Spotify nos trata (todavía más) como a niños mimados

De primeras he de aclarar que soy fan total de Spotify desde hace una década, pero también soy crítico con la realidad, con mi realidad. Porque el servicio de streaming ha facilitado la universalización de la música, pero también ha traído consigo varios “peros” tanto para artistas como para usuarios. Pero aquí no me voy a centrar en los escuetos beneficios que reciben los primeros o la tendencia de publicar discos eternos para que contabilicen mejor en ciertas listas. Generalmente las críticas hacia el producto sueco se centran desde esta perspectiva, la de los artistas, pero esta semana han implementado una nueva opción que, sí, ha generado muchos aplausos, pero también ha levantado gran polvareda.

Spotify deja silenciar o bloquear canciones o grupos que no te gusten. Si no te gusta, obviamente no vas a escucharlos de manera directa, pero sí colateralmente si aparecen en alguna playlist no creada por ti. Y además es de manera permanente. Y a partir de ahí surgen muchas preguntas. ¿Es que podemos llegar a odiar una canción o artista tanto como para, de alguna manera, eliminarles de la faz de la Tierra (de tu Tierra, al menos)? Quizás en casos excepcionales más cercanos a traumas o similares podría resultar comprensible. Pero vamos, que tampoco es que la mayoría nos vayamos a volver locos del coño como Jessica Biel en The Sinner al escuchar Huggin & Kissin de Big Black Delta. Y el botón de skip es otra maravillosa opción a la hora de ignorar. Pero, ¿y si con el tiempo, porque algunos somos un poco bipolares, nos apetece recuperar lo que en su momento aborrecimos? ¿No hay vuelta atrás? Bloquear es un tanto extremo, pero la imposibilidad de desbloquearlo todavía más.

Sin embargo, obviando arrepentimientos futuros y demás, lo que más me preocupa es que Spotify nos está convirtiendo en niños consentidos. Bueno, para ser sinceros, Spotify ya nos convirtió en ello cuando vio la luz. Y es que lo de tener (casi) toda la música a nuestra disposición cuando y donde nosotros deseemos es ya de por sí el súmmum de este tipo de cultura, extendida en todos los ámbitos de nuestra vida, en el que queremos todo y lo queremos ya. Y que además genera una necesidad galopante. A ver quién es el guapo que, siendo usuario de Spotify durante años, podría sobrevivir sin él a día de hoy. Nos tienen cogidos de los huevos y ya no hay vuelta atrás. Y el problema es que no valoramos la música como antaño y la consumimos en modo fast food. Este puede resultar un discurso un tanto de pollavieja, pero en parte es una verdad como un templo. Eso sí, no volvería al mundo pre-Spotify ni muerto.

Sin embargo esta nueva opción da un paso más hacia esa actitud mimada: modelar el mundo a tu antojo. No se trata solo de acceder a lo que quieras cuando y como quieras, hablamos de anular parte de la realidad. Ha sucedido toda la vida, cada uno escoge consumir lo que le viene en gana, pero con el mundo de las redes sociales, en lo que se refiere a recibir noticias e información, solo seguimos a los medios afines a nuestra ideología. Únicamente somos conscientes de un mundo hecho a nuestra medida, y ahora también lo podemos aplicar al ámbito de la música. Obviamente nadie va a ver una película o leer un libro de alguien que detesta, pero la música es otra historia en lo que se refiere a duración y formato. Y aun así evitar ponerte de los nervios escuchando reguetón en Spotify (por coger un cliché de música aborrecida) no sirve de nada cuando, lo más seguro, es que lo tengas que aguantar en un bar, hilo musical o en tropecientas situaciones de la vida diaria. Ajo y agua.

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