Father John Misty y Weyes Blood en La Riviera, Madrid

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Posiblemente en buena medida por al ansia de coger buen sitio para lo que vendría después, la telonera, Weyes Blood contó con un buen número de personas que además la respaldaron sin remilgos. A pesar de que no mostró su faceta desbocada, la que despliega junto a Ariel Pink, y de su apacible folk, ella se muestra dicharachera en sus directos (lo que ya comprobé en Primavera Sound), sin que el espectador, aunque desconozca su carrera, tenga posibilidad alguna de aburrirse. También ayudan, obviamente, su preciosa voz y temas emocionales como Seven words o Generation why (esta última hasta un poco Enya), que también destacan por su belleza melódica, por lo que no resulta complicado conectar con ellos. Mención especial a su traje de raso azul celeste: un acierto que reafirma que ella no casa con la típica figura lánguida del género (bueno, en realidad, gracias a su colaboración con Pink, este hecho está ampliamente constatado).

Media justita duró su concierto, porque había que finiquitar la preparación de todo el equipo para Father John Misty y sus siete músicos (e incluso así, algunos arreglos se echaron de menos: es lo que tiene el barroquismo sonoro). Tillman apareció sobre el escenario y empezó del tirón Pure comedy, sin media palabra con el público. Y así fue la primera media hora, donde encadenó tres temas más de su último disco y se olvidó de él (bueno, o casi, porque en el bis recuperó So I’m growing old on magic mountain, que por lo visto en Barcelona obvió), y ni un mísero «hola, Madrid» o «thank you». Vale, es el cliché, pero ayuda a que fluya la conexión entre artista y público. Por lo general se le notaba demasiado contenido para la fama de la que goza, incluso hasta en piloto automático, y hits (porque tiene hits) tan celebrados como Nancy from now on sonaron correctos, pero algo desangelados.

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Por suerte luego se despegó de su guitarra, lanzándosela, y desde bastante distancia además, a uno de los técnicos, y parece que de alguna manera le sirvió de liberación. Ahí comenzaron las posturistas, aspavientos, caídas de rodillas e incluso algún que otro comentario salió de su boca. En True affection, uno de sus temas más movidos, y sin duda el más electrónico, le sirvió para entregarse al ritmo en un estrafalario baile que volvió a repetir, esta vez con ínfulas muchos más rockeras, en The ideal husband, mucho más despendolada en directo, que además sirvió como cierre adrenalínico por todo lo alto. A nivel de performance, el súmmun recayó en esa esplendorosa Bored in the USA, que le sirvió para explotar su talento como comediante stand-up. Y que, para mí, fue sin duda el gran momentazo de la noche. Ansiaba ese Tillman excesivo pero a su vez cercano y hasta emotivo, y por fin lo obtuve.

Quizás porque de él se espera una personalidad arrolladora, se le exige más que a otros intérpretes que solo tienen que cantar y poco más, y todos contentos. Pero las giras pasan factura, y esta última casi se ha unido con la anterior, y no se puede esperar que todos los días esté tan on fire como cabría esperar. Pero por otra parte piensas en artistas como Madonna, que podría ser su madre, y que está al pie del cañón en todos y cada uno de los conciertos de sus giras. Aun así, como ya se ha comentado, el directo, a pesar de ese tibio primer tercio, fue un in crescendo que el público, aunque entregado desde el minuto uno, seguro que agradeció (yo lo hice). Y hasta en el bis, cuando ya estaba del todo entregado, nos regaló un mini monólogo sobre Acción de Gracias y lo absurdo que le resultaba, y como alguien en España le organizó una cena para celebrarlo con un mago, como si la figura de este formase parte del ritual habitual en Estados Unidos (?). Vamos, que al final nos reímos y emocionamos a partes iguales. Y por cierto, a pesar de la (injusta) fama de La Riviera, el sonido, chapó.

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