El lesbian chic como bochorno pop
A pesar de presentarse como un apetecible caramelo pop, Girls de Rita Ora, Charli XCX, Bebe Rexha y Cardi B ha levantado cierta polvareda debido al tratamiento que hace del lesbianismo. En pleno 2018, cuando se creía superado el trasnochado lesbian chic (al menos en ciertos ámbitos), el pop vuelve a traerlo de actualidad y obviamente no ha gustado un pelo. Rita ha pedido perdón a la comunidad LGTB por si alguien se ha sentido dolido, pero que no era su intención, y a colación del tema ha admitido que ella misma ha tenido relaciones con chicas. Ha quedado un poco, salvando las distancias, como cuando Kevin Spacey salió del armario tras las acusaciones de acoso y abuso, es decir, para eclipsar la polémica. Le ha salvado ligeramente que, según sus declaraciones, la canción se hace eco de esas experiencias; pero por otra parte cantar que solo te sube la bilirrubina lésbica cuando bebes vino no queda demasiado convincente.
Por si no sabes muy bien de qué va eso del lesbian chic (normal, ya lo creíamos muerto y enterrado desde hace años), se trata de una manera de glamurizar algo no glamurizable como es la sexualidad, y que se extendió por culpa en buena medida de grandes conglomerados mediáticos como Condé Nast y sus Vogue, Vanity Fair o Glamour. Publicaciones de derechas que aceptan la homosexualidad, el feminismo o la transexualidad solo si va revestida de elegancia y sofisticación. Esa derecha con tintes progresistas en la superficie pero que en el fondo es más rancia que una película de Esteso y Pajares (efectivamente, Ciudadanos). Y ha sido este tipo de actitud ante algo tan importante como es la sexualidad lo que la ha banalizado ante el mundo.
Además el lesbian chic también tiene la vertiente más descaradamente sexual, más allá de para hacer del lesbianismo algo presentable y aceptable. Lo frivoliza igual, pero en este caso va dirigido a satisfacer las fantasías de los hombres heterosexuales a través de los «juegos entre chicas». Y quizás habría que arrancarle lo de «chic», porque generalmente de chic tiene poco, alineándose más con la zafiedad. El pop ha sido sin duda el más agradecido a la hora de adoptar esta bochornosa actitud. Y es que tras la glamurización por parte de estas publicaciones, dirigidas sobre todo al género fememino heterosexual, la chicas lo veían cool, y a los tíos heteros, claro, les pone berracos. Por ello, lo que a ellas les podría parecer una guarrada en tiempos de la Madonna más sexual, ahora lo abrazaban.
Y hablando de la reina del pop, hasta cierto punto ella podría considerarse como la primera en explotar este recurso, pero con un giro. Durante los primeros noventa, y a pesar que Justify my love, el VHS, vendió lo invendible gracias a su evidente carácter erótico, no estaba desesperada por agradar al hombre hetero. Su actitud no resultaba forzada a ningún nivel y sus escarceos artísticos de carácter lésbico (que también los tuvo en su vida personal) solo eran una parte de la liberación sexual a todos los niveles que planteaba su obra por aquellos años. Y además sabía que la iban a llamar de «guarra» para arriba. Sin embargo, en 2003, cuando el famoso beso con Britney Spears y Christina Aguilera (aunque nadie se acuerda de esta), la sombra del lesbian chic sí que asomó y todo se antojó poco natural y tendencioso. Y las jovencitas fueron partícipes de ello, y aquí fue el cuando se abrió oficialmente la veda para que el pop yanqui comenzase a explotarlo.
El ejemplo más popular recayó en el primer hit de Katy Perry, I kissed a girl, del que ahora se arrepiente (pero sigue interpretando en sus giras). Soy «mala» por dar un beso a una chica en una fiesta, pero al final vuelvo con mi chico, que es con quien debo estar. Porque el lesbianismo es solo un juego, ya se sabe. Este ejemplo ya es bien conocido, pero otros más sutiles también han hecho bastante daño, como el vídeo de Can’t remember to forget you de Shakira y Rihanna, en el que se toqueteaban. Lo más triste de todo es que a Piqué no le hace ni pizca de gracia que su chica aparezca con hombretones en sus vídeos, pero sí le parecía bien que se rozase con la de Barbados. El súmmum a la hora de satisfacer las fantasías del hombre, y además aderezado con un machismo recalcitrante.
Antes he dicho que en 2003 se abrió la veda del lesbian chic en los VMA, pero fuera de Estados Unidos, de donde jamás esperamos verlo, Rusia, surgieron t.A.T.u., que en realidad lo llevaban a otro nivel. Ellas vendían como que realmente eran lesbianas fuera de sus canciones y vídeos. Si se hubiesen limitado a decir que solo se trataba de personajes, no hubiese habido ningún problema, incluso sería de aplaudir por poner de relieve la problemática social del rechazo (a pesar de que mucha gente no distinga entre ficción y realidad en la música). Sin embargo siguieron con el juego y lo más gracioso de todo es que años después Yúliya demostró ser una homófoba de tomo y lomo. Al menos Lena, que sigue siendo hetero, eso sí, sí que defiende los derechos de los homosexuales.
Una frivolización, como casi todo lo que acoge la cultura pop, que al hacerlo mainstream lo vicia y desvirtúa hasta pulirlo a su gusto. Sin embargo, dando un poco una vuelta de tuerca, y sin querer defender este movimiento, también pone de manifiesto de cómo funciona el sistema, que de primeras, para aceptar equis o y, tiene que ser moldeado a su antojo, y a partir de aquí ya va asumiendo otros conceptos más afines a la realidad. En mi caso, siendo hombre homosexual, ya no solo se acepta el gay cliché al que le fascina el glamour y el brilli-brilli, y sin embargo simbolizó uno de los primeros pasos; pero claro, las mujeres, como siempre, lo tienen más difícil. Por ello, el lesbian chic, a pesar de lo desacertado que supone, fue un primer paso para cierta visibilización en la cultura pop (aunque por supuesto hubo otras vertientes diferentes, como Ellen). El problema es que, cuando lo creíamos en el pasado, volvemos a ello como si estuviésemos en 2008. Y eso es una vuelta atrás inaceptable.