¿Tienen sentido los discos pop más largos que un día sin pan?
Hay ocasiones cuando un álbum, debido a su naturaleza conceptual, conlleva una duración mayor que la media. Hay otras donde una excesiva duración surge de manera completamente gratuita. O quizás no tanto, al menos si vamos más allá de lo estrictamente artístico. Porque muchas veces el carácter comercial se posiciona por encima del artístico, si es que a veces se puede considerar como tal y no simplemente puro entretenimiento. Y es que esto sucede especialmente en discos pop de índole comercial, normalmente con grandes estrellas de por medio, donde casi todo suele enfocarse hacía el mayor rendimiento en listas, y la duración es uno de los elementos preponderantes. Sin embargo, a día de hoy, no se tiene en cuenta de la misma manera que en épocas pasadas, donde aparte del formato (el vinilo hasta la llega del cd), el género limitaba bastante la duración.
Tomando como ejemplo la artista pop por antonomasia, Madonna, incluso en la época cd, donde el almacenamiento era mejor, sus trabajos tenían una media de 11 o 12 cortes. Los discos pop debían ser cortos, porque para discos largos ya estaban otros géneros. Pero a partir de la nueva década las cosas cambiaron, y MDNA, a pesar de los 12 de su versión estándar, la deluxe contaba con 18. Lo de Rebel Heart fue ya una auténtica locura, con 14 en la normal, 19 en le deluxe y 23 en la superdeluxe (!).
¿No sería lógico que, en la época donde los jóvenes y algunos no tan jóvenes solo aguantan discursos culturales muy breves, los discos fueran todavía más cortos? Así, tendría más sentido que los EPs se llevasen el gato al agua, y a pesar que hace unos años grandes nombres de la industria como Lady Gaga, Lana del Rey o Coldplay los publicasen, parece que aquella estrategia se frenó en seco. La solución no eran los discos más cortos, sino discos con un mayor número de canciones, ya que fragmentar un disco, algo que se hace desde la era del cassette, se ha llevado al extremo debido a los formatos digitales.
El consumidor escucha todo y luego elige lo que más le interesa. Y el resto de la basura. Pero también cabe preguntarse cuánta gente realmente se va a escuchar, aunque solo sea una vez, un ladrillo de veinte canciones. Los fans acérrimos, está claro, porque el resto se quedará en la mitad y ya a partir de ahí escogerán. Y es verdad que en sus versiones deluxe o superdeluxe estos discos van dirigidos sobre todo a esos fans y se puede considerar que la obra original es única y exclusivamente la versión normal. «Venga, va, solo consumo esa y paso de los añadidos» podría ser una actitud (aunque haya casos como el de Ellie Goulding que incluso obviándolos se te queda en 15 cortes).
Sin embargo hay otros discos que, sin contar con versión expandida, como los últimos de Ariana Grande, The Weeknd y sobre todo de Drake, pecan de exceso de minutado. Y la excusa de poder escoger entre un montón de temas para así poder publicar varios singles y que haya más posibilidades de que alguno llegue a coronar el Billboard no cuela, porque tampoco es que generalmente se publiquen más de 10 (que ya son), incluso aunque te llames Nicki Minaj y estés loca del c**o (la época Roman Reloaded supuso todo un desfase).
Lo que sí puede colar es que 18 canciones, como en el reciente caso de The Weeknd y su Starboy, aparezcan las primera semana en el Billboard Hot 100 (y algunas se mantengan las siguientes). Así es como funciona la era streaming y así afecta a la lista americana, teniendo en cuenta el número de escuchas de estas plataformas. Incluso para la lista de discos también beneficia este reciente cambio de las reglas, ya que ahora también se tiene en cuenta el streaming, y si un disco es más largo también ganará más escuchas y subirá puestos en la lista. Sí, antes de Spotify y demás plataformas daba exactamente igual para el Billboard 200 la duración de un álbum, que podía ser de 9 cortes o de 20, que funcionaba como un todo. Otra manera de diseccionar una obra.
Por supuesto también está el tema de los royalties, que a más canciones, más guita, que es a lo que verdaderamente han venido. Ahí es cuando entran otros artistas que no entrarían ni a tiros en la lista de canciones, pero pueden ganar más a través del streaming con un disco eterno, como I Like It When You Sleep, for You Are So Beautiful yet So Unaware of It de The 1975. Y aunque el Hot 100 les ignore (aún se cuenta la radio), les ayuda a escalar en la de discos, como A Seat at the Table de Solange, que se alzó con el uno gracias al streaming (y eso que cuenta con millones de interludios, que es más trampa todavía). Ah, y sí, salvo excepciones, casi todo gira alrededor de Norteamérica porque la mayoría de artistas que cometen estos excesos son de ahí, porque para capitalistas, ellos.
¿Justifica esto lastrar discos que, más cortos, brillarían más? Parece ser que sí, y todo por aparecer en lo alto de las listas, que a pesar de que no gozan del reconocimiento de antaño (¿os acordáis de las pegatinas sobre los cds «número en ventas»?), todavía tienen cierta cabida en 2017. Y estar en la cima significa dólares, aunque sea de manera colateral, y por tema de derechos la pasta es contante y sonante. Algunos como Bruno Mars se están revelando (¡9 pistas en 24K Magic!), pero en general la tendencia, por ahora, no va por esos derroteros. Y es que el mundillo mainstream o comercial nunca ha destacado por la dignidad, y retorcerán lo que parece irretorcible para obtener más notoriedad y sobre todo ceros en su cuenta corriente. Nada nuevo bajo el sol.