5 conclusiones sobre los Grammy 2018
¿Importan los Grammy? Todos los años nos preguntamos lo mismo, y ya sabemos la respuesta: poco. Y sin embargo nunca podemos dejar de hablar de ellos, porque siempre suelen sorprendernos, aunque suele ser para mal. Porque al menos podrían reflejar la realidad musical actual en lo que se refiere a éxito, ya que en lo que se refiere a calidad artística casi nunca sucede (no es que nunca premien a buenos artistas de éxito, pero siempre hay opciones por encima de ellos). Cuando otros años se habían visto atisbos de progresión, esta edición ha pecado de tan conservadora que el tedio ha sido realmente el ganador de la velada.
¿Bruno Mars, álbum del año?
No es que Bon Iver haya descubierto América, pero tiene más razón que un santo. La victoria de Bruno Mars se antoja tan rancia, incluso para los Grammy, que hasta de alguna manera ha sido un poco WTF. Su último disco es un copia y pega de grandes nombres de la música a los que la academia les encantaba premiar. A falta de ellos, nada mejor que su versión millennial, que, sin desprestigiar al bueno de Bruno (bueno, un poco), no les llega a la suela. Y si al menos gozase de una personalidad propia, otros elementos hasta podrían quedar en un segundo plano, pero en este caso es tan evidente la falta de ella que más que a un artista han premiado a un dejá vù.
¿That’s what I like canción del año? Hasta luego Maricarmen
Lo de álbum del año, mira, hasta tiene un pase si tenemos en cuenta que en la academia hay más dinosaurios que en Jurassic World, y porque el concepto de álbum como que se lo toman de manera más solemne (cuando es un formato para muchos desfasado). Sin embargo en la categoría de canción del año se suelen desmelenar un poquito más. No esta edición. ¿En serio? ¿That’s what I like? Que sí, que la canción es maja, tuvo su éxito comercial, pero es que ni por un lado ni por otro ha sido la que más ha despuntado. Es más, no ha sido ni la más exitosa del artista y dentro de unos años, cuando ya no esté reciente, podremos comprobarlo. Aunque, todo hay que admitirlo, las otras tampoco eran para tirar cohetes. Y anda que no ha habido temazos de éxito este año…
Mujeres al poder, pero lo justo
Mucha reivindicación del poder de la mujer en la industria, y todos subiéndose al carro de un movimiento tan en boga como #MeToo (ya sabemos que los yanquis no se pierden una, y menos cuando se trata de algo políticamente correcto). Sin embargo, cuando lo evidente se esfuma, el machismo campa a sus anchas. Quizás si el entorno de Lorde, única mujer nominada al premio más importante, álbum del año, no hubiese contado que no se le ha permitido actuar presentando material de ese disco, pocos se habrían dado cuenta de su ausencia, y menos todavía si hubiese estado presente pero en forma de homenaje compartido a Tom Petty, que fue lo que le ofreció la organización (y lo que ella declinó). El nuevo machismo nunca es tan evidente; ya no es un «a la cocina, que es donde tienes que estar». Y luego viene el productor de turno a decir que por tema de tiempo no todos tienen la posibilidad de actuar. Pero los otros cuatro nominados a álbum del año y artistas que ni si quiera han sido nominados a nada, sí. Y lo peor es que algunos la acusan de niñata. ¿Machismo? ¿Dónde?
El hip-hop sigue siendo de los bajos fondos
Obviando que te guste más o menos el género, el hip-hop (y derivados) es el género estrella en Estados Unidos, y ya que, salvo excepciones, los Grammy se suelen centrar en la industria del país, ¿por qué siempre queda en un segundo plano? Vale, sí, hay muchas categorías que lo engloban, pero las principales suelen ignorarlo a la hora de la verdad, el premio. Quizás esos dinosaurios sigan asociándolo con pistolas y cadenas de oro, pero sorprende el caso de Kendrick Lamar, que se aleja de todo tipo de clichés y además es adorado por crítica y público. ¿No sería esa la conjunción perfecta para arrasar en los premios? Si vives en el Pleistoceno, está claro que no. Así que, como suena, se trata simple y llanamente de una cuestión de elitismo exacerbado, ya que muchos seguirán viéndolo como un género vulgar y zafio de las zonas urbanas deprimidas del país. O quizás tenga algo que ver con cierto racismo, sutil también, lo que me lleva al siguiente punto.
«¿Racismo? ¡Pero si hemos votado por Mars!»
Es cierto que el r’n’b disfruta de bastante reconocimiento en los premios, pero hay que recordar que en la última década solo dos personas de color (y digo de color, porque uno es mulato) han sido los grandes ganadores, incluyendo álbum del año. Con la proporción de artistas de color, especialmente negros, que revientan las listas y que además trufan las nominaciones de estos mismos premios, ¿no debería ser mayor el índice de ganadores? Y además son ellos los que están presentando propuestas algo más innovadoras. A pesar de todo los académicos (si es que se les puede catalogar con tales) se pirran más por una Adele, posiblemente el mayor referente del conservadurismo pop actual, que por cualquier gran nombre de la música afroamericana que vaya más allá (y si en vez de inglesa fuese americana, el culo se les hacía Pepsicola). Así que Mars, con su r’n’b blandito y clásico, se erige como la opción perfecta para galardonar, que además forma parte de una minoría y así quedan bien, pero lo justo.