El legado de «Ray of Light» de Madonna
Estos días se cumplen 20 años de la publicación de uno de los discos que más ha marcado el pop contemporáneo (y digo «estos días», porque en Japón salió el 22 de febrero y en el resto del mundo el 3 de marzo). Ray of Light de Madonna supuso toda una revolución en el panorama musical comercial por diversos motivos, y por ello aun a día de hoy sigue siendo tan recordado (Pitchfork, en una lista reciente, lo incluyó en el top 20 de discos claves de 1998) y por este aniversario, además de este especial, podréis encontrar una buena ristra de artículos elogiándolo.
De primeras simbolizó la resurrección de una artista a varios niveles. Ahora estamos más que acostumbrados a regresos a lo grande tras años de vacas flacas, como el caso de Mariah, Kylie o Cher (para después no saber aprovecharlo, por otra parte), pero por aquella época no era tan habitual que una artista, y sobre todo una mujer, volviese a la palestra al estilo Karmele, como un tsumani: ventas millonarias, premios a tutiplén, varios singles de éxito, etc. Marcarse un Ray of Light, como primer significado (más adelante habrá otro), era esto. También es cierto que los noventa de Madonna, sin llegarles a la suela a los ochenta, tampoco supusieron un fracaso absoluto ni comercial, y menos artísticamente hablando, pero no estábamos ante la misma figura que marcó un antes y un después en la historia de la música pop.
Su séptimo álbum de estudio volvió a ponerla en el candelero a todos los sentidos. A punto de cumplir los 40 (llega a pillarle ahora y el «ageism» le hubiese arruinado el éxito), aun así se volvió a convertir en la artista más cool para medio planeta, mientras la otra mitad se emocionaba con la ñoña My heart will go on (ese momento de lo más «shady» cuando puso una descarada cara de «ayparfavar» al leer el sobre del Óscar a la mejor canción original: ganó el tema de Celine, claro).
El disco, gracias a William Orbit, productor que ella rescató del undrerground, elevó la electrónica al ámbito del pop comercial como nadie lo había hecho anteriormente. Eso hacía de ella la artista más molona de 1998; y es que muchos conocieron las bondades de este tipo de sonido gracias a este irrepetible dúo. Obviamente, después de este arrollador éxito, el productor inglés vivió un momento muy dulce, trabajando junto a Blur, All Saints, Finley Quaye, P!nk o U2, a pesar de que después estuvo un tanto desaparecido hasta la nueva década, cuando volvió de nuevo con Madonna, además de Britney, Chris Brown o la banda de Damon Albarn (aunque no se llegó a publicar nada de material en este último caso).
También durante estos últimos 20 años hemos podido encontrar canciones que no se cortaban a la hora de homenajear o imitar el sonido que Orbit plasmó en el disco: Sugarboy de St. Vincent, varias canciones de lo último de The Sound of Arrows, varias también de Desconocida de Marta Sánchez (¡el Ray of Light patrio!), Chimera de HANA, algunos temas de los primeros años de Nawjajean, Make you happy de Mika, etc. Y sin embargo, a pesar de que en todas estas canciones sobrevuele el fantasma de Ray of Light y el trabajo del productor, ninguno ha querido acercarse demasiado a aquel inconfundible sonido.
Ni siquiera Orbit con sus colaboraciones, quizás por miedo a que la gente le echase en cara autoplagiar un sonido tan único y reconocible (algo parecido sucedió también con Mirwais y Music). Y es que Ray of Light se colocaba en la cresta de la ola y cualquier burda imitación podía salir escaldada. Así se podría decir que dentro pop comercial (el undreground es otro cantar) no hay un disco igual.
Por otra parte, volviendo al concepto «marcarse un Ray of Light«, sobre todo se aplicó y se sigue aplicando a día de hoy cuando un artista comercial, normalmente mujer, desea mostrar su faceta más íntima, intensa y personal a través de su música. Parecía algo que las divas del pop no podían permitirse, pero ella abrió la veda (cuando en realidad Like a Prayer también compartía muchas de estas cualidades). Así se obtenía el respeto de algunos, porque a la propia Madonna le sucedió: a partir de este álbum muchos comenzaron a considerarla como una artista seria y sobre todo de calidad (como si el pop más divertido y desenfadado no lo fuese).
Los dinosaurios que conforman la academia de los Grammy fueron el ejemplo más evidente: cuando Madge era puro pop, ni las gracias le daban, y cuando viró hacia este tono y estilo más solemne, se les hizo el culo Pepsicola. No era ni por la modernidad o la calidad, simplemente por dejar el petardeo a un lado, porque con Music fue todavía más moderna, pero también más fiestera, y estos premios se marcaron un «si te he visto no me acuerdo». Así que el concepto de disco introspectivo, además de hacerse un hueco en la enciclopedia pop, también puso de relieve lo estúpida y prejuiciosa que era y es cierta gente. Doble victoria para ella.
Siguiendo con el disco en sí, a pesar de que se echa de menos el lado más dicharachero de la artista (menos mal que en siguientes largos no se olvidó de él), porque yo siempre he abogado que, para música seria, ya está el indie, hay que reconocer que se trata de un discazo como pocos y que, como el buen pop, resulta de lo más adictivo. Temas entre el dance y el trance (el homónimo, Skin, Sky fits heaven, Nothing really matters), baladas penetrantes (Frozen, Drowned world (substitute for love), algo de punk (Candy perfume girl), idas de olla (Shanti/ashtangi), rollito chill (Swim), experimentación (Mer girl) y drama (The power of goodbye), donde solo chirriaban ligeramente Little star y To have and not to hold.
Sin embargo, y este es posiblemente el gran error del álbum, aunque ambos temas no molestaban, ocupaban el hueco de Has to be, un baladón etéreo solo incluido en la versión japonesa. Bueno, y un factor que tampoco podría considerarse un error, pero que chocaba ligeramente, es que el tema que daba nombre al álbum no tuviese demasiado que ver con el resto. Curiosamente era el único exponente de la Madonna más desbocada y divertida. Al menos no tuvieron la feliz idea de publicarlo como primer single, sino la confusión habría sido total.
Por supuesto tampoco hay que olvidarse de los videos, que también marcaron una época. Desde Frozen, que plasmó en el imaginario colectivo a Madonna en medio de un desierto azul moviendo las manos tatuadas de henna al estilo hindú (¡viva el apropiacionismo!), la secuencia de imágenes aceleradas de Ray of light o el efecto Matrix pre-Matrix en Nothing really matters mientras ella aparece vestida de cyber-geisha (y de nuevo se apropiaba de otra cultura). Ella, como siempre, otorgó al apartado visual un papel preponderante, y este caso posiblemente se sitúa como el más cohesionado entre música e imagen de toda su carrera.
El álbum y todo lo que giró en torno a él fue gloria bendita, excepto, eso sí, no contar con una gira oficial y reducir a seis las canciones incluidas en la de presentación de Music (por mucho que se bautizase como Drowned World Tour, el disco producido por Mirwais fue el protagonista, porque ni si quiera interpretó en directo los temas de este producidos por Orbit). Nada que empañe un legado enorme y un disco que quedará en el recuerdo como una de las obras magnas de la historia pop y por supuesto de la propia Madonna. Y es que a día de hoy, sigue siendo un pepinazo a muchos niveles.