Katy Perry – Witness

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«¿Qué la pasa?» (Oto Vans dixit), pensarán algunos de la última etapa de Katy Perry, trufada de incoherencias y desaciertos artísticos y promocionales. Que si odia a Taylor, que si la perdona; que si critica el establishment cuando ella es el establishment; que si «purposeful pop», pero la categoría solo se puede atribuir a poco más que al primer single, etc. Y pensar que lo único que queríamos era nos divirtiese como antaño. Y es que, ¿qué ha quedado de esa dicharachera Katy en Witness? Asoma por momentos, pero ya desde Prism se había pasado (ligeramente) al lado maduro del pop (para ser una popstar, se entiende). Ella desea, casi ansía, ser trascendental en un mundo tambaleante como el de 2017, pero son más sus declaraciones (y tampoco en exceso) que los resultados lo que lo demuestran, ya que, sin resultar tan desenfadado, el pop de consumo rápido sigue siendo su seña de identidad. Eso sí, más modernete.

Modernete, pero sobre todo mejor producido, porque ya en su anterior álbum se percibió cierto avance, pero en este se reafirma. Y es que sus dos primeros discos, a pesar de contener adictivos trallazos pop, parecían producidos en una chatarrería. Ahora tenemos a Purity Ring participando en tres canciones donde han plasmado de manera más que patente su sintética esencia: Mind maze, posiblemente uno de los temas menos comerciales y más interesantes de la carrera de Katy; Miss you more, una balada con un estribillo algo vago; y Bigger than me, con una letra bastante cliché sobre formar parte de ese gran cambio social (que nunca llega), pero que convence por melodía y diseño sonoro. Lo curioso es que algunos temas también se inspiran en el sonido del dúo y de primeras es fácil pensar que han aportado su granito. Ahí están Hey hey hey, que podría ser su nuevo Dark horse, menos trapero, y Roulette, de lo más synthy y con un bajo muy Rhythm is a dancer (aunque el estribillo recuerde a Fight for this love de Cheryl), que hasta suenan más a ellos que Miss you more.

Se agradece que haya apostado por sonidos menos encorsetados, y solo cierto aire tropical, y de manera muy poco evidente, y el ramalazo trap de Migos de Bon Appétit podrían acercarle a las modas actuales. Y aun así es un temazo que demuestra que las listas de éxitos están a otras cosas. El disco con toques vaporwave de Chained to the rhythm y el gay house de Swish Swish junto a Nicki Minaj también suponen una bocanada de aire fresco en el cuadriculado panorama pop comercial, y además aciertan de pleno. También housera es Déjà vu, más simple que el mecanismo de un yoyó, pero muy bien rematada, y hasta recurriendo a un estilo más clásico, del que Kanye estaría orgulloso (y que muchos tildarán de apropiacionismo cultural), no decepciona. Pero claro, a veces la producción se come al resto de la canción, sobre todo en Tsunami y Witness, y a veces ni eso, como en Power y Save as draft (con 15 cortes era de esperar relleno).

Quizás el hecho de que ella y su equipo se hayan tomado más en serio su trabajo no implica que siempre salgamos ganando: sí, suena más pro, pero se echa en falta cierta frescura pop, especialmente de su etapa Teenage Dream, que a pesar de su intrascendencia, ha pervivido en la memoria colectiva. Ahora que busca mayor trascendencia, aunque se quede a medio gas, ¿será Witness o sus singles recordados en el futuro? No tiene pinta. Y no sería un problema si se hubiese mojado del todo, pero por momentos se ha quedado en tierra de nadie en lo que se refiere a contenido y tono, a pesar de que, al menos, se trata de un disco pop entretenido, que sonoramente se sale del tiesto respecto a lo que se cuece en listas, y con varios highlights reivindicables. Al final ella es una de tantas popstars que a día de hoy están haciendo (realativamente) lo que quieren, pero ya lo dije en aquel artículo: eso no implica que los resultados vayan a mejor.

Puntuación: 6,5

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