Preoccupations y Vulk en Changó, Madrid: testosterona en vena
No estoy demasiado acostumbrado a la testosterona pura y dura sobre el escenario, pero a veces apetece darse un garbeo por el lado salvaje, esta vez de la mano de Tomavistas Ciudad. La noche comenzó con los vascos Vulk, que aunque teloneros, parece que llevan toda la vida sobre un escenario. Su actitud y vigorosidad no se corresponden con una banda relativamente nueva. Lo que es una pena es que por cantar en inglés y euskera no se les vaya a tener tanto en cuenta tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Aunque con conciertos como este, seguro que convencen a más de uno. Y además a pesar de su contundencia sonora, su directo no resultó tan ruidista como lo que vendría después.
Y es que Preoccupations, al menos para mi gusto, sonaron demasiado atronadores, ya no solo en comparación al estudio, sino que en ciertos momentos hasta resultaba algo molesto, especialmente en las primeras filas. Un sonido demasiado rudo para un post-punk que de primeras no lo es tanto. Aun así tampoco es que el sonido fuese especialmente brillante, ya que en temas donde la guitarra quedaba más relegada, sobre todo en Decompose, la limpieza del original quedaba deslucida. Incluso Matthew Flegel estaba algo gritón en su interpretación. Quizás será mi naturaleza más pop, pero por otra parte pienso en otros grupos como Superchunk, con un directo potente pero a su vez pulido en temas sonoros, y dudo que se trate de eso.
Sin embargo, con este tipo de bandas, siempre te puedes dejar llevar tanto hasta llegar a formar parte de un pogo (yo no, que tengo una edad), y buena parte de las primeras filas era un auténtico desfase de empujones (en algunas canciones que no daban para tanto, se antojaba un poco forzado tanto jaleo, la verdad). Puro carpe diem aunque realmente sus letras no lo sean. También fue muy directo la estructura: poca palabrería (lo mejor: alguien del público gritando «Viet Cong» y él contestando que se trataba de un nombre de mierda), casi ni un momento de respiro y sin bis. Y es que cualquier pausa, y en concreto un bis, hubiera sido un coitus interruptus de lo mejor del concierto: que fue como un puñetezo directo al estómago. Y como tal, te deja algo anonadado.