Crónica Tomavistas 2016, Madrid
Viernes
La verdad es que apetecía un festival como Tomavistas 2016 en un lugar tan idóneo para ello y tan poco explotado como es el Parque Tierno Galván. Por suerte no todo era el entorno, ya que el cartel congregaba lo mejor del indie nacional (y una chispa de internacional). Una buena organización y un lugar bien aprovechado se vieron algo ensombrecidos por un par de elecciones, para mi gusto, desafortunadas.
De primeras el hecho de que no se podía salir del recinto y volver a entrar, supuestamente para no generar más alboroto del debido a los vecinos, cuando la media de edad del festival era bastante alta y, sinceramente, las expectativas de que se liara un botellódromo estilo parking del Eroski en SOS 4.8 eran inexistentes (en parte también por la presencia policial). En mi caso no me enteré de ello hasta ya dentro y después quise ir al coche por una sudadera y no pude. El otro punto negro eran algunos precios poco populares, especialmente la botella de agua, a 3 euros, y para más inri de solo 33cl. Por suerte el sábado recularon y el sábado bajó a 2. Después de está pequeña bofetada inicial, ya solo quedaba disfrutar.
A lo primero que llegué fue a Novedades Carminha, que se programaron algo más tarde gracias a la demanda de su público por verles. Y es que se notaba que había ganas, a pesar de que, como siempre suele pasar, su último disco no atrae tantos berreos y bailes dislocados como Jódete y baila, Juventud Infinita, Fiesta tropical o Antigua pero moderna, pero posiblemente es cuestión de tiempo. Ellos, como siempre, tan certeros y directos como siempre, sin perder su frescura y sobre todo chulería y desparpajo.
Después llegaron Trepàt, que con temas tan contundentes como Tortura en los bares, se pueden convertir en uno imprescindible de la escena alternativa nacional en los tropecientos festivales de España que apuesta por esta fórmula. Por cierto, el escenario Mondosonoro, con árboles alrededor y más recogido, potenciaba la mayoría de propuestas, como esta.
Algo más duros para las ganas de jarana que había sobre las 10 fueron Guadalupe Plata. Pero quienes les conocen ya saben a lo que van, y muchos de los que no lo sabían también acabaron convencidos por su estilo pureta y cautivador. Y aunque sus temas no son muy para cantar con ellos, terminaron con el torbellino que es Calle 24, y más de uno entonando a grito pelado «¡una vieja mata a un gato!».
Ya tenía ganas de volver al Mondosonoro, esta vez con Lost Tapes, que transformaron el dream pop de su último disco en algo más indie pop-rock. Parte de la ensoñación se perdía para apostar con un sonido más rugoso y definido. Incluso su, para mí, himno Going nowhere, dejó su poso «neworderiano» a un lado. Quizás si hubiese sido en horario de tarde hubiesen optado por el carácter más onírico del estudio. Eso sí, lo bailé todo y más con For real, que sí que mantuvo su sonido más electrónico.
Chucho es una propuesta sobre seguro, que sí te gusta, genial, pero que si nunca te ha llamado especialmente la atención, es probable que no capte tu atención en directo. Eso sí, nadie pone en duda sus tablas; porque la experiencia es un grado. Además fue posiblemente el concierto que mejor sonó en el escenario principal, y con Magic y Revolución, de su Tejido de Felicidad de 1999, puso la guinda a su recital.
Lo de El Último Vecino es de traca, pero en el buen sentido. Porque sus primeras cuatro o cinco canciones provenían de Voces, su nuevo disco recientemente publicado, y por el desfase vivido en el foso parecía que estábamos ante clásicos de toda la vida. Vamos, que con lo que he mencionado en Novedades sobre la escasa respuesta del público cuando se acaba de estrenar álbum, a ellos no se les aplica. Luego la euforia se relajó, pero el índice de farra se mantuvo a buen nivel. Y Gerard estuvo para llevárselo a casa.
Los argentinos Capsula revisaban el inmortal Ziggy Stardust de su adorado Bowie, pero a veces parecía que homenajeaban a Aerosmith o Suede (en este caso, se entiende). Pero hubo momentos donde no emocionarse resultaba complicado, especialmente en Starman y 5 years. Si es que somos unos sentimentales.
Para terminaron salieron a la palestra la banda internacional del día, A Place to Bury Strangers, que comenzaron algo mustios para, sin comerlo ni beberlo, volverse locos del coño. Instrumentos volando (con destrozo de guitarra incluido), paseos por el recinto o alaridos donde el público también aportó su granito, se unían a un set algo monótono, en el cual la hora y el escaso sonido no ayudaban. Pero si la gente se duerme, pues se monta el show y a correr.
Sábado
Mi primera parada el sábado fue con Disco las Palmeras!, que como siempre presentan un directo enardecedor donde las guitarras se comen todo (a veces incluso su voz, algo que no solo les pasó a ellos). Una pena que fuese tan pronto, porque con un par de copas más el pogo estaba asegurado.
A Grupo de Expertos Solynieve les pasa lo mismo que a Chucho: si no se es fan, poco van a conquistarte sobre un escenario. Así presentaron un directo correcto donde, para un servidor, sobresalió su versión de Vainica Doble Déjame vivir con alegría.
Siberian Wolves y su psicodelia oscura sí que podían ganarse más corazones en concierto. Porque cantan el inglés y la época de las bandas triunfadoras en el indie nacional que cantan en inglés ya quedó atrás hace mucho, que si no lo petaban. En cualquier caso, no les va a ir nada mal.
El otro nombre internacional del festival era The Wedding Present, que presentaron una propuesta sólida y competente donde, una vez más, se demuestra sobre el escenario que estas tres décadas de experiencia no han sido en balde. Como su nuevo disco llegará en unos meses, el setlist se conformaba por un nonstop de clásicos como Kennedy, My favourite dress o Rachel. Y, a pesar de ser extranjeros, se mostraron más cercanos que muchas bandas nacionales. De estos conciertos que no te cambian la vida, pero te dejan con una sonrisa.
Una de las sorpresas de la noche fue Holögrama, que aunque de primeras les costó coger ritmo, su deslenguado humor y un enérgico kraut en la recta final hizo desmelenarse a más de uno, sobre en una primera final vacía donde casi se podían dar volteretas (¿por qué esa manía de la gente de no acercarse a la valla?, ¿timidez?).
En el último concierto que vi de Triángulo de Amor Bizarro me pareció que su nivel de ruidismo había llegado a unos límites un tanto excesivos. Por suerte aquí se podían hasta entender las letras incluso aunque no se conociesen las canciones y gritar perlas como «hubiese votado a la derecha por ti». Salve Discordia salía ganando en directo, y eso que ya de por sí es un discazo, e incluso eclipsaba temas míticos de su discografía (que también sonaron de lujo). Y es que hasta en Seguidores a más de uno se le escapó una lágrima. Enormes.
Estábamos con el chip en modo fiesta, pero ahora tocaba una de carácter más electrónico con The Suicide of Western Culture. Como era de esperar, la presentación en directo de su último disco, incluso a pesar de problemas técnicos, resultó cautivador, transportándonos a otro lugares, otros tiempos. Su entrega es máxima y por supuesto cuidaron los visuales. La única pega para mí, aunque es comprensible debido a las horas, fue la ausencia de su himno Remembering better times (aunque como introducción no hubiese sobrado).
Para terminar la jornada teníamos cita con WAS, que con su último disco se han ganado el respeto de muchos, aunque la verborrea del cantante me siga chirriando (me sucede algo parecido que con Carlotta de Hinds). Pero su pop sintético y extremadamente bailable es un imprescindible de la electrónica nacional, y si tengo que destacar un momento, me quedó con su tema más vasco (donde cantan en parte en euskera) Upside down.
Domingo
El festival abría sus puertas mucho antes el domingo, y con la resaca y demás, hasta después de comer no me acerqué, por lo que me perdí cosas tan interesantes como Brigitte Laverne. Ya que era una jornada abierta, destacaba un ambiente mucho más familiar. Mi primera parada fue Extraperlo, que hicieron gala de un flow que quizás para la hora, el solazo y la resaca que tenía era demasiado. Pero claro, el problema era yo, no ellos, que presentaron un Chill Aquí potenciado sobre el escenario.
La verdad es que nunca me había puesto a escuchar a Luis Brea, pero su indie pop resulta refrescante y él tiene suficiente carisma, especialmente vocal, para hacer que, como fue el caso, me levantase de las gradas de césped y me acercase al escenario. Y en mi estado, era mucho.
El electro-funky y synth pop de Mucho quizás hubiese resultado más adecuado el viernes o sábado de noche o, al igual que digo más adelante, como cierre de festival. Muchos niños danzaban al son de su música, y ya se sabe que los niños nunca vienen. Quizás algo intrascendente, pero indudablemente divertido.
Australian Blonde demostraron que no solo sobreviven gracias a un hit generacional, aunque en este caso Paco Loco se llevó el protagonismo con un desfase de actuación en contraposición con sus compañeros, que parecen respetables padres de familia. Hasta un calvo nos regaló. Vamos, que estaba sembrado e hizo honor a su apellido. Aunque quizás los chavales que deambulaban por ahí fliparon un poco.
Neuman cerraban el festival, pero, a pesar de su eficacia, su concierto resultó un tanto pesado para terminar tres jornadas. La gente estaba cansada y la conexión con el público fue bastante escasa. Quizás Mucho hubiese sido una mejor opción.
fotos: Bea Tejedor