Christina Rosenvinge en el Círculo de Bellas Artes, Madrid

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Christina Rosenvinge aprovecha en esta ocasión el entorno emblemático que le ofrece la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes (Madrid) para presentarnos un concierto íntimo en el que, como ella misma nos anuncia, interpreta canciones de una manera distinta a las versiones de estudio y, además, recupera cortes que no suele llevar al directo, cosa que siempre es de agradecer, sobre todo para quienes ya la hemos visto en otras ocasiones con motivo de Lo Nuestro (2015).

Así, aunque la parte central de las catorce canciones la constituyen temas de su último álbum hasta la fecha, estos son tan solo seis, y los envuelve entre varias elecciones menos evidentes extraídas de otros trabajos suyos. Es habitual que recurra a composiciones de La Joven Dolores (2011), y de dicho álbum saca la Canción del eco (ya en justicia un clásico de sus directos) y Tu sombra. Retrocede hasta 2008 con Tu Labio Superior en la apertura del concierto, armada sobre los andamios de una inesperada Alta tensión y de La distancia adecuada. Vuelve a salirse de lo esperable cuando, en la segunda mitad de la velada, interpreta Las horas.

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Sin embargo, resulta especialmente grato que no renuncie a recuperar canciones de su trilogía americana, esos años entre 2001 y 2006 cuando nos ofreció sus composiciones más dramáticas, cargadas de deprimentes asonancias. De ahí presenta la tan injustamente odiada German heart (Foreign Land, 2002), que oscila como pocas entre lo delicado y la tragedia, y, en forma de bis, una de las escasas canciones en castellano que grabó en ese lapso de tiempo, Tok tok (de Continental 62, 2006). La última de las rarezas del directo la constituye la inclusión de su acompañamiento vocal para varias imágenes que se proyectan, tomadas del Museo Picasso de Málaga, donde actuó en junio del año pasado.

Como habíamos avanzado, Rosenvinge modifica la manera de aproximarse a varias de sus composiciones, y las más afectadas son, sin duda, las que pertenecen a Lo nuestro. Aquella suave pátina de electrónica que se inscribe en lo que la cantautora definió en su momento como “romanticismo industrial” se reduce aún más, a mínimas distorsiones de guitarra y escasos efectos sintéticos. Con ella alternando teclado y guitarra, y con el acompañamiento de un solo músico, las canciones adoptan un sonido que nos recuerda más a la propia Christina que las versiones grabadas, con un tono que se nos antoja más natural en la cantante (por más que agradeciéramos el cambio que se propuso en su día).

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La absoluta nada, Romeo y los demás o Alguien tendrá la culpa quedan relativamente cercanas a los cortes del cedé, mientras que las diferencias en el tratamiento vocal se perciben de manera muy acusada en Liquen y La muy puta, con un resultado que no acaba de convencer del todo en el primer caso pero que aporta aires muy interesantes en el segundo. Las mayores alteraciones las ostenta La tejedora en su conjunto: en esta pieza, inspirada por Louise Bourgeois, la repetición de la segunda estrofa confiere un crescendo más acusado, en un tema psicodélico que avanza de lo etéreo a lo descarnado. Qué mejor manera de terminar lo que había sido una especie de reunión familiar que con un grito desgarrador.

Se trata, en definitiva, de un concierto sin grandes aspavientos pero que tampoco los requiere, con un repertorio que se adentra en lo inusual sin evitar lo necesario. Conforme va dejando de ser novedad, Lo nuestro encuentra su hueco en el extenso repertorio de la artista para constituir un todo orgánico. Aun con algún pequeño lapsus en Alguien tendrá la culpa, o quizás con ello como parte de su encanto y porque la perfección es muy aburrida, Christina siempre cumple.

FJB

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