Odio París y Celica XX en la Sala Clamores, Madrid

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Se notaba que ayer había tropecientos conciertos en la capital, en parte por casualidad, en parte por las fiestas de San Isidro. Por ello la Sala Clamores estaba, siendo generoso, a medio gas. Una pena, porque Odio París han publicado uno de los discos nacionales del año, muy accesible incluso para fans de Vetusta Morla. Pero la distorsión nunca ha sido plato de buen gusto para las grandes masas, incluso cuando las melodías sobresalen por su marcado carácter pop. Pero en fin, así es la vida.

El caso es que hasta Celica XX, los primeros en salir, agradecieron que estuviésemos en la Clamores y no en Pony Bravo. La competencia en el indie nacional es dura, pero ellos están decididos a hacerse un hueco, aunque su ruidismo no convenza a todo el mundo. Es más, cuando comenzó su directo pensaba que se trataba de un ensayo. Parece que a veces ese ruidismo se les va a ir de las manos, pero al final lo encauzan con maestría, manteniendo, eso sí, un fino lazo con el caos, lo que a su vez aporta frescura a su propuesta.

Iban a lo que iban, sin casi mediar palabra con el público, por lo que se trató de un concierto directo, a la yugular, salvo en el tramo final, con alguna concesión baladil, conatos estilo The Horrors y la presencia de la vocalista de My Expansive Awareness; para acabar volviendo al redil despendolado en el cierre con el bajista rodando por el suelo mientras tiraba su micro. Resulta reconfortante contemplar que como sobre el escenario respecto al estudio trazan una línea no tan fina y demuestren distintas facetas de su personalidad musical.

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Cuando les tocó el turno a Odio París, estos abrieron fuego con el, por ahora, tema más escuchado (al menos en Spotify) de Cenizas y Flores, Camposanto, todo un himno que no es que caldease el ambiente, es que casi lo churrusca. Empezaron alto, pero como el disco se mantiene ahí arriba casi en su totalidad, tampoco se vivió ningún dramático bajón tras este estallido inicial. Y además sonaron dos de sus mejores temas de su debut, Cuando nadie pone un disco y 1 de noviembre, que ayudaron en la labor.

Tocaron su último álbum en su totalidad, manteniendo la fidelidad respecto al original, algo comprensible ya que se trata de la primera gira tras su lanzamiento. Eso sí, la balada Arder y adiós, una de mis favoritas, y que en estudio la escucharía en una escena romántica de una imaginaria 3 Metros sobre el Cielo de corte indie, la aceleraron hasta convertirla en el tema principal de alguna película noventera también de adolescentes estilo Historias del Kronen. Lo cierto es que la canción se adapta genial a esta versión, aunque sigo quedándome con el drama de la original. Me hizo gracia que su vocalista principal advirtiese antes de tocarla que lo sentía por si era la canción preferida de alguno.

Hablando de Víctor Riba, es más majo que las pesetas, de los de irse a tomar con él una caña después (cosa a lo que nos alentó tras terminar el concierto, pero en mi caso me tenía que marchar). Si es que, como cantaban Triángulo en Estrellas místicas, no siempre para ser el más indie (o mega diva) hay que mantener esa actitud distante y a veces hasta rancia. Y si además cuentas con un repertorio intachable y el sonido (salvo algún susto) es magnífico, tienes al público comprado. Y así fue.

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