El Último Vecino y Putochinomaricón en Ochoymedio: desparpajo pop

Como dijo Gerard, la sala Ochoymedio estaba hasta los topes, lo que, como al antiguo rey, le llenaba de orgullo y satisfacción. La realidad es que El Último Vecino, sin ser uno de esos grupos indies que encabezan festivales, ha generado cierto culto alrededor suyo que se percibía en los berridos de la masa en casi todas sus canciones (tampoco es complicado aprendérselas gracias a una lírica basada en la repetición).

En ese setlist se podría decir que estaba conformada por sus grandes éxitos (y solo los dos singles de su recién estrenado EP), pero con ellos resulta difícil aplicar esa etiqueta. Y es que casi toda su discografía tiene madera de hit y, salvo un par de temas que en Spotify se levan la palma en reproducciones, por lo general hay bastante equilibrio entre todos. Y eso también se nota en un público que, a diferencia de los «fans» de otras bandas, no solo se quedan en los éxitos. Es más, si alguien que apenas les conocía asistió al concierto de ayer, posiblemente le costaría reconocer qué es hit y qué no.

Y con ese ambientazo Gerard, cada vez más estrella, en el buen sentido, mostraba su agradecimiento desbocándose entre sus poses y gestos ya marca de la casa, desviviéndose por su público durante la hora que duró el directo (sin bis, por cierto, pero ¿para qué forzarlo?). El único «pero» es que quizás el sonido era un poco mazacote cuando sus producciones suenan tan cristalinas en el estudio. Ningún drama tampoco, sobre todo ante el huracán de disfrute que supuso.

Antes el breve directo de Putochinomaricón calentó al personal con sus hits electro-DIY. Bueno, «directo»: lo enlatado de la propuesta (algo que él por otra parte defiende a muerte) y los pregrabados de voz mandan. Pero él y su desparpajo sin duda lo compensa, con un discurso que por lo general se come a la forma con patatas. Pero también hay pepinazos, y Gente de mierda, canción con la que cerró, es ya todo un himno generacional. Y él, por supuesto, tiene madera de estrella, si es que no lo es ya.

Y como la cosa iba de iconos trash y underground, Soy Una Pringada demostró que le suda el pie estar en el Ochoymedio o cualquier otra sala: ella no va a adaptar un ápice su sesión. Por ello quizás la gente no bailaba casi ante himnos feministas como Violet de Hole o Rebel girl de Bikini Kill, o que le chocase que una canción como Born to die, no demasiado movida, fuese pinchada en una discoteca a las 3 de la mañana. Pero también pone de relieve que pepinazos tan obvios como los de Crystal Castles, en este caso Baptism, no suenen más a menudo. Total, que sesionaca. Y soltando alguna de sus borderías de cuando en cuando, lo que se agradece.

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