MEO Kalorama 2023, Lisboa: Florence, M83, Arcade Fire, Arca, Blur, Foals…
De primeras tenía pensado asistir a Cala Mijas, pero tras conocer la existencia de MEO Kalorama 2023 (compartiendo la mayoría del cartel internacional), opté por vivir mi primera experiencia festivalera en Portugal. La verdad, al menos en este caso, tampoco es que notase una diferencia tan acusada en lo que se refiere a organización. Había errores muy comunes también en los españoles, como la escasez de baños o ausencia de, hablando en plata, meaderos, que descongestionan los momentos de gran afluencia. También agradables sorpresas como el gran número de camareros. Y cosas que ya esperaba, como que el festival se termine a la una, lo que da un poco de bajón, pero también da para aprovechar más el día.
Hablando de lo que verdaderamente importa, la música, mi primera parada fue M83, que incomprensiblemente era con un solazo de impresión. La atmósfera se la carga un poco, pero González y su banda salen airosos, eso sí, con un setlist muy basado en su faceta más postrock, recuperando varios temas de su segundo y tercer disco y dejando su faceta más pop algo de lado (aunque Midnight City y Wait no faltaron). Por una parte es de valorar esa libertad, por otra, se echó en falta algo de conexión con el público.
Después me dirigí a Yeah Yeah Yeahs, con una Karen O como siempre comiéndose el escenario. Incluso aunque su pose punk esté muy vista, te sigue comprando. Repasando su último disco (aunque incomprensiblemente olvidando Wolf), la banda emocionaba con Maps o te retorcía con Zero, convenciendo incluso a los que no les conocen casi. Perfecto setlist, actitud y sonido para un festival.
Tampoco soy fan de Metronomy y su directo no es que te vuele la peluca, pero eficaz es, entre su pop más dicharachero y su faceta más sofisticada de cóctel. Y la verdad es que sonaba de lujo (bueno, en general todo el festival brilló en este sentido). Sin embargo, después de este concierto fuimos conscientes realmente de uno de los mayores problemas del festival: el polvo. Al bajar toda la masa de Metronomy hacia Blur se levantó una polvareda que ahogaba a cualquiera. Y esa fue la tendencia de los grandes conciertos de estos tres días.
Pero siguiendo con lo estrictamente musical, Blur se ganaron a varias generaciones con un concierto trufado de hits y un Damon Albarn emocionado por tratarse del último concierto de la gira. Aunque seguramente fue, de los directos a los que yo asistí, el que peor sonó, los británicos defendieron un arsenal de grandes momentos de la historia del pop que convencían a cualquiera ante cualquier adversidad. A destacar, la traca final con momentos de piel de gallina como Tender, This Is a Low o The Universal.
La noche terminó, al menos para mí, con The Blaze, que básicamente es electrónica para los que no les gusta la electrónica. Un setlist efectivo en lo bailable y también en el plano emocional, con un acompañamiento visual a la altura: cuatro pantallas que no paraban de rotar, moverse y cruzarse entre ellas, proyectando imágenes de corte social que ya forman parte de su imaginario. Y se agradece que, dentro de lo que cabe, no se trata de un directo tan enlatado.
Para el viernes la primera parada era Ethel Cain, que sin un carisma arrollador, sí que trasmite esa actitud de chica introvertida de la América profunda. Además de ser todo un portento vocal. Quizás la segunda parte del concierto me resultó algo plana, pero la primera con momentos como American Teenager o la aparición de Florence en la grandiosa Thoroughfare fue poco menos que gloriosa.
A continuación opté de primeras por Belle and Sebastian, por eso de la nostalgia popi, pero he de reconocer que tras una cuantas canciones, decidí visitar la zona de electrónica. Me sentí muy alejado de esa época y aunque no hay duda de que siguen desprendiendo cierto encanto, la conexión fue casi nula. Eso sí, justo antes de irme interpretaron la esplendorosa Another Sunny Day y al menos no me quedó ese regustor tan amargo. Pero sin duda el escenario Panorama, con sus arbolada, al estilo Basoa de BBK Live era lo que necesitaba.
Era la primera vez que iba a disfrutar de Florence en vivo, y sin ser fan a muerte, posiblemente fue el momento álgido del festival. Y había miedo después de haber cancelado los dos fines de semana por temas de salud, pero ella lo dio todo como la diosa medieval que es. Y, según un amigo mío, con un setlist mucho más acertado que su gira anterior. Rabbit Heart, Free, Shake It Out, Never Let Me Go, You’ve Got The Love y más clásicos y no tan clásicos de su repertorio llenaron hora y media de magia pop barroca que al menos hay que experimentar una vez en la vida. Y ella es un amor (aunque a veces se pase de hippie).
Para terminar la noche Arca era la mejor opción. Con un escenario lleno de flores, pero también con un columpio sexual, para contrastar, la venezolana es un auténtico caos sobre el escenario, generalmente para bien. Comenzó con una sesión de dj de electrónica deconstruida en armonía con un obra, para terminar con la mítica remezcla trance se What It Feels Like for a Girl de su amiga Madonna, y empalmar con sus propias canciones, las más electroreguetoneras, como El alma que te trajo, restregándose por todo el escenario mientras «cantaba».
El sábado la verdad es que me lo tomé con calma, y hasta Foals no me acerqué de nuevo al festival. Como siempre Yannis y los suyos contentaron al público a guitarrazo limpio, pero sin las estridencias o poses de otros coetáneos. Un directo potente que para mí brilló en la mitad: el combo de In Degrees, que es todo un despiporre dance rock, y Spanish Sahara, un himno eterno que emociona como el primer día, me llegaron hondo.
Después opté de nuevo a volver a Panorama, la zona de electrónica, pero esta vez la sesión era demasiado machacona para mí gusto y al rato volví al escenario principal para esperar a Arcade Fire. Como siempre la banda canadiense es una apisonadora de «oh, ohs» en directo, que a veces roza la parodia y otras te hacen tocar el cielo. Aun así he de admitir que me impliqué más en el Wizink un año antes y me resultó un concierto más rutinario. Eso sí, no se les puede quitar el mérito de banda más grande que la vida que en directo explotan con grandeza. Incluso aunque a veces se pasen de frenada.
Para terminar el festival, Young Fathers fue la elección, y de primeras casi me arrepiento. Se equivocaron al interpretar un tema porque uno de ellos iba un poco pasado, pero después retornaron el ritmo con garra, gracias sobre todo al juego de voces de sus cuatro vocalistas en maravillas como In My View o Geronimo. Al final convencieron, pero seguía notándose cierta actitud enrarecida respecto a la «oveja descarriada» cuando este se lanzó al público tras terminar el concierto y sus compañeros le miraron con cara de «facepalm».