Algo va mal. Muy mal

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Algo va mal. Muy mal. Ayer por la tarde me acerqué, porque sentía la imperiosa necesidad de hacerlo, a la concentración que a las 20 horas se organizó en la Plaça Sant Jaume de Barcelona no sólo en memoria del medio centenar de personas asesinadas en el club Pulse de Orlando este fin de semana, sino también para reivindicar que el amor debe ser libre y que no hay nada más democrático que acostarse con quien uno quiere. Pero la sorpresa saltó cuando, a duras penas, uno veía que poco más de dos centenares de personas habían acudido a la llamada. Una estampa cuanto menos desoladora. Y más teniendo en cuenta que la misma plaza los domingos se desborda cuando una colla castellera alardea de fuerza y equilibrio en nombre de la cultura popular. Como un amigo que me encontré ahí me dijo: “Parece que a la gente poco le importa que nos puedan matar en masa”.

Lo mismo puede decirse de ese escaparate del postureo y la solidaridad pasiva que son las redes sociales. Las tragedias no dan pie a comparaciones, por supuesto. Pero los mensajes de apoyo y el rechazo que, por ejemplo, tuvieron los últimos atentados de París, fueron mucho más llamativos y numerosos que no el que ha recibido este deleznable crimen homófobo. Si a esto le sumamos el repulsivo hashtag #MatarGaysNoEsDelito que proliferó en Twitter (básicamente, entre usuarios de México y el resto de Latinoamérica) y que debería ser penado con toda la fuerza de la ley, uno realmente se pregunta qué cojones está pasando.

Da exactamente igual los progresos por los que la comunidad homosexual ha luchado y sigue luchando: aunque parezca mentira, sigue habiendo una enorme brecha entre las diversas orientaciones sexuales. Aquellos que viven en grandes ciudades y a duras penas se encuentran con el rechazo social en su día a día  pueden llegar a pensar que todo va bien, que puede ir cogido de la mano de su pareja sin que ninguna amenazante mirada les prive de esa libertad de amar. Pero no. Saliendo de esa zona de confort, de ese escenario del “todo va bien”, el rechazo silencioso de la mayoría sigue estando ahí.

El músico Víctor Algora daba en el clavo en un texto que compartió en las redes sociales y al que no le sobra ni una mísera coma:

«De cuando era niño y era acosado por los otros niños por ser gay, lo que más se me quedó grabado era como los padres de otros niños, profesores u otros adultos hacían la vista gorda. Recuerdo como temían defender al maricón, o como simplemente no le daban importancia, porque lo queráis o no la homofobia era y sigue siendo lo cotidiano, lo normal, igual que lo es el machismo, o la corrupción. Está metida muy dentro, en el subconsciente de una sociedad enferma, demasiado preocupada por los roles sexuales, la virilidad, la femineidad y toda esa basura. Enferma porque existe gente a la que le ofende que personas del mismo sexo se den un beso en público. Esa es la sociedad en la que gays son arrojados al vacío o ahorcados en Irán, o masacrados en una discoteca en EE.UU como acaba de ocurrir. La mismita sociedad en la que tus compañeros de clase te apartan, te insultan, te humillan, golpean, te rompen las gafas o te mean encima simplemente por ser quien eres. Y en la que los otros callan. Esos otros que pretenden que sonrías con el chiste, que te tragues la dignidad, que aceptes tu rabia, porque al fin y al cabo la homofobia ha sido siempre una cosa de toda la vida. Y ahora, a ver cuántos de vosotros, heterosexuales, condenáis este atentado, a ver cuántos empezáis a condenar las agresiones continuas en ciudades como Madrid, el comentario del cazurro, la parodia humillante en la televisión, el odio y la ignorancia. A ver cuantos de vosotros defendéis al compañero marica de vuestro hijo en el colegio. Tened cuidado, a ver si os van a confundir con uno de nosotros».

Sin duda, estamos solos. Y lo que es igual de preocupante: la propia comunidad homosexual está completamente fragmentada. Cuando un gay rechaza a otro porque tiene más pluma de la cuenta, porque no luce en Instagram un cuerpo de Adonis como él quisiera o porque prefiere ligar a la vieja usanza en vez de enviar fotos de su falo empalmado en la aplicación de ligoteo de turno, resulta igual de desesperanzador. Falta unidad, tanto entre los propios gays como entre gays y personas de otra condición sexual. Solamente unidos, todos a la una, podremos acabar con esa homofobia que, aun siendo más sigilosa que en décadas pasadas, está ahí acechando. Por si no había quedado claro: las personas LGTB también somos seres humanos.

Sergio del Amo / foto: El País

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