop») actual a la que la puede tomar más en serio. ¿Pero es esto algo necesariamente positivo? Pues se trata de un arma de doble filo. Por una parte apuesta por algo más que estribillos fáciles y mover el pandero, intentando trabajar con nombres que no forman parte de la liga mainstream, lo que propicia resultados como poco interesantes, donde lo que importa es el disco, no solo dos o tres temas. Por la otra banda la tónica general es la ausencia (o casi) de hits, lo que en una diva resulta algo alarmante. Y es que para escuchar un álbum sin hits, pero de indudable calidad, ya tenemos el indie. Porque está claro que, salvo que te llames Robyn, durante la última década resulta imposible publicar un largo a reventar de singles potenciales.

Por ello, tras Beyoncé, resultaba obvia la senda que seguiría su nuevo proyecto: la de la madurez y profundidad. O supuesta profundidad, porque centrarlo en la infidelidad de su marido tampoco da para tanto, aunque ella y su equipo son listos y han sabido exprimir el concepto y además añadir otros asuntos personales a la hora de relacionarlo con los cuernos de su padre hacia su madre (Daddy lessons), o con temas universales como la defensa de los derechos civiles (Freedom, Formation). En lo que se refiere a la producción, la Knowles sigue optando por un sonido que en general se distancia del r’n’b comercial para abrazar la nueva era del contemporary r’n’b, que opta por un equilibrio entre modernidad y clasicismo que le viene como anillo al dedo. Porque ella nunca ha sido la más moderna, pero tampoco la más carca, incluso aunque ahora opte por la mentada madurez musical.

Acierta de pleno en los invitados, a diferencia de otras divas que sobrecargan sus discos con colaboraciones insípidas, e incluso dejando su ego a un lado para permitir que un desconocido para la mayoría de sus seguidores potenciales, es decir, James Blake, interprete un precioso interludio en solitario. Kendrick Lamar, siempre grande, en la potente Freedom, la aterciopelada voz de The Weeknd en 6 inch y Jack White en la guitarrera Don’t hurt yourself dejan clara constancia de su presencia, pero Beyoncé es la que maneja el cotarro. Porque ya sabemos que a actitud y vozarrón pocos la ganan. Incluso en el aspecto vocal podemos encontrar nuevos registros, especialmente en la canción junto al ex The White Stripes, totalmente chulesca y rasgada, con un irresistible punto de borrachuza.

Por si fuera poco no estamos ante un disco formado por tropecientos cortes y además con una edición deluxe con tropecientos más, porque al fin y al cabo cuenta una historia, plasmada visualmente en una película que merece la pena disfrutar, aunque en la evaluación del disco no la esté teniendo el cuenta; porque la música debe de ser capaz de sobrevivir por sí misma. Solo se le puede echar en cara lo comentado sobre la ausencia de hits (quizás solo la adictiva y rabiosamente moderna Sorry) y algunos temas de relleno, que no brillan (Love drought), o que no cuadran en el conjunto (Formation), pero que tampoco se antojan prescindibles. Y sí, cierto tufo a pretenciosidad que genera unas expectativas por las nubes. Y es que, aunque estamos ante un gran disco, para nada se acerca a la última venida de Jesucristo que sobre todo medios yanquis predican.

Puntuación: 7,8 / Escúchalo: Tidal

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