Cuando la electrónica festivalera solo es apta para bakalas
Nunca he sido el mayor fanático de la electrónica, siempre me he considerado más bien popero. Lo que no quiere decir que haya subgéneros de ella que me atraigan. Pero es verdad que hasta este año ni si quiera había acudido a un festival de electrónica. Uno en su estado más puro, como MIRA, quizás resultaba demasiado para una primera experiencia, por lo que siempre Sónar se planteaba como una opción ya que goza de una vertiente más pop y se puede alternar entre ambas. Sin embargo al no vivir en Barcelona y celebrarse de manera tan cercana al Primavera Sound, siempre ganaba este. Así que Paraíso Festival fue propiamente dicho mi primer festival electrónico, aunque como Sónar, algo mixto, para que el shock de no resultase rotundo.
Fue una buena experiencia, pero hubo un gran «pero». Nada que ver con el festival en sí, sino con los propios artistas. Como ya había comprobado escuchando en directo a otros artistas de electrónica en tropecientos festivales, hay una tendencia hacia la zapatilla desorbitada. De acuerdo que a las cuatro de la mañana 2manydjs van a optar por esta opción, es lógico y respetable, sobre todo en festivales donde la electrónica tiene esa finalidad: programarse a última hora para la traca final fiestera. Sin embargo quizás a las ocho de la tarde tampoco haga falta chunda chunda a todo trapo. Si la obra del estudio es así, de acuerdo, pero si no: ¿por qué forzar tanto la máquina? ¿Es que el público festivalero es tan limitado que o le das zapatilla a todas horas o se larga? Puede ser, pero me resulta una actitud muy poco auténtica por parte del artista.
En la crónica de Paraíso ya lo comenté de gente como Cumhur Jay, Jessy Lanza y sobre todo Henry Saiz, que en su reciente disco el baile queda relegado a un segundo plano frente a sonidos más atmosféricos. La sesión de Apparat, que obviamente no tiene por qué ser un copia y pega de su obra, pero que puede lograr cierta coherencia respecto a esta, tres cuartos de lo mismo; o la de Danny L Harle, en donde sus descarado carácter pop resultaba un elemento anecdótico. Lo que no quiere decir que no hubiese momentos disfrutables, y en algunos casos excepcionales, claro, pero el equilibrio entre el estudio y el deseo de complacer al target más pastillero (figurativa y literalmente) se lo pasan por el forro y optan por la vía más fácil.
La sorpresa del festival vino de la mano de Petit Biscuit (en la foto), que era la opción más EDM del mismo, género que, ya se sabe, a chusco no le suele ganar nadie (aunque el chico tampoco es Guetta, hace gala de un aire más sofisticado). Sin embargo optó por mantener el equilibrio de su debut, entre el baile y lo ambiental, y para un servidor fue se erigió como el directo de la noche. Que tenga que venir un chaval de 19 años de un género desprestigiado para demostrar que ambas vertientes pueden congeniar tiene delito. Lo curioso es que Odesza, que igualmente se podrían encuadrar en el estilo que el francés, y que actuaron en el Mad Cool, también mantuvieron su lado más, digamos, etéreo y en este caso pop. Sin embargo en el gran festival madrileño también me reafirmé en el leit motiv de este post con unos Washed Out que se acercaban a Justice, que también actuaban y que, como era de esperar, le metían mambo, pero para bien y con todo el sentido del mundo. Para eso habíamos ida a verles.
Y para eso también hay personas que acuden a festivales del estilo Tomorrowland y derivados: para quemar zapatilla. Son eventos con nombres que no esconden su naturaleza cuasi bakala y la van a explotar hasta sus últimas consecuencias. En el fondo me resultan hasta más honestos. Pero si yo me paso por un festival de electrónica con nombres que en buena medida no siempre exprimen su faceta más bailable, ¿por qué sin comerlo ni beberlo me tengo que comer un sonido machacón y a veces tan monótono que no sé cuando empieza y acaba un tema? Esta afirmación, entre otras, pueden sonar a abuelo cascarrabias al que no le va ni tiene ni idea del género (es verdad, no soy ningún experto), pero guste más o menos, hay que reconocer la obviedad; y es la traición hacía sí mismos. El público, y más la masa, no siempre tiene 100% la razón.
Sin embargo el meterle cañita tampoco es exclusivo de la electrónica, también el pop, rock y derivados siempre han tirado hacia eso, aunque no de manera tan extrema. Un ejemplo reciente, volviendo al Mad Cool, fue una actuación de Wold Alice, donde la única opción era el guitarreo rudo, sin darle una sola oportunidad a su lado más shoegaze. Está extendida la mentalidad de que el público festivalero solo ansía parranda, y opciones más tranquilas u oníricas no tienen cabida. En buena medida es así, y hasta cierto punto resulta comprensible la posición de estos artistas porque no se trata de un concierto en sala y resulta imposible que la gente conozca a todos los artistas, por lo que hay cierta necesidad por epatar. Sin embargo también se deben respetar a sí mismos y sobre todo a su obra, por lo que intentar lograr un equilibrio nunca está de más. Y bueno, porque también a algunos nos gusta disfrutar de su lado más calmado o ambiental, o simplemente esa parte de ellos que ya conocemos y tanto nos gusta. Para eso también vamos a verles, ¿no?