Por qué Lorde debería ser el gran icono feminista del pop actual
Hay muchas figuras femeninas en la música que merecerían erigirse como icono feminista. Bueno, quizás ya lo sean, pero para un público más bien reducido. Porque por mucho que Grimes acumule millones de escuchas en Spotify y desde aquí le bailemos el agua día sí, día también, sigue siendo una desconocida para la gran mayoría. O aunque Patti Smith lo haya sido para los mayores de cuarenta, los millenials y todos lo que vienen detrás no la tienen en cuenta (aquí entraría el ‘ageism’, pero también la marginación del rock en la radiofórmula). Y en un mundo donde la música popular cada vez peca más simple y reduccionista a todos los niveles, pocas figuras podrían sobresalir en este aspecto.
Está Madonna, al que evidentemente se le pueden atribuir méritos relacionados con el tema, pero falla a la hora de haber explotado ese capitalismo de corte supuestamente feminista donde parte del poder se sustenta en agradar lo que el heteropatriarcado exige (sexualidad femenina desmedida, que la mujer se mantenga atractiva pase lo que pase). También hay que tener en cuenta su papel de madre superiora de corte maternalista hacia otras mujeres de pop que las trataba como sus novicias (el beso con Britney y Christina, por ejemplo) o su incapacidad de tener o más bien mantener buenas relaciones con otras compañeras de profesión debido a su personalidad altiva. O directamente llevarse fatal (Mariah o Courtney). No hace falta tener un «squad» como Taylor Swift, pero tampoco desplegar una actitud tan, dejémoslo en, complicada a la hora de relacionarte con otras mujeres del negocio.
Y hablando de Taylor Swift, tiene difícil lo que convertirse en un icono feminista. Obviando que escriba canciones a modo de rabieta contra examigas o que gran parte de su discografía gire en torno a los hombres (algo que en el último disco cambió ligeramente, por suerte), no se moja, y para ser feminista hay que mojarse. Si no se mojó ni por Hillary y su progresismo de 0’60, qué se puede esperar. Tampoco ayuda que tu «girl power» se cimiente en buena medida sobre amistades que parecen sacadas de un catálogo de Alemania circa 1939: sus amigas en su mayoría son blancas, heterosexuales, altas y rubias. Y tanto ella como Madonna o Hillary Clinton fomentan un feminismo donde el elitismo socioeconómico y racial juegan un papel preponderante. «Primero nosotras y luego si eso ya el resto, que ya tienen suficiente lío con sus movidas raciales», parecen querer decir.
Luego por supuesto está Beyoncé, que directamente se proclama reina y señora del feminismo, cuando se puede calificar, directamente, de chichinabo. Resultaría todavía más positivo que el icono pop feminista definitivo no fuese blanca, pero cuando hay tantas incoherencias, al final todo cae por su propio peso. Y luego está Adele, que de tan conservadora resulta casi utópico considerarla como tal; Katy Perry, que por mucho que se haya vestido el traje de reivindicativa en los últimos tiempos, no cuela como icono «serio»; Ariana Grande sigue siendo una marioneta de la industria manejada por hombres; o Britney, que es la contradicción absoluta del feminismo. Quizás Lady Gaga sí que podría optar a ello, aunque durante su carrera se ha centrado sobre todo en los derechos LGTB, y aunque lo ideal sería que ambas corrientes confluyesen, para el gran público quizás sería un exceso de ideología. Y al final se ha quedado como una figura LGTB, o más bien gay. También está Miley Cyrus, que a pesar de ser denostada por ciertos sectores, tendría todas las papeletas si no fuese porque últimamente prefiere otros proyectos que la alejan del pop (quizás con un comeback en condiciones…).
Y si todo lo ideológico debe resultar coherente con el movimiento, también hay que tener en cuenta la calidad musical y sobre todo ese equilibrio entre carácter comercial y artístico que pocas llegan a conseguir. Gaga, que podría ser la gran esperanza feminista pop, ha pinchado en Joanne, y la gran esperanza es Lorde, que aún tiene que reafirmarse con su segundo disco, pero que cuenta con un buen ejército de fans y su debut fue un éxito. Va por buen camino. Acaba de estrenar Green light, que es una gran canción, demostrando que ella lleva las riendas de su carrera en un ámbito donde señores (y no tan señores) esperan manejar a su antojo a una chica tan joven como ella. Porque la canción se desvincula de todo lo que suena en las radio, pero sigue siendo comercial, lo que lleva a pensar que, por equis o por y, su libertad creativa esta por encima de la media. Y eso que no tiene el poder mediático y de influencia de otras popstars más consolidadas. ¿Cuestión de echarle ovarios y no contestar «sí, bwana» ante cualquier sugerencia u orden del machirulo de turno? Puede ser. Esa libertad, aparte de en la canción, la transmite en un vídeo tan sencillo como efectivo.
Un icono necesita tener una personalidad definida y, a pesar del cambio de registro, su estilo es reconocible al 100%. Además Lorde es todo un animal del directo, donde su presencia y actitud se disparan. Algunos ponen en duda esos movimientos y gestos «tan raros», lo que a ella ni le va ni le viene, se muestra tal como es, representando a una mujer que se desvincula de los estereotipos que los grandes medios quieren vender. En una serie quizás puedas ver a una «rarita» como ella como protagonista, pero el mundo del pop es mucho más misógino, y si la chica tiene un punto freak, al menos enseña cacha. Si no enseñas cacha, al menos mantén el saber estar, sé sofisticada, elegante, un modelo a seguir, como Taylor. Ella ni una ni la otra. Quizás si tuviese una belleza dentro de los cánones que imperan, puede que se vendiese al mejor postor, aunque eso es mucho suponer (ahí está Charli XCX, que no es lo que los heteros llamarían «pibón» y está cada vez más sexualizada).
Se dice últimamente que las mujeres siempre deben apoyarse entre ellas y no lanzarse puyitas (eso lo dice su amiga Taylor, pero consejos vendo y para mí no tengo), y Lorde repartió bien repartido a comienzos de su carrera musical, lo que muchos criticaron. La camadería está muy bien en términos generales, pero si evita el debate acerca de un tema tan relevante como el feminismo, y en este caso la neozelandesa ponía de relieve el machismo implícito en el pop, esta queda anulada per se. ¿Es que la pasividad de la mujer ante el macho empotrador que Selena Gómez declaraba en Come and get it no es motivo de crítica? El único pero es que, quién sabe si por su amistad con Taylor (aunque no forme parte de su nazi squad) ha influido a la hora de relajar su discurso. Esperemos que siga abofeteando al ámbito del pop en el futuro, aunque la sutileza también juega una baza importante en su manera de afrontar el tema.
Un ejemplo muy claro de esta postura es que, a pesar de no alzar la voz de manera evidente, su obra casi nunca ha girado alrededor de los hombres, tratando temas que el pop comercial ha olvidado, ya que su leit motiv se basa casi siempre en una visión bastante perjudicial del amor y del concepto de pareja. Sí, Green light habla de un ex, pero por otra parte también anhela pasar página del todo y sentirse completamente libre, sin echarle de menos, aludir al «un clavo saco otro» o hacerlo solo por el hecho de quitarse equipaje y así poder encontrar a alguien mejor. Y además no lo plasma desde un prisma dramático, no, sino desde la vitalidad que un movimiento como este necesita. Habrá que esperar al disco, donde comprobaremos si, como ella misma ha declarado, el single no lo simboliza. Lo que esperamos es que siga siendo ella misma, sin ataduras, destruyendo los estereotipos de la industria a golpe de actitud feminista y sobre todo temazos que sepan reflejarlo.