Arcade Fire en Madrid: el dilema frente a casi 20 años de himnos
Aunque posiblemente la mayoría de presentes no lo supiesen, las recientes acusaciones a Win Butler por abusos y acoso ponían a la banda en una complicada tesitura para algunos. Feist, su telonera, prefirió abandonar la gira y conozco el caso de alguna persona que, ya con entrada comprada, prefirió no asistir. Son acusaciones que, por ahora, no tienen repercusión legal, por lo que, y esto se puede aplicar a cualquier acusación, sea de la índole que sea, cancelar a una persona sin una investigación o proceso judicial de por medio quizás resulte algo arriesgado. Se hace, y mucho, ya que la cultura de la cancelación funciona que ni una guillotina durante la Revolución Francesa.
En mi caso gana el egoísmo por disfrutar una vez más (mi sexta vez) de una banda histórica y porque, y más estando conformada por tropecientos integrantes, Win, siendo obviamente el líder, no es el 100% del grupo; eso sin contar con todos los empleados que implica una gira de este calibre. Por otra parte, Regine, su mujer, que, sin conocer los detalles de cómo han abordado el asunto entre ellos, sigue junto a él, da cierta tranquilidad. Pero al final todo es una excusa y he de confesar que los primeros minutos con Win delante me generaron cierta incomodidad. Sin embargo, como aludo en el titular, casi 20 años de himnos te terminan ganando y, sí, se me olvidó todo, al menos durante el directo.
Su carrera, con sus altibajos (más altos que bajos), no es moco de pavo, como bien demostraron durante casi dos horas. Por supuesto, más allá de sus éxitos previos, venían a presentar WE, un disco más inspirado que el anterior, y del que sonaron 7 de 10 canciones, lo que no es mala proporción. Yo me hubiera cargado alguna o dar cambiazo entre alguno de los más flojos por Unconditional II, que se la saltaron (obviamente no estaba Peter Gabriel, pero Win podría haberle sustituido perfectamente). Posiblemente el momento estelar de este trabajo fue el emotivo combo de la primera y segunda parte de The Lightning, que ya forma parte del olimpo de sus himnos eternos.
Respecto a sus temas antiguos, repasaron sus casi dos décadas excepto Neon Bible, que no se sabe por qué sigue siendo el patito feo de su discografía para algunos, cuando posiblemente se trate de su segundo mejor disco. Eso sí, en algunos conciertos de la gira interpretaron el tema titular en el bis, que aquí decidieron sustituir por la versión de Spanish Bombs de The Clash, que supongo que lo harían como homenaje a nuestro país, pero que se antojó bastante prescindible. El caso es que fue una pena no escuchar Intervention, Keep the Car Running o No Cars Go, y más cuando las tres sonaron en su anterior gira.
El que salió ganando por goleada fue The Suburbs, del que sonaron Ready to Start, el tema titular, Sprawl II y sorprendentemente Modern Man, que no suelen tocarla y se agradeció como sorpresa. Por supuesto fue el tema cantado por Regine el que más se ganó al personal, con ella cruzando el pasillo que le llevó al escenario en medio del foso con la bola de espejos encima de ella, convirtiendo el WiZink en una discoteca de 2010 (si algún dj de la época se hubiera dignado a pincharla, claro). Este recurso discotequero también lo usaron en Aftlerlife y Reflektor, que empalmaron una detrás de otra en uno de los momentos cumbre de la noche. De este disco, por cierto, también despacharon Here Comes the Night Time, que en este caso quedó algo desangelada (hubo estampida hacia los baños).
Increíblemente de Everything Now no se limitaron a la canción que le da título, por cierto uno de los temas con más «lo, lo, lo» por parte de la masa (y hubo unos cuantos). Put Your Money on Me, sin ser su mejor tema, casó bien como toma de contacto ya que la tocaron al inicio. ¿Y del debut? Pues no faltaron Neighborhood #1 (Tunnels), Rebellion (Lies) y Wake Up como cierre, aunque he de admitir que esta última para mí, siendo mi favorita, se quedó a medio gas y fue la segunda la que se llevó el gato al agua en cuestión de emoción. Y es que el último tramo del concierto, después de la apoteósica The Sprawl II, perdió fuelle, con las acústicas End of the Empire rebajando la intensidad. Porque hay que reconocer que la banda gana cuando explotan la épica, eso es así.
Salvo estos «bajones», el concierto por lo general funcionó como un tiro, el público se portó, sonó notablemente, ellos, como siempre, entregadísimos, y la puesta en escena era estupenda (un arco coronaba el escenario con proyecciones muy estéticas, ¡y no pecaron de confeti del final de este tipo de shows!). Al terminar has disfrutado como cuando te introdujiste en el «indie» (siempre entre comillas) y acudías a tus primeros directos. Y sí, te olvidas de cualquier polémica hasta que, a la salida del concierto, todo el embrollo vuelve a cruzar tu mente, y vuelves a darle vueltas y resurge cierto amargor. Por suerte o por desgracia, así funcionan las nuevas realidades en las que vivimos, con sus contradicciones constantes.