¿Hay que aupar a Isabel Pantoja como icono LGTB+?
Cuando anunciaron como cabeza de cartel del Orgullo de Madrid a Isabel Pantoja levanté una ceja. ¿Ella? ¿Una persona encarcelada por corrupción? Es verdad que ya saldó sus deudas con la sociedad y que obviamente todo el mundo merece una segunda oportunidad. Sin embargo una cosa es que una empresa privada la contrate y otra que se haga con dinero público. Es legal, ¿pero ético? No demasiado. ¿Pero qué se puede esperar de un partido donde la corrupción campa a sus anchas? Esto es hasta anecdótico. Aun así este no es el leitmotiv de este artículo, aunque posiblemente daría para otro.
Mi ceja también estaba levantada por haber sido convertida en la punta del iceberg de un cartel de festejos y sobre todo reivindicación LGTB+. Este hecho representa uno de los problemas más evidentes de nuestra comunidad, especialmente de la parte gay (que nos guste o no, sigue siendo la dominante): convertir en icono a gente que ni forma parte de ella ni ha hecho nada especialmente positivo dirigido a ella. Confundimos abrazar a una diva (suelen ser mujeres) con un estilo musical que case con los gustos del colectivo, con que esta realmente nos represente más allá de este factor artístico, que no ideológico. Y además creo que lo que más gusta de ella no es la música, que por lo general nos da un poco igual (somos más pop que copleras), sino el estilo folclórico de su persona, que conecta de manera evidente.
¿Es esto suficiente para auparla como icono LGTB+? Obviamente no, porque si aplicamos un mínimo de sentido crítico nos daremos cuenta que nosotros le hemos dado a ella más que ella a nosotros. Y es que la sexualidad de la tonadillera siempre ha estado en boca de todos, pero nunca ha sido clara con el tema. Tampoco es que nos haya defendido expresamente, como por ejemplo sí hizo Rocío Jurado. Ella, siendo presumiblemente hetero, hizo más por el colecto (y el feminismo) que posiblemente cualquier diva nacional, y tampoco tenía por qué. Y como Isabel, ambas se mueven en un mundillo, digamos, algo caspa, por lo que es complicado abrirse con estos temas. Rocío no tenía por qué hacerlo, pero se mojó. Isabel, supuestamente siendo bisexual, no, por lo que como poco su neutralidad no nos ha beneficiado.
Y sigo diciendo «supuestamente», porque soltar este fin de semana, después de tantos años, «yo soy una más de ustedes», sigue antojándose algo vago. Con los más que rumores que siempre han circulado y esta ambigua declaración se debería asumir por fin su bisexualidad, pero mira, tampoco tiene por qué. Los que siempre defienden que no hace falta ser tan evidente en este tipo de asuntos y que con cierta sutileza es suficiente siguen sin duda anclados en 2002. Porque efectivamente, cualquier persona está en su derecho de decir u omitir lo que desee, pero si de repente te ves en la tesitura de copar un cartel en el Orgullo, con foto con la bandera detrás incluida, al menos ten la decencia de ser clara, que es lo que necesita el colectivo: visibilidad. Y si no, te quedas en tu casa o te vas al Starlite (bueno, justo ahí quizás no es bienvenida…).
A esto se le llama «pink washing» de manual, porque además de tapar la mala prensa que siempre la persigue, se aprovecha del colectivo para ahora alzarse como la diva LGTB+, un título que le viene grande. Sus actos no lo han demostrado nunca, y cuando ha tenido la oportunidad de dar un golpe sobre la mesa, se ha quedado en palmadita. ¿Forma parte del colectivo? Sí, supuestamente, pero no, no es un icono del mismo. Un no rotundo. Eso hay que ganárselo. Sin embargo ponle a lo más básico de la comunidad LGTB+ (que de nuevo suele estar en la «G») una estrella de la música que nos regale un par de crípticos guiños, o ni si quiera eso, y estarán todas rendidas ante ella.