Sábado en Primavera Sound Madrid: el festival de Rosalía

Después de haber llegado prontito el día anterior y no haber tenido problemas de lanzaderas, repetí el mismo plan y cerca de las seis estaba allí para ver un poco de Judeline y de Wednesday, que coincidían a la misma hora. Primero la española, ataviada con un bolso, que muchos comparan con Rosalía por la manera de cantar. Sin embargo su estilo musical y sonido les diferencia, y aunque la propuesta es interesante, aún falta cierta presencia escénica y contundencia. Al rato me pasé por una de las bandas revelación del año, que en realidad no inventa la rueda, pero su indie rock en directo convence, especialmente gracias a su front woman. Porque no todo el mundo puede desgañitarse gritando, pero a su vez mantener la compostura vocal (Bull Believer fue brutal). Hay que tener entrenamiento, hay que tener actitud, y especialmente de esto último la banda iba sobrada.

Luego me pasé al r’n’b queer de Arlo Sparks, que en realidad era más pop de lo que parecía. Incluso uno de sus temas sonaba melódicamente como Say You’ll Be There de Spice Girls. Una presentación sólida, pero quizás algo lineal en su sonido, que por una parte ella compensaba con un carisma no demasiado evidente de primeras, pero que atrapaba al final.

Un calentamiento para lo que sería Sevdaliza, que presentaba un show más movido de lo quizás se puede esperar con su discografía. Ella con un look que podría rivalizar con el de las Sex Bomb, se ganó a un público que en parte solo estaba esperando a Rosalía. No faltaron sus temas más conocidos como Human o Oh My God, con una pátina más bailable. Pero para bailable el dj set que se marcó de la nada. Apareció una mesa para pinchar y la artista nos deleitó con su gusto musical más ravero, para luego de nuevo regresar al micro y terminar con Rhode. Un directo muy hecho para contentar al público de festival más aleatorio y que en su mayoría no te conoce.

Después marché a Maggie Rogers, que es un poco como tu amiga la que se toma un vino y ya se tiene que volver a casa porque está ya demasiado achispada. Si ya en estudio transmite esas «vibes», en directo se multiplican con su pop blandito. Sonó perfectamente (ahora que lo pienso, casi todo sonó estupendamente durante todo el festival), pero su propuesta no tiene garra. Al menos las melodías están ahí y tampoco se puede no apreciar Light On o Alaska, pero al final todo resultaba muy olvidable al minuto de terminar.

Ahora le tocaba el turno a una de las estrellas de la noche. O algo así, porque fans de Rosalía seguían acumulándose en ese escenario a la espera de su ídolo y muchos no sabían ni quién era Caroline Polachek. Intenté convencer a unas chicas de al lado de que valía la pena, a ver si así no se pasaban todo el concierto hablando, pero mucha gente estaba a su bola y molestando. Pero también había una cantidad ingente y sorprendente de fans que se sabían casi todas las letras. Ella estuvo majestuosa, al igual que su inigualable voz, aunque había miedo de que no rindiese porque días antes padeció bronquitis. Se centró obviamente en Desire, del que interpretó diez de doces temas, con maravillosos momentos etéreos como Butterfly Net o Blood and Butter, que seguro que aburrieron a los fans de Rosalía, pero que al resto nos elevaron. Todo ello aderezado con una preciosa puesta en escena, juraría que la misma que el pasado año, con el volcán de fondo que ha utilizado en algún vídeo, que le venía como anillo al dedo. Ella es una diosa, quizás no suficientemente valorada.

A continuación, ya que estaba al lado, me planteaba quedarme a Calvin Harris porque incluso sabiendo que iba a ser un show enlatado, al final hay que valorar la realidad: tiene hits a mansalva. Sin embargo comenzó su one-man show con él en soledad sobre una enorme mesa elevada con una pinchada tan deshumanizada y vulgar y con un ambiente a mi alrededor tan de despedida de soltera en el Florida Park, que no aguante más de 15 minutos y me dirigí a Jockstrap. Por supuesto estábamos ante una propuesta más delicatessen, que quizás podía adolecer de la hora y las ganas de marcha, pero supieron compensar los momentos de intimidad sosegada (con sus consabidos arreglos y giros loquísimos) con su faceta electrónica más lúdica. Y qué decir de su cantante Georgia, todo un descubrimiento que se come el escenario y te mete en el bolsillo desde el primer minuto, desgranando su debut con Concrete Under the Water y 50/50 como sus highlights. Una delicia en la que además, sí, puede sonar un tanto elitista, pero es así: me sentía mucho más cómodo en lo que se refiere a ambiente.

Había que salir escopetado hacia Rosalía, y como era de esperar, no la pude ver demasiado cerca. También es cierto que esta gira está muy basada en las pantallas, donde se proyectan imágenes del concierto que parecen videoclips. Es un directo casi para ver más a través de una pantalla, como las de los miles de móviles en alto (creo que no he visto tal mar de dispositivos en mi vida). No ha habido excesivos cambios desde los conciertos de hace unos meses, pero destacan la inclusión de Vampiros, Beso, LLYLM y una curiosa versión de Héroe de Enrique Iglesias, además de una Despechá aceleradísima. Pero más o menos novedades, da un poco igual, podía ser el mismo show de pe a pa, que su magnetismo se mantiene intacto. Rosalía no tiene nunca una mala noche y su maquinaria está perfectamente engrasada para dejar con la boca abierta, incluso aunque su nuevo concepto de concierto se apoye demasiado en la generación Tik Tok.

Sin embargo, poco antes de que terminase el concierto salí corriendo para no vivir el drama de la vuelta que algunos sufrieron el día anterior. Y acerté, porque esta mañana en Twitter mucha gente comentaba acerca de las esperas para subirse a una lanzadera, con esperas de casi dos horas. La pregunta que hay que hacerse es que si puede celebrarse un festival en un sitio tan inhóspito que depende tanto de medios de transporte privado. Para Ayuso seguro que sí, porque es su manera de plantear su política, pero para el resto de los mortales quizás no tanto. Obviando de que el sitio esté algo echado a perder (la trampilla de una alcantarilla se rompió y un amigo cayó dentro, sin casi heridas, pero podría haber sido peor). Veremos qué pasa el año que viene, pero no creo que todo el mundo esté dispuesto a repetir.

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