Viernes en Primavera Sound Madrid: tras tormenta llega la calma… más o menos

Después de la cancelación del jueves por las tormentas de los últimos días y por la que supuestamente iba a caer ese día, en el que finalmente no llovió casi, Primavera Sound Madrid 2023 habría sus puertas de manera oficial tras los conciertos en la ciudad. Se confirma que el emplazamiento está donde Cristo perdió las sandalias, lo que ya sabíamos, pero una cosa es la teoría y otra vivirlo en tus carnes. Tomé la opción de ir en metro hasta la última parada de la línea 9 y luego tomar una lanzadera hasta el recinto. La verdad es que no hubo esperas, pero claro, también fui pronto, alrededor de las cinco, ya que gente que fue más tarde me comentó que no todo fue de color de rosa.

La hora también ayudó en lo que se refiere a no encontrar atasco y que el acceso fuera ágil. De nuevo, no fue tan bonito unas horas más tarde, especialmente antes del concierto de Depeche Mode, y los atascos estuvieron a la orden del día, el acceso al parking fue un infierno según me dijeron, y se montaron grandes colas en la entrada de las pulseras. Por ello el concierto de la banda se retrasó unos 40 minutos, por que la gente no llegaba. Al final si se depende tanto del coche para llegar a un recinto, es lo que pasa.

Yo vivía ajeno a este drama y poco quedaba también del drama del día anterior, salvo algunos charcos. Así que con un radiante sol me dirigí a Beth Orton, una propuesta calmada para empezar. Tampoco es la propuesta folk que muchos esperan e intenta otorgar a cada canción un aura distinguible y personal. Y se agradeció, tanto para evitar la monotonía como para evitar escuchar a la vez el concierto que sucedía a no demasiados metros. Y es que el sonido solapado era uno de los grandes problemas del festival (en Barcelona solo pasaba con el escenario Pitchfork) ya que el recinto tiene una disposición más circular que alargada. En este caso, cuando Orton comenzaba con su piano y poco más, el sonido se la comía. Ella, por suerte, se sobrepuso con elegancia y buen hacer.

Después de dirigí a Japanese Breakfast, donde me sorprendió la cantidad de gente asistiendo. Pero había truco: la mayoría eran fans de Depeche Mode que ya estaban esperando a su banda favorita. Así que lidiar con un público al que le das igual es complicado, por lo que Michelle Zauner y su grupo de hombres de lo más atractivos (todo hay que decirlo) intentaron ganarse al público con un indie pop de guitarras que en directo pierde el carácter arty del estudio, por lo que su setlist resultaba más lineal y menos vibrante. Al menos hasta el último cuarto, donde a partir de Posing in Bondage remontó el vuelo con nuevos matices y capturó la atención, al menos, de más gente que al comienzo.

Después pretendía ver un rato de Depeche antes de Alvvays, pero el retraso propició que mis planes cambiaran y me dirigiese a The Moldy Peaches. Reconozco que es una banda que me da un poco igual, pero al final, como los Ferrero, me conquistaron. Ese clima de calidez, un poco «monguer» en el mejor de los sentidos, te atrapa y terminarías perfectamente tomando cañas con ellos, que aparecieron con caras pintadas y looks extravagantes. Reconozco que he desconectado bastante de ese indie pop de los 2000, pero ellos hicieron reconciliarme con él en parte, al menos durante ese rato. Y lo mejor de todo es que podían ganarte más allá de la archifamosa canción de «Juno» si no conocías más de su discografía. Eso no lo pueden decir todos.

Se notaba que las entradas y abonos no se habían agotado y que la mayoría del público iba por Depeche Mode, porque era facilísimo estar casi en primera fila llegando un minuto antes al concierto, como en Alvvays. Aun así, para la competencia que tenían y su naturaleza, casi llenaron. En directo sonaron cristalinos teniendo en cuenta el carácter noise de su música, con hits que encandilan gracias a sus serpenteantes melodías incluso aunque no comulgues con su discografía. Y aunque, por su estilo, hubiera sido ideal verles al atardecer, sus visuales de corte colorido y abstracto transmitían esa sensación de juventud eterna propia de su música. Un show que no te cambia la vida pero que durante casi una hora te hace recordar sensaciones que creíste olvidadas o que, incluso, nunca sucedieron.

Como toda actuación de los escenarios principales iba con retraso, finalmente no me acerqué a Kendrick porque luego quería ver a Christine y opté por Nation of Language, que además estaba al lado del escenario del francés. Y todo un acierto. Tampoco es que me pillase de nuevas, soy seguidor de su música, pero en concierto pensaba que quizás no brillarían tanto como en estudio, pero todo lo contrario (aunque me da que en sala brillan todavía más). Un sonido cristalino y conciso y un frontman entregadísimo a su synth pop de corte ochentero, y un público algo reticente terminó comprando. Por desgracia no vi a New Order el jueves, obviamente, pero me apuesto lo que sea a que el directo del trío hubiera estado por encima del de la mítica banda (y, por lo que me cuentan de Barcelona, respecto a este lo estuvo).

Después llegó Christine and the Queens con un show muy diferente al que me dejó en shock cuatro años antes. Sus últimos discos son más introspectivos comparados con el bailongo Chris, por lo que esta vez no había bailarines. Solo él contra un público que quizás a esas horas de la madrugada esperaba una propuesta más movida. Sin embargo el francés es todo un animal escénico, y con medios tiempos y baladas ya de por sí intensas en estudio, en directo se multiplica su poderío gracias a su presencia y ni la falta de hits adolece (solo Saint Claude y People I’ve Been Sad, ambos al comienzo). En realidad esta gira y la anterior son dos caras de la misma moneda: más allá de un concierto, performaces donde el artista expresa dos facetas de la misma personalidad, una desde la luz y otra desde la oscuridad, y ambas apasionantes.

Lo único bueno del retraso de Depeche Mode y todo lo que venía después es que pude disfrutar de parte de Fred Again... En el escenario principal, el británico hizo acopio de todos sus hits y plantea una sesión que, obviamente está enlatada en parte, pero él intenta aportar su granito en directo, como con sus momentos de piano. Trallazos bailables que abrazan la emoción es la fórmula perfecta para conquistar al público más entregado que había visto en el festival (asumo que con Dave y Martin también, obvio). Aun así, aunque muy entretenido y él esté entregadísimo (se nota que le gusta lo que hace y lo que ha conseguido), su show no deja demasiada huella y, como dijo un amigo, se está convirtiendo en el Coldplay del house, lo que no es per se algo malo, pero dice mucho de su propuesta.

Para terminar antes de irme (me llevaban en coche, era una oportunidad que no podía desperdiciar), me dirigí a Kyary Pamyu Pamyu a falta de Perfume el día anterior. Con más voz en directo de lo que esperaba, ya que en este tipo de actuaciones de j pop el lypsinc suele mandar, era fácil caer rendido a su hipervitaminada música, acompañada de outfits de estilo nube de algodón y coreografías absurdamente maravillosas. El conjunto era un exceso total, pero adictivo a más no poder, y entregarse a él era darlo todo bailando y acabar rendido a los 15 minutos. No es como un Fred Again.. y mover un poquito las piernas o dar algún que otro bote, es convertirte en una de sus bailarinas (salvando las distancias). Y tras acabar rendido, a descansar para un sábado en el que quizás no tenga tanta suerte a nivel logístico.

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