Viernes en Primavera Sound 2019: aparta Beyoncé, Janelle está aquí

Por supuesto el viernes no fui capaz de llegar tan pronto como el jueves, pero al final también disfruté de más conciertos. El primero de ellos, el de CHAI, que en realidad era un aperitivo al que luego darían en el Adidas. Este fue un show íntimo en el OCB con el mar de fondo que deja claro que divertidas, son un rato. Pero también hay cierta condescendencia a la hora de valorarlas. Es como «qué majas, son japos» y cada vez que hablan te brillan los ojos. Y en el fondo es un grupo de rock más, pero lo exótico termina cegando.

Después de fui a pillar sitio con Carly Rae Jepsen y eso, por supuesto, era Chueca. Pero en el peor de los sentidos. Muchos pensaban que se encontraban en su karaoke privado, y además la voz de Carly no se escuchaba especialmente alta. Al final decidí moverme un poco hacia atrás, un momento que justo coincidió con Call me maybe, y la fiesta se disparó (y por cierto, hastiado de esa canción, no esperaba que me hiciese tan rematadamente feliz). No creo que para nadie fuese el concierto de su vida, pero fresco, jovial y buenrollista fue un rato, ideal para despedir la tarde y marcarse unos primeros bailes con Catch the feeling, Julien, Boy problems o Now that I found you. Eso sí, podría haber jugado con la pantalla de fondo, en la que solo aparecía su nombre, y ya.

Todo lo contrario que Janelle Monáe, que tiró de visuales increíbles y un escenario mucho más estético. Pero ese solo fue uno de los tantos puntos a su favor. En realidad su figura se podría comparar con la de Beyoncé en varios aspectos, pero su mensaje tiene mucho más calado y coherencia, su show resulta más sofisticado y ella canta y baila sin parar, sin dejar a las coristas que interpreten la mitad de la canción. Y aun así ella está donde está y la Knowles es la reina vox populi, de manera un tanto injusta. Un show empoderado, quizás con ese halo yanqui un tanto cuadriculado y a veces tópico (el simplista alegato contra Trump), pero por lo general ciertamente efectivo y sobre todo emocionante. Eso sí, que mala baba soltar que ahora mismo vivimos en una guerra fría y no cantar Cold war.

Todavía me resultaba surrealista ver a alguien como Miley Cyrus en un festival como el Primavera, pero ahí estaba, esperaba que dándolo todo ya que no tiene por qué enfrentarse a un posible público más infantil. Y aun así, la noté demasiado comedida, pero ofreció aun así un show competente (aunque después de Janelle, adolecía cierta intrascendencia). Alguna de sus nuevas canciones no sonaron nada mal, pero por supuesto los hits ganaron la partida, aunque algunos se quedaron a medio gas (como la versión al estilo Flume de Malibu) o la rockerización de otros (Can’t be tamed, sobre todo). Por suerte Wrecking ball se mantuvo enorme como la balada bigger than life ideal para cerrar el directo por todo lo alto.

Cambio de tercio en Low, que por supuesto mantienen su estatus, e incluso lo elevan al infinito gracia al giro, con sentido y su esencia, en su último disco. Y mantienen la coherencia de ese nuevo camino en directo. Un sonido casi de distopía futurista, pero cercano y emocional, casi nunca distante y frío, pero en muchos momentos manteniendo cierta tensión que no te hacía bajar la guardia casi nunca. Salvo por un final, Fly y Disarrey, que te dejaban entumecido. Y aunque algunos podría protestar por la hora, la noche cerrada es el momento perfecto para un directo como este.

Resulta curiosa la evolución de Yves Tumor, que ya pasó de una electrónica ecléctica a una más pop, aunque ciertamente experimental. Sin embargo en directo pegaba otro volantazo y estuvimos ante un concierto de glam rock, con banda, abandonando casi cualquier atisbo electrónica. La cosa es que funcionaba, y además, a pesar del muro de sonido rockero, y tratarse del escenario Pitchfork, se escuchaba más que bien. Quizás eché en falta algo de reivindicación queer, más discurso. Por otro lado, él mismo en sí podría ser el discurso.

Le tocaba el turno a Robyn, que presentaba ese disco tan sutil, muy sexual, que confirmó con una estética de sábanas blancas colgando por todo el escenario. Así lo interpretó casi en su totalidad, y, a mí parecer, ganaba enteros respecto al estudio. Por otra parte mi lado petardo (y el de muchos) reivindicaba sus antiguos hits, pero por otra, realmente no casaban demasiado. Sería como irse de rave después de follar. A pesar de esta incoherencia, eran necesarios los bangers, y Dancing on my own, Call your girlfriend o With every heartbeat fueron una estupenda y necesaria traca final que levantaron hasta a los muertos. Mención especial al bailarín que la acompañó en buena parte del concierto, que parecía sacado de Paris Is Burning.

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