Crónica Primavera Sound 2016
Jueves
Siempre es un placer disfrutar de Destroyer, a pesar de que un lugar como el Teatro Lara se antoja como más adecuado, especialmente para temas del Kaputt, que gozan de mayor estilismo y fragilidad. Gracias a los que conforman Poison Season, al resultar más enérgicos, la fiesta exultante estaba servida, con un Dan Bejar como siempre pletórico, aunque su banda le iba a la zaga.
Uno se plantea a veces uno que por qué Air no suenan solo de fondo en las salas de espera de las consultas médicas. Por suerte su directo les reivindica como algo más que hacedores de música amable. Con una puesta en escena sobria pero efectiva, el dúo, acompañados de un teclista y batería, agradaron con clásicos como Playground love o Cherry Blossom Girl, pero cuando despuntaron fue con el trío final Sexy boy, Kelly watch the stars (justo cuando ya la noche envolvía lo suficiente) y La Femme d’Argent, esta última quizás algo alargada pero con bien de baile.
Se notaba que había mucha gente de paso en Explosions in the Sky, pero los tejanos convencieron a buena parte de este público casual con un espectáculo que, como siempre en su discografía, va del sosiego a la épica. Al igual que Air, el trío final fue el momento álgido, con Your hand in mine, Disintegration anxiety de su último disco y The only moment we were alone, donde se nos puso el corazón en un puño y la piel de gallina. Mención aparte para la realización: era para mear y no echar gota (tanto que parecía un videoclip, pero sin efectismos innecesarios).
Algo que no hicieron Tame Impala (aunque tampoco sea su estilo), con un concierto correcto pero a todas luces mejorable. Se notaba cierto piloto automático en su ejecución, especialmente con los temas de Currents, y un repentino corte de sonido, del que tardaron varios minutos en recuperarse, no ayudó a levantar el show. Eso sí, el sonido era bueno y el setlist, a pesar de solo contar con tres discos, es de coña (de bueno).
Muchos no sabíamos que nos íbamos a encontrar en John Carpenter, y por suerte se trató de una de las mayores sorpresas del festival. Como todo el mundo estaba en Tame Impala, no había problema para situarse en las primeras filas y disfrutar de las imágenes de sus clásicos cinematográficos que acompañaban a su banda sonora, además de algún tema de sus dos discos en solitario. Él, muy mayor, sí, pero con la actitud de saber quién es y qué representa, y recordando también a compañeros como Morricone, interpretando un corte de La cosa.
LCD Soundsystem dieron el espectáculo de baile non-stop que se esperaba, con contundencia a la hora de tocar y nitidez en el sonido, tomando canciones de toda su discografía, como Get innocuous, Daft Punk is playing in my house o Tribulations, incluyendo también de sus primeros EPs, como Yeah y Losing my edge. Bueno, en realidad hubo momentos de relax que se agradecieron, especialmente en la emotiva Someone great (cuando les vi hace 9 años en Summercase la obviaron, y eso que presentaban el disco que la incluía). Es verdad que al final sus canciones se hacen algo largas para esas horas en las que la inmediatez resulta necesaria, pero si son como All my friends, cierre del directo, se les perdona.
El escenario Pitchfork tiene una maldición, porque Neon Indian no sonó muy allá que digamos. Una amalgama sonora algo chusca que por suerte salvaba un setlist muy movido basado en VEGA, salvo alguna excepción como Polish girl y Pop life de Prince (era de esperar un homenaje por su parte). También animó mucho el cotarro un Alan Palomo muy hablador y sobre todo bailongo. Así que, venga, aceptamos barco, pero moló más el de hace 4 años.
Viernes
La próxima estrella del r’n’b independiente, NAO, apareció muy africana tanto por su pelo, vestimenta y bailes, presentando temas antiguos y los que formarán su debut en largo. Como sucede con otros artistas del género, en directo los matices sonoros pierden sofisticación respecto al estudio y sobre todo heterogeneidad. Sin embargo las canciones son buenas, y sobre todo ella tiene carisma y tablas. Ah, y muy guapos los miembros de su banda.
Lo de Radiohead era la locura extrema; posiblemente sea el concierto más multitudinario de la historia del festival. Sin embargo estar en el culo del mundo no importaba ante un recital tan sólido y bien tejido. Algunos echaron en cara que el sonido estaba bastante bajo, pero no supuso demasiado drama porque además, por suerte, la gente estaba para ahí para escuchar y no para hablar de su ligue de ayer. Más de una veintena de canciones donde, sí, terminaron con Creep (aunque yo soy más de Fake plastic trees, su otra balada de corte emo, que no tocaron).
Además de temas de su reciente a Moon Shaped Pool, no faltaron Karma police (especialmente emotiva), Street spirit, There there, The National anthem, Weird fishes/Arpeggi, Lotus flower, Nude, Paranoid Android y muchos más clásicos que la gente entona como si fuesen singles cuando muchos ni lo fueron. Destacó por el factor sorpresa la versión medio dance de Everything in the right place (cuando Idioteque, que fue la siguiente, y que en su versión original resulta mucho más movida, aquí se acercó más a un medio tiempo). Y todo con una realización en vídeo muy cuidada, donde destacaba la división de la pantalla en diferentes cuadros para recoger a cada miembro de la banda y que no solo sea Yorke la estrella mesiánica raruna de la función.
Animal Collective centraron sus esfuerzos en su Painting with y Centipede Hz, por lo que clásicos como My girls o Brothersport brillaron por su ausencia. Era de esperar, ellos siempre hacen lo que les sale del manguaco. Con una puesta en escena muy africanista, los tres miembros más un batería comenzaron muy enérgicos, pero conforme avanzaba el concierto su propuesta se diluía y a nosotros nos aburría. Por suerte al final con Loch raven de Feels (por eso de la nostalgia) y Floridada (por su carácter fiestero) enmendaron algo el bajón.
La rusa de adopción británica Shura apareció con su banda quince minutos tarde, por lo que muchos nos dormíamos. La proliferación de baladas como Touch o 2shy, aunque deliciosas, tampoco ayudaban a esas horas. Y ella, aunque resulta adorable, tiene que soltarse un poco más. Gracias a Dios Indecision y White light levantaron ánimos.
El concierto de Beach House no fue el concierto de su vida, ni el nuestro, y quizás la hora no era la más indicada, pero pocos salieron defraudados. Con su puesta en escena espacial (qué, evidentemente, quedaba de rechupete en Space song) invitaron al personal a un viaje astral donde la enorme Sparks puso la guinda final a un concierto algo escaso de canciones, eso sí (solo 10). Aun así casi mejor no saturar. Y solo por escuchar los acordes de Myth ya merece la pena haber existido.
No cabe duda que lo de The Avalanches fue muy divertido y el baile proliferaba sobre la pista, pero se echaba de menos una puesta en escena más rimbombante. Eran ellos en la sombra mientras giraban los botones de las maquinitas y poco más. Para un grupo con tanta solera quedaba escaso. Y además su setlist estaba confeccionado con rarezas donde la presencia de su discografía fue casi inexistente, donde faltó Since I left you (aunque Frontier psychiatrist no se ausentó). Disfrutable, pero ciertamente intrascendente.
Sábado
Hace tres años Wild Nothing no sonaron muy allá, pero esta vez acertaron de pleno. Empezaron muy alto con To know you, la mejor canción de su último Life of Pause, más contundente y emotiva, pero luego se relajaron con temas de este lanzamiento que no llegaron a ese nivel pero estuvieron bien ejecutados, recuperando también joyas como Paradise, Nocturne o Summer holiday. Una excelente demostración de que Jack Tatum no era flor de un día. Eso sí, solo 45 minutos se antojan demasiado escasos para más de 50 canciones en su haber.
Dâm-Funk, o Damon Garrett Riddick, comenzó bastante elegante pero algo aburrido, aunque pronto inyectó BPMs a su propuesta y nuestros cuerpos se contoneaban con su sensual g-funk. Cuando dejaba la mesa, se adelantaba y tomaba el micro era cuando el disfrute se multiplicaba. Porque no solo es un buen productor: como intérprete no se queda atrás.
La música de U.S. Girls es ya de por sí peculiar, pero su directo potencia esta sensación. Meghan Remy y su compañera vestidas como una especie de Baccara underground interpretaban sus canciones con una propuesta 100% enlatada, cuando su sonido se puede trasladar perfectamente al directo. Menos mal que Remy desborda carisma con su actitud raruna, porque sino hubiese sido un tanto despropósito.
El comienzo de Brian Wilson no resultó muy halagüeño, ya que este estaba bastante desacompasado y su voz demasiado ronca, además de un sonido extremadamente bajo (y así Woudn’t it be nice, la apertura, fue un cuadro). Luego todo mejoró y disfrutamos de momentos épicos como Sloop John b o God only knows, y cuando terminó la interpretación del Pet Sounds, comenzó la traca de grandes éxitos como Surfer girl, Surfing USA, I get around, Fun, fun, fun o la versión de Monster mash. La edad se nota, pero él fue un encanto y el repertorio de escándalo, además de una banda a la altura (con clones de Lou Reed, Danny DeVito o Peter Buck, por cierto).
Deerhunter tocando en uno de los escenarios grandes, quién lo hubiese dicho hace unos años. Pues ahí estaba Bradford Cox, con su encanto de vecino de al lado raruno, con una gran banda interpretando lo mejor de su último disco y de entre los temas antiguos tomando los más populares de Halcyon Digest, donde destacó una emocional Desired lines, donde Cox cedió el testigo a su guitarra, que la cantó con total solvencia. A veces tomaron algunas canciones y las llevaron a un terreno más espeso y extendido, pero tampoco lastraba un directo que por cierto sonó de lujo.
Pj Harvey apareció en escena entre su banda como una más, pero cuando dejó el saxo y comenzó a cantar supimos que no lo era. Con un look élfico, la inglesa despachó algunos temas de su anterior disco y clásicos como 50 ft Queenie o Down by the water, para relajar la reivindicación política de su último The Hope Six Demolition Project, con un ambiente demasiado solemne y serio por momentos. Pero vamos, que lo peta incluso aunque no se beba de sus vientos.
Sunglitters era una propuesta de baile electrónico con un toque humanizado que podía ser una alternativa a la masificación de Pj. Un baile ligero para una hora en la que la tralla todavía no apetece. Además los visuales de las pantallas acompañaban a la perfección y el escenario NightPro supone un lugar perfecto frente al mar. Eso sí, sus concesiones a la oscuridad no convencieron.
La opción pop petarda más apetecible del festival era Chairlift, que no decepcionaron desgranando su notable Moth, recuperando clásicos como Bruises y con una Caroline Polacheck a la que le pondríamos un piso. Y además el Pitchfork se portó bien y la calidad del sonido estaba fuera de toda duda. Una combinación perfecta entre baladas y medios tiempos con trallazos para la pista que terminaron con Ch-ching, que por cierto en directo sonaba menos Beyoncé que en el disco.
Lo de Sigur Rós no fue un directo para todos, y más porque duraba hora y media. Pero a pesar de todo, y a diferencia de otros conciertos, la gente se mantuvo estable y no se iba marchando confirme avanzaba. Quizás sea por una puesta en escena apabullante, con unas proyecciones abstractas pero perfectamente acordes con el espíritu del show, además de una estructura de luces potenciando la perspectiva en 3-d y una pantalla medio transparente para proyectar otras imágenes enfrente de ellos en la primera parte. Hasta prescindieron de hits salvo alguna excepción como Starálfur y todo el recital resultó bastante siniestro para ser ellos (se les considera un grupo de música «bonita» normalmente). Y aun así nos compraron a casi todos.
Julia Holter es otro ejemplo de carisma femenino en el festival, con todo el estilo del mundo pero con sustancia, cero intrascendente. Y es que incluso aunque su último Have You In My Wilderness se trate de la obra más accesible de su carrera, su directo es de los que no se quedan en lo superficial. Y el cierre con A sea calls me home fue para enmarcar. Cabe destacar, por cierto, la presencia del saxofonista de Chairlift, que se unió en la mitad.
Los alemanes Moderat son un previo al final de fiesta perfecto, porque incitan al baile, pero sin vulgaridad (aunque muchos adolecían que los subidones se quedasen en agua de borrajas). Una puesta en escena muy cyber para un repertorio que tomaba lo mejor de III, como Eating hooks o Reminder, con clásicos como A new error o Bad Kingdom. Un sonido cristalino y una interpretación de Sascha Ring que puso los pelos de punta hicieron el resto.
Lo último de Pantha du Prince es lo más, y su directo iba dedicado casi exclusivamente a él, pero como cierre fiestero no fue la mejor opción, como era de esperar. Salvo que uno fuese metido hasta la trancas en modo trance, a su propuesta le faltaba músculo para cerrar el festival pre-Dj Coco. Eso sí, había batería, guitarra y teclado, por lo que enlatado más bien poco, lo que se agradece.
colaborador: Sergio Gesteira
fotos: Celicia Díaz (ambiente Beach Club), Xarlene (Animal Collective, Julia Holter), Eric Pàmies (resto)