Operación Triunfo 2017, en las antípodas de la realidad

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Admitámoslo, nadie esperaba que el regreso de Operación Triunfo reflejase los cambios que el mercado musical español ha vivido desde que se dejó de emitir, y menos todavía si volvía a la cadena que lo vio nacer. ¿Y cuáles son las mayores diferencias? La dominación de lo latino frente a lo nacional y la mayor repercusión del indie gracias a la proliferación de festivales. En realidad lo primero era de esperar que se viese reflejado, pero por ahora no ha sido así. Quizás porque en el primer programa eran los propios concursantes los que escogían las canciones y no parece haber demasiada influencia latina entre ellos. Habrá que esperar al resto de programas, pero de primeras llama la atención. Respecto a gustos más «indies», nadie espera que escojan cantar Arca, pero no resultaría tan utópico que se marcasen algo de Love of Lesbian o Arcade Fire. De nuevo habrá que esperar a ver cómo evoluciona el programa, y sin embargo, incluso con la inclusión de Guille Milkyway, no pinta demasiado bien en este aspecto.

Si los programas de similar formato de otras cadenas no han demostrado esa mayor variedad de estilos de la realidad musical de España, en TVE, cada vez más rancia, es como pedir peras al olmo. Porque la cadena, bajo el yugo de la derecha más añeja, no para de caer en picado en lo que se refiere a audiencia, consecuencia de un tipo de productos que incluso una buena parte de españoles que han premiado a un partido corrupto no van tragarse ni hartos de tequila (último horror: el programa de Carlos Herrera). Y da igual que Gestmusic sea la productora, esto es como el cine producido por Jerry Bruckheimer: parece que todo lo dirige y escribe él. Con TVE, lo mismito, su influencia está muy patente.

Lo peor de todo no es que representen la caspa de 2017, es que todo apesta a naftalina circa 2001. Escenario, iluminación, vestuario, presentador y sobre todo un formato inalterado al que no le ha sentado nada bien el paso del tiempo. Gran Hermano, por ejemplo, mantiene la esencia original, pero desde 2000 ha evolucionado y a pesar de ser tildado de soberana mierda, al menos es una soberana mierda de 2017 (bueno, quizás 2013). TVE parece que grabó el programa de ayer hace trece años. Y si se tratase de una vuelta a los noventa, que al menos fueron descacharrantes dentro de todo su «kitchismo», aún, pero los 2000 fueron un horror, a secas. Mejor las Mamachicho que Ana y los 7, dónde va a parar.

Por otra parte, lidiando con el contenido, es triste saber que Telecinco sigue con el San Benito de la única cadena basura, cuando al menos no lo esconden, mientras que la pública reviste a Operación Triunfo y otros coetáneos de programas culturales, o al menos de entretenimiento blanco, en los que además encontramos un subtexto que provoca arcadas. La realidad es que estamos ante el reflejo de unas decisiones políticas que influyen en TVE de manera cada vez más evidente. Puede que cuando crezcan gran parte de aquellos jóvenes que representan la potencial audiencia del programa viren hacia el conservadurismo, pero por ahora ellos, al menos en buena medida, no van a aceptar este tipo de formato. Y por mucho Guille o los Javis, la modernidad, o llámalo contemporaneidad, no es esto, ni de lejos. Lo único que puede compensar ligeramente este volquete de caspa es la apuesta por mostrar diferentes orientaciones sexuales entre los concursantes (de género por ahora parece que no), cuando antes, incluso en Telecinco, supuestamente más abierto en estas lides, se ocultaba. A ver si las niñas se iban a decepcionar con que José Galisteo fuese gay, pobres.

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No hay que olvidarse de los jueces, sobresaliendo, para mal, ese remedo de Risto Mejide que da vergüenza ajena (cuando además Risto realmente nunca fue tan transgresor como nos hicieron hacer creer). Y con decisiones tan ilógicas como mantener a la niña bonita cuando su actuación fue un auténtico desastre o poner en duda a una de las pocas concursantes con madera de «poptarda» de toda su historia. «Claro, bonita, lo que tienes que hacer es cantaer música de verdad, como Vanesa Martín, que es muy emotiva, auténtica, y no petardadas vacías y donde no puedas «lucir» la voz». Porque esa es otra, se mantiene la obsesión por la voz como elemento casi único del artista, por mucho que haya comentarios que intenten rebajar esa idea. Que sí, que está bien no soltar gallos (que hubo, y muchos), pero trillones de artistas, entre ellas la catalogada como reina del pop, nunca han hecho gala de un vozarrón y ahí está por tropecientos motivos más. Pero esas figuras no importan, y así se demuestra al comprobar que pocas veces hemos podido escuchar canciones de popstars no gritonas en este tipo de formato. Eso sí, flamenquito pop todo el que quieras.

No es por atacar lo nuestro, pero si al menos se tratase de flamenco real, del visceral, pues fantástico, pero este subgénero resulta tan inane e inofensivo que no es que sature, es que duerme a las ovejas. El reguetón suele enervar a más de uno, pero al menos desencadena algún tipo de reacción. Paradójicamente la música que suena entre vídeos se podría catalogar de indie o alternativa y resulta bastante más variada que la que interpretan los concursantes. ¿Lo harán para compensar? Aunque la verdad, tras ver a una chica destrozar Starman, sinceramente casi mejor que mantengan la misma línea de siempre.

Con todas las críticas vertidas, hay un problema mayor que todo esto, al menos para su supervivencia: los jóvenes ya casi no ven la tele, y si en algún momento se pegan a ella no será durante tres horas y media (y menos, como he dicho antes, si la cosa rezuma caspa de lo lindo). Bueno, ni ellos ni nadie con algo mejor que hacer. Un mal endémico de la televisión en España que supone un clavo más en el ataud del programa, junto con lo ya expuesto. Porque sí, ha empezado con buen pie, un 19% de share, pero habrá que comprobar si continúa con un nivel digno de audiencia, porque ya os digo yo que no va a mantener ese dato y menos aumentarlo. Sin embargo, después de todo lo argumentado, yo también me pregunto: si se aplicaran estos cambios, ¿triunfaría la fórmula?

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